sábado, 28 de enero de 2017

4ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 5, 1-12



Hoy se nos expone uno de los grandes mensajes de Jesucristo, al comenzar el sermón de la montaña.
En estas bienaventuranzas Jesús configura la manera de ser del cristiano. Y esto porque es una especie de retrato del mismo Jesús: de su vida y de su modo de ser. No son propiamente mandamientos en el sentido de normas concretas a seguir, sino actitudes más interiores que dan sentido a la manera de actuar.
La primera característica es que Jesús nos habla de felicidad, una felicidad radical, que no consiste en tener algo pasajero, como ofrece la mentalidad mundana, que cree tener la felicidad cuando ha conseguido dinero, honores, que son cosas que se pasan y sobre todo que no pueden ser para todos. Porque aquí está lo malo de la felicidad que promete el mundo: que para que unos sean felices, otros muchos tienen que ser desgraciados. Si unos son felices siendo ricos, es porque muchos tienen que ser pobres. Esto sería la corrupción de la felicidad: gozar a costa de otros.
Jesús promete la felicidad para todo el que la quiera. No es fácil, porque va contra el sentido y parecer de la mayoría. Es como vivir al revés, valorar lo que normalmente no se valora: la fidelidad, la abnegación, la entrega, la servicialidad, el poner la confianza más en Dios que en otras cosas, valorar a las personas por lo que son, por ser seres humanos, y no por la categoría social o las posesiones o la belleza externa.
Así como el primer mandamiento de la ley de Dios resume los demás, así también la primera bienaventuranza podemos decir que resume las otras. Ser “pobres de espíritu” se dice fácilmente, pero encierra toda una actitud esencial en la manera de ser. Es cierto que es posible ser rico, tener bastantes riquezas, y ser pobre de espíritu; pero ¡Qué difícil es! Lo dijo Jesucristo varias veces en el evangelio. Alguno dirá que si es muy difícil, mejor va a ser no intentarlo.
Hoy se nos dice que para poseer el Reino de los cielos no hay que poner la confianza y la esperanza en los bienes materiales. No todos los pobres son “pobres de espíritu”: Hay muchísimos pobres que ponen su confianza en los bienes materiales, su ilusión es ser ricos. Con ello suelen seguir siendo pobres y además desgraciados. Jesús no declara bienaventuradas unas situaciones sociales, sino unas personas que han optado por esa situación con amor.
A los que son pobres de espíritu Jesús no sólo les promete una felicidad eterna en la otra vida, que también es cierto, sino ya una felicidad actual, porque son amados por Dios. Pobre es el que no tiene suficiencia en sí mismo, que tiene un sentimiento psicológico de inseguridad material; Cristo quiere aprovechar esta inseguridad para abrirla a la esperanza del que todo lo tiene, que es Dios. Dichosos, por lo tanto, son los que aprovechan su pobreza para abrirse a la esperanza, que no es lo mismo que conformismo. La esperanza en Dios está unida al servicio de los demás.
Ser pobre de espíritu aquí está unido a ser misericordioso, trabajar por la paz, buscar la justicia, estar limpio de corazón, especialmente de odios y rencores. Una vida así molesta a muchos de los que buscan las injusticias, el poder y las riquezas, aunque pareciera lo contrario. Por eso vienen las incomprensiones y la persecución. Pero Jesús les dice que no es una desgracia, sino que en la persecución pueden ser felices. Y les promete que “serán saciados, serán consolados”.
Las promesas de Jesús a sus discípulos es el pasar de una situación negativa a otra positiva, de la opresión a la liberación, del sufrimiento al consuelo, de la injusticia a la justicia. El Reino de Dios abre un horizonte de vida y de esperanza a la humanidad pobre y oprimida.

Hay cristianos que se contentan con unas prácticas religiosas y luego en la vida se comportan como los demás. Son cristianos de apariencia. Las prácticas están bien, si nos ayudan a conseguir los verdaderos rasgos del ser cristianos, renunciando a las riquezas y la ambición, poniendo nuestro interés en la confianza total en Dios y en el servicio de amor hacia todas las personas.

martes, 24 de enero de 2017

3ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mc 3, 31-35


Hoy Jesús nos quiere dar una gran lección: en el Reino de Dios la fraternidad no se funda en los vínculos de la carne y la sangre, sino en el hacer la voluntad del Señor. Cuando oyeron que los fariseos llamaban a Jesús “endemoniado” o “blasfemo”, tuvieron miedo por su vida y, teniéndolo por loco, querían llevarlo a casa.
Pero Jesús no era de los que dejaban de cumplir su deber, que era hacer la voluntad de su Padre y predicar y hacer el bien, mientras tuviera fuerzas y vida. Así que aquellos familiares (ya sabemos que “hermanos” significa familiares cercanos) fueron a buscar a la Madre María para que hiciese de intercesora. Seguramente ella no sabía todo el plan. Algunos han visto aquí como que Jesús desprecia algo a su familia. El hecho es que aprovecha Jesús esa circunstancia para darnos una gran lección, que es una alegría para nosotros.
Mira a los que están allí sentados, que son sus discípulos, que son los que, aun sin entender todo, están dispuestos a cumplir sus mensajes, nos mira a nosotros, a todos, y nos dice hoy: “Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Para Jesús los lazos familiares no son lo primero, aunque sea algo muy hermoso y digno. Por encima está hacer la voluntad de Dios, que nadie lo ha hecho mejor que su madre, la Virgen María. Por eso María es doblemente madre: por los lazos carnales y por ser “la humilde esclava del señor”. Aquí aparece la grandeza del Corazón de Jesús: Para él lo que importa es imitarle en la fe y estar pendiente cuál sea la voluntad de Dios para cada uno y seguirla. Esto nos debe llenar de alegría, pues formamos parte de la familia de Jesús. El nos enseñó a llamar a Dios “Padre nuestro”. Por lo tanto todos somos hermanos. Y más si cumplimos la voluntad de Dios.

Para cumplir la voluntad de Dios, primero debemos estar a la escucha de la Palabra de Dios, como la Virgen que escuchaba y guardaba las palabras en su corazón. Ella era madre y era discípula de Jesús. Cumplir la voluntad de Dios no es sólo profesar con los labios que Jesús es nuestro Señor, sino aceptar en nuestra vida su plan de salvación. Dios manifiesta su voluntad a través de sus mandamientos, de los mandamientos y consejos de la Iglesia, de las obligaciones del propio estado de cada uno y de los sucesos de cada día, que Dios permite. Es unir nuestro querer al querer de Dios en las cosas grandes y en las pequeñas. Quizá Dios nos presente grandes cosas en nuestra vida, como muchas personas que, aun queriendo mucho a su familia, la dejan para servir mejor a Dios. Cumplir la voluntad de Dios es sobre todo cumplir el mandamiento principal de Jesús sobre el amor. El nos dijo: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. En este día profundicemos más en el amor a Dios, que es nuestro padre y madre, y desde el fondo de nuestra alma le digamos: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

domingo, 22 de enero de 2017

3ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 4, 12-23


El evangelio nos presenta hoy el comienzo de la predicación de Jesús. En primer lugar nos señala una circunstancia especial que da motivo a que Jesús comience a predicar: el hecho de que Juan Bautista había sido encarcelado. Es un signo de delicadeza. No se trata de competir, sino de continuar, ampliar y mejorar. Hay otra circunstancia, que es importante para los israelitas: es el comenzar a predicar en “los términos de Zabulón y Neftalí”, que habían sido los primeros en ser conquistados por el rey persa hacía siglos; pero que eran signo de esperanza y de luz, como lo había anunciado el profeta. Se llamaba “Galilea de los gentiles”, porque, aunque había muy buenos israelitas, una gran parte de la población tenía muchas raíces paganas y por tanto necesitaba más la luz de la verdad y la fe. Ahora va a venir sobre estas tierras y sus habitantes la luz de la palabra de Dios por la predicación de Jesús.
El primer mensaje de Jesús fue: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Jesús y el Bautista anuncian que el Reino de Dios está cerca; pero en Jesús parece que ya está presente. De hecho está plenamente en Jesús; pero quien acepte su palabra, ya está bajo el Reinado de Dios. Las traducciones actuales suelen poner más “reinado” que “reino”, ya que “reino” puede confundirse con un territorio. Este primer mensaje es como la tónica dominante de toda la predicación de Jesús: la venida del reinado de Dios, que es la buena noticia que nos invita al cambio.
Este cambio o conversión es para todos nosotros. Para algunos será un cambio total de orientación en su vida y en su manera de pensar. Para los que creemos conocer y seguir a Jesús, es un continuo adentrarse más en el seguimiento de Cristo y es ajustar continuamente nuestro pensamiento y nuestra acción al pensar y hacer de Cristo, que se realiza sobre todo por la iluminación del corazón en el trato con el Señor.
La manera de actuar Jesús no era dando recetas concretas o prácticas para un cambio, sino iluminando los corazones, abriendo la visión para que cada uno comience a actuar como El, que era “reflejo del Padre”. Y luego incorporando a algunas personas para que, contando con la iluminación y la fuerza del Espíritu, puedan seguir su tarea en el mundo. Por eso, al mismo tiempo que predicaba, Jesús fue reuniendo junto a sí hombres sencillos, trabajadores, a quienes les iba a infundir esta ilusión. Los cuatro primeros fueron cuatro pescadores. Es de notar que en aquel tiempo la pesca era uno de los trabajos más arriesgados. Ahora les proponía un trabajo más arriesgado: ser pescadores de hombres o de personas, que era el trabajo mismo de Jesús y que será el de todo aquel que quiera ser plenamente discípulo suyo.
Predicar el Reino de Dios no es ser predicador de calamidades o denunciador de males e injusticias. Alguna vez tendrá que ser en parte; sino que es sobre todo construir, dar aliento y perdón y esperanza. La palabra de Dios siempre es salvadora, constructiva, alentadora y eficaz. La esencia del cristianismo no son esencialmente ideas o prácticas. Es Cristo, su persona. Por eso no es tan importante el saber cuanto la vivencia sentida. Claro que para sentir hay que saber. De alguna manera nos llama a todos no sólo para preocuparnos por salvar nuestra alma, sino para que seamos luz que ilumine a otros. Son todas las almas las que Dios quiere salvar.
Para ello comencemos con nuestra propia conversión. Este cambiar con relación al Reino de Dios se puede entender de dos maneras: Hay que cambiar porque viene el Reinado de Dios, o hay que cambiar “para que” venga, porque cambiando, en el hecho de nuestro mismo cambio, ya está viniendo ese Reinado.

Para extender este Reinado de una manera humana Jesús comenzó a llamar a quienes serían los predicadores de esta fe, los apóstoles. Hoy nos trae el evangelio la llamada a Pedro y Andrés, a Juan y Santiago. Pidamos hoy por los continuadores de los apóstoles y estemos dispuestos a escuchar las continuas llamadas del Señor.

sábado, 21 de enero de 2017

2ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mc 3, 7-12


  Vemos hoy en el evangelio que una gran muchedumbre sigue a Jesús. Se parece a algunos sucesos anteriores en que Jesús curaba algunos enfermos, siempre haciendo el bien y predicando su doctrina; pero ahora lo hace entre la contradicción de los fariseos que orgullosos veían mal que la gente acudiera tras Jesús.
Esta muchedumbre es de gente sencilla, que vienen unos de tierra judía y otros de tierra pagana, atraídos todos por lo que han oído sobre las obras de Jesús. No son rechazados por Jesús, porque tiene compasión de esa gente, como otras veces lo había dicho, pero ve que además de ser gente ignorante, están equivocados en algo muy importante. La gente le seguía casi exclusivamente porque les curaba. Ellos no se preocupaban de aprender algo o de mejorar en su espíritu, sino que buscaban una salvación, que en definitiva iba a ser muy temporal, no para la vida futura. Ellos le tienen a Jesús como algo mágico, de modo que se quieren abalanzar sobre él; pero, sin rechazarlos, procura apartarse y se sube a una barca. Hoy también hay muchas personas que siguen a la Iglesia cuando hay algo extraordinario o algo espectacular. Hay personas que buscan objetos religiosos como si se tratara de algo mágico, sin preocuparse de formar su espíritu en sintonía con Jesucristo. No hay que despreciar a tanta gente sencilla que tiene una religiosidad en parte falsa; pero hay que tratar, con los medios que podamos, de que se formen lo mejor posible en su corazón, para que aprendan lo principal que es el amor a Dios y la entrega en servicio a los hermanos.
Esto de la barca tiene dos sentidos o dos finalidades. Una es, como he dicho, el evitar que le toquen con ese sentido mágico; pero también es para tener la oportunidad de poder hablar mejor, de modo que más personas, que estaban junto al lago, le pudieran oír y ver. Hoy Jesús usaría los altavoces, la radio y la televisión, como lo hace también la Iglesia; pero evitaría defectos que nosotros, los humanos, tenemos. Uno que  podemos tener en la predicación es el buscar el triunfalismo. El demonio nos quiere engañar y, lo mismo que entonces, quisiera hacer exclamaciones externas para incitar al egoísmo o la vanidad. Por eso Jesús les hacía callar. Hay también demonios entre nosotros que incitan a la violencia pretendiendo imponer alguna religión a la fuerza. Jesús huye de estos triunfalismos y se sube a la barca, que le servirá para poder llenar muchas almas de paz y esperanza en el amor de Dios.
El dueño de aquella barca sentiría la bondad y el agradecimiento de Jesús. También Jesús nos pide nuestras barcas para predicar. Barca para Jesús puede considerarse cuando una familia presta su casa para un encuentro espiritual, como sucede a veces en las misiones populares. Pero barca para Jesús es sobre todo nuestro ser, nuestra voz o nuestras manos, cuando son instrumento de evangelización. A Jesús no basta con oírle, sino que es necesario reconocerle en medio de las alegrías y contratiempos de la vida. No se puede fiar de las aclamaciones de la multitud, que a veces se entusiasma por cosas pasajeras, sino que desea el entusiasmo que cada uno ponga en lo profundo de su corazón, reavivando su fe quizá adormecida.

Lo mismo que en el evangelio, hoy también hay muchedumbres que andan necesitadas de la verdad y de la misericordia de Jesús. Algunos acuden sin saber por qué; pero hay otros muchos que están necesitados y no acuden a Jesús, como solución a los problemas de la vida. Muchos no lo hacen por culpa de nosotros que nos sentimos cómodos en la Iglesia, pero que por pereza no sabemos o no queremos mostrarles la verdadera salvación. La Iglesia siempre es misionera, pero por mucha técnica que tengamos o una barca con muchos adelantos, si en ella casi hemos echado fuera a Jesús por nuestra vanidad, nada conseguiremos.  Que Jesús llene todo nuestro ser, que le amemos con todo el corazón y nos entusiasmemos con El para que podamos ser instrumentos de paz y de bendición.

sábado, 14 de enero de 2017

2ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Jn 1, 29-34



Los domingos del tiempo ordinario nos deben ayudar a conocer mejor la persona de Jesús y sus mensajes. Con ello iremos logrando que nuestra vida se asemeje un poco más a la suya y así conseguiremos más la finalidad para la que hemos sido creados.

 San Juan Bautista nos da hoy un testimonio grandioso de la personalidad de Jesús porque había tenido una especial manifestación: Había visto la acción de Dios por medio del Espíritu sobre Jesús. Había sido para Jesús una experiencia espiritual de esas que hacen impacto en el alma y nos impulsan a la acción. Juan nos dice que no le conocía. Es posible que se conocieran externamente como de familia; pero ahora Dios, por esa experiencia, le había dado un conocimiento superior. También nosotros, si queremos testificar a Jesús, no debemos contentarnos con un conocimiento externo o sólo intelectual de Jesús, sino que debemos tener experiencia en nuestro interior de quién es Jesús y de que está entre nosotros (Nadie puede o debiera hablar de Dios sino tiene fe en él y vive lo que dice).
Este domingo sigue todavía con las epifanías o manifestaciones de Jesús. “He aquí el Cordero de Dios”. Nosotros estamos acostumbrados a escuchar esta expresión varias veces en la misa ¿Lo recordamos? Los israelitas lo estaban también por las Escrituras y por los sacrificios en el templo. Ya en el Éxodo aparece el cordero pascual, cuyo cuerpo es alimento y su sangre les salva de la muerte. El profeta Isaías en uno de los cánticos del siervo de Yavé (Is 53) presenta al cordero inocente que carga con nuestras culpas. En el N.T., para san Pablo (I cor 5, 7-8), Cristo es nuestro cordero pascual inmolado. Y en el Apocalipsis aparece el Cordero inmolado que es aclamado por la multitud.
Cuando los judíos ofrecían en el templo un cordero como sacrificio a Dios, en realidad querían quedar bien con Dios, pero sólo era una representación del perdón de los pecados. Este “Cordero de Dios”, que es Jesús, ofrecido a Dios para nuestra salvación, es “el que quita el pecado del mundo”. Podemos decir que hoy no gusta a muchos que se hable de pecado. Hoy por desgracia se ha perdido en muchos ambientes la conciencia de pecado. Algunos rechazan el pecado como para aliviar su conciencia, para disculparse. Pero la verdad es que nuestra sociedad no es inocente. Y el pecado no está sólo en los individuos, sino en las estructuras sociales, en los modelos de organización que se eligen y siguen sosteniéndose. Pecado hay donde reina la injusticia, la explotación y marginación. Los cristianos o personas de buena voluntad, que detectan el mal, no sólo deben contentarse con detectarlo, sino dar testimonio de que puede ser vencido por una vida donde reine el bien, la justicia, la paz y el amor.
El hecho de que Jesús sea “el Cordero que quita el pecado” significa que es nuestro Salvador. Y nos ha salvado uniéndose a nuestros sufrimientos. En otras religiones Dios o los dioses están tan lejanos de la tierra que ni conocen ni menos pueden tener experiencia de nuestros sufrimientos.
Nosotros aceptamos a Jesús como “el Cordero de Dios”, porque, siendo Dios, se ha acercado tanto a nosotros que está en medio de nuestros sufrimientos, no para quitarlos, sino para que, sufriéndolos, podamos hacer que esos sufrimientos tengan valor de redención. En estos tiempos actuales hay muchas personas que viven tan metidos en los adelantos materiales que sienten no necesitar ningún otro redentor que venga de fuera.  No sienten deseos de otra vida o del “más allá”. Les basta lo que pueden conseguir con sus propias manos.

Jesús, que ante el Bautista había pasado como un pecador, humillado, ahora es el que “quita los pecados”. Cuando en la misa le aclamemos como “Cordero de Dios”, sintamos que su entrega generosa nos sigue librando del mal que tantas veces hemos hecho, y prometamos unir nuestros esfuerzos a los suyos para que en el mundo haya un poco menos del mal y reine más la justicia y el bien.

jueves, 12 de enero de 2017

1ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mc 1, 40-45

                         
Hoy nos trae el evangelio de san Marcos la primera curación de Jesús a un leproso. Podemos decir que el desarrollo de esta narración nos da el esquema de lo que serán otras curaciones que Jesús realiza sobre éstos y otros enfermos: El enfermo se acerca a Jesús con fe, Jesús siente compasión y le estimula a que tenga más fe, realiza el milagro, soluciona los problemas sociales por causa de la enfermedad y quiere que el milagro pase desapercibido.
La lepra en aquel tiempo no sólo era tenida como tal la enfermedad como hoy se considera, sino diversas enfermedades de la piel que, por no conocer su origen ni su curación, los enfermos eran apartados de la sociedad. Este desprecio y alejamiento era algo que le hacía sufrir a Jesús y que le hace tener hacia esos enfermos una gran compasión. El evangelio, que no suele describir sentimientos concretos en Jesús, hoy nos dice que Jesús, al ver al leproso “sintió lástima”, se enterneció o sintió compasión. Esta es una llamada para nosotros que, por ser cristianos, como decía san Pablo, debemos “tener los sentimientos de Cristo”.
Tener compasión es “padecer con”. Es la capacidad de sentir en nuestra carne lo que el prójimo está sintiendo en la suya; es saber entrar en la sensibilidad de nuestros semejantes para hacerla nuestra; es incorporar a nuestra experiencia el dolor del otro, sea pequeño o grande, con lo cual nuestra comunicación humana será más auténtica; y es comprender al otro, aunque comprendamos que merece castigo. Por eso no seamos duros ni siquiera en las cosas justas: oigamos con respeto a quienes tenemos que corregir, pues comprendamos que quien se equivoca, sufre por ello. Debemos amar a quien toma decisiones equivocadas en épocas malas de su vida. Precisamente por ello necesita de compasión y comprensión para que pueda reorientar su vida. Y esto lo debemos hacer como hermanos y amigos cristianos.
Jesús se acerca al leproso y le toca para curarle. Quizá con ello quiere manifestar que no está de acuerdo con aquellas normas de segregación social. En varios momentos de su vida Jesús nos enseña que las leyes no pueden estar por encima de la caridad o del valor humano. Las leyes no se pueden considerar absolutas, si no son para ayudar a la humanidad. Sin embargo, por el bien común, tendremos que seguir muchas normas sociales, aunque quizá no estemos de acuerdo. Una de aquellas leyes era el que los leprosos, si eran curados, debían obtener una certificación de los presbíteros para incorporarse a la sociedad. Como esto era un gran bien para aquel enfermo, Jesús aprovecha la ley y se lo manda hacer a aquel leproso.
En nuestras sociedades también encontramos gente excluida de alguna manera: pueden ser enfermos de SIDA, encarcelados, etc. Tener compasión no es sólo sentir, sino hacer algo que esté en nuestras manos para dar soluciones. Nosotros también, de una u otra manera, estamos enfermos en el cuerpo y más en el alma. Acudamos a Jesús con fe y le digamos: “Señor, si quieres, puedes curarme”.

Jesús le dijo muy seriamente al que había sido enfermo que no lo dijera a nadie. No se trataba de pasar desconocido ni era una falsa modestia. Se trataba de que aquella sociedad no estuviera preparada aún para comprender lo que era el verdadero espíritu de Jesús, ni lo que significaba para Él el ser Mesías. La gente, como muchos hoy, sólo piensa en cosas espectaculares que puede haber en la religión. Ser Mesías, o ser cristiano hoy, es sobre todo sentirnos hermanos todos, especialmente con los enfermos, con los marginados y los pobres, con los que sufren, y tener los sentimientos de Cristo, que son la compasión, la misericordia y el perdón. Pero, si hemos sentido en nuestro ser, la purificación y la gracia del Señor, no temamos publicar su misericordia, para que otros muchos puedan acercarse a la fuente de la gracia, que es Cristo, que nos espera a todos, especialmente en la Eucaristía.

miércoles, 11 de enero de 2017

"SIEMPRE HAY TIEMPO"

El Evangelio de hoy nos habla de la habitación de Jesús. No de la física, de las cuatro paredes y la puerta, sino del lugar de su descanso. El Evangelio nos cuenta la actividad de Jesús: cura, enseña, expulsa demonios…, y reza. Esa es la “habitación” de Jesús: la oración, el trato con su Padre. Todos tenemos mucho que hacer, la agenda está llena de ocupaciones (excepto uno que yo conozco, ¡bendito sea!). Y tenemos el peligro de hacer de la oración un apunte más en la agenda, otra actividad más. Y dentro de la multitud de cosas pendientes para hacer, que dejamos para otro momento, puede ser que la oración entre dentro de una de ellas. O sea, de esas cosas que empezamos tarde y acabamos pronto, o que ante cualquier interrupción se corta y ya se seguirá…, o no.
Hoy especialmente un hijo de Dios tiene que ser muy activo, pero sin caer en el activismo. Muchas veces al día tiene que irse a su “habitación” y hablar con su Padre Dios. Busca el mejor momento para hacerlo.

Hace unos meses publicaban en algunos periódicos que muchos hombres importantes de negocios se estaban acostumbrando a levantarse a las 4 ó 5 de la mañana para sacar un rato de trabajo sin que les molestasen los correos electrónicos, ni las llamadas, y estaban muy orgullosos de cómo les rendían esas horas. Si hay personas que los hacen por dinero ¿no lo harás tú por Dios? No podemos pedir a una madre o padre de familia que se levante a las 5 de la mañana, pero no tengas miedo a buscar tu rato para Dios y defenderlo. Cuando se consigue un rato sólo para Dios se puede estar con Dios todo el rato. Empezando el día de la mano de tu Padre Dios las “urgencias” se atenúan, las prisas se moderan, las voces interiores se acallan y los enfados se disipan. También es muy bueno que rece el matrimonio juntos, aunque sólo sean 5 minutos antes de despertar a los niños. Cada uno sabrá el tiempo que tiene, en la oración no hay tiempos pequeños ni demasiado grandes. No hay que engañarse en no rezar porque tenga solo cuatro minutos al día, pues ¡benditos cuatro minutos!, ni holgazanear ante la televisión porque tenemos tres horas libres. ¡Benditas tres horas! Lo fundamental es rezar y con constancia. Y luego llenar el día de oraciones, aunque sólo sean de unos pocos segundos. ¡Qué distinto sería el mundo si todos rezásemos aunque sólo fueran 15 minutos al día! No podemos obligar a nadie a rezar, pero podemos empezar nosotros. De la mano de María contempla a su Hijo, habla con Él, cuéntale cosas, verás que rápido se te pasa el tiempo y estarás deseando estar más tiempo en la habitación con Jesús.