El evangelio nos presenta hoy el comienzo de la predicación de Jesús. En
primer lugar nos señala una circunstancia especial que da motivo a que Jesús
comience a predicar: el hecho de que Juan Bautista había sido encarcelado. Es
un signo de delicadeza. No se trata de competir, sino de continuar, ampliar y
mejorar. Hay otra circunstancia, que es importante para los israelitas: es el
comenzar a predicar en “los términos de Zabulón y Neftalí”, que habían sido los
primeros en ser conquistados por el rey persa hacía siglos; pero que eran signo
de esperanza y de luz, como lo había anunciado el profeta. Se llamaba “Galilea
de los gentiles”, porque, aunque había muy buenos israelitas, una gran parte de
la población tenía muchas raíces paganas y por tanto necesitaba más la luz de
la verdad y la fe. Ahora va a venir sobre estas tierras y sus habitantes la luz
de la palabra de Dios por la predicación de Jesús.
El primer mensaje de Jesús fue: “Convertíos, porque está cerca el reino
de los cielos”. Jesús y el Bautista anuncian que el Reino de Dios está cerca;
pero en Jesús parece que ya está presente. De hecho está plenamente en Jesús;
pero quien acepte su palabra, ya está bajo el Reinado de Dios. Las traducciones
actuales suelen poner más “reinado” que “reino”, ya que “reino” puede
confundirse con un territorio. Este primer mensaje es como la tónica dominante
de toda la predicación de Jesús: la venida del reinado de Dios, que es la buena
noticia que nos invita al cambio.
Este cambio o conversión es para todos nosotros. Para algunos será un
cambio total de orientación en su vida y en su manera de pensar. Para los que
creemos conocer y seguir a Jesús, es un continuo adentrarse más en el
seguimiento de Cristo y es ajustar continuamente nuestro pensamiento y nuestra
acción al pensar y hacer de Cristo, que se realiza sobre todo por la
iluminación del corazón en el trato con el Señor.
La manera de actuar Jesús no era dando recetas concretas o prácticas
para un cambio, sino iluminando los corazones, abriendo la visión para que cada
uno comience a actuar como El, que era “reflejo del Padre”. Y luego
incorporando a algunas personas para que, contando con la iluminación y la
fuerza del Espíritu, puedan seguir su tarea en el mundo. Por eso, al mismo
tiempo que predicaba, Jesús fue reuniendo junto a sí hombres sencillos,
trabajadores, a quienes les iba a infundir esta ilusión. Los cuatro primeros
fueron cuatro pescadores. Es de notar que en aquel tiempo la pesca era uno de
los trabajos más arriesgados. Ahora les proponía un trabajo más arriesgado: ser
pescadores de hombres o de personas, que era el trabajo mismo de Jesús y que
será el de todo aquel que quiera ser plenamente discípulo suyo.
Predicar el Reino de Dios no es ser predicador de calamidades o
denunciador de males e injusticias. Alguna vez tendrá que ser en parte; sino
que es sobre todo construir, dar aliento y perdón y esperanza. La palabra de
Dios siempre es salvadora, constructiva, alentadora y eficaz. La esencia del
cristianismo no son esencialmente ideas o prácticas. Es Cristo, su persona. Por
eso no es tan importante el saber cuanto la vivencia sentida. Claro que para
sentir hay que saber. De alguna manera nos llama a todos no sólo para
preocuparnos por salvar nuestra alma, sino para que seamos luz que ilumine a
otros. Son todas las almas las que Dios quiere salvar.
Para ello comencemos con nuestra propia conversión. Este cambiar con
relación al Reino de Dios se puede entender de dos maneras: Hay que cambiar
porque viene el Reinado de Dios, o hay que cambiar “para que” venga, porque
cambiando, en el hecho de nuestro mismo cambio, ya está viniendo ese Reinado.
Para extender este Reinado de una manera humana Jesús comenzó a llamar a
quienes serían los predicadores de esta fe, los apóstoles. Hoy nos trae el evangelio
la llamada a Pedro y Andrés, a Juan y Santiago. Pidamos hoy por los
continuadores de los apóstoles y estemos dispuestos a escuchar las continuas
llamadas del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario