sábado, 31 de diciembre de 2016

1 de Enero de 2017, Maternidad de María: Lc 2, 16-21


Hoy tenemos varias celebraciones: comienza el nuevo año, pero sobre todo es una gran fiesta de la Virgen como Madre de Dios y es la octava de Navidad y la circuncisión de Jesús e imposición de su nombre. También es la jornada mundial sobre la paz.
1. Comienza el nuevo año. Esto no es una celebración litúrgica, sino algo sólo convencional en el calendario civil. En otras civilizaciones o culturas comienza el año en otras fechas. Lo nuestro del 1 de Enero viene de una costumbre romana en que comenzaban a regir los cónsules. Pero es una ocasión y una oportunidad para pensar que el tiempo pasa y que debemos hacer realidad lo de: “año nuevo, vida nueva”. El tiempo no es algo fijo, nosotros pasamos por él y ya no lo podemos recuperar, sólo podemos aprovechar mejor el que va a venir. Este es un tiempo de bendición, como comenzamos en la primera lectura de la misa. Pero no sólo queremos que Dios nos bendiga. Todos debemos ser bendición para los demás y para el mundo. Por eso aprovechemos el comienzo de un nuevo año para una mayor limpieza de nuestras culpas y un hermoso deseo de aprovechar esta oportunidad que nos da Dios.
2. Celebramos sobre todo la solemnidad de María Madre de Dios. Es el mayor título que un ser creado puede tener. Ha habido muchos que dicen ser impropio de María llevar ese nombre porque a Dios nadie lo ha hecho. En parte tienen razón; pero María es la madre de Jesús y, como Jesús, además de hombre, es Dios, a su madre la podemos llamar Madre de Dios. Así lo entendieron los obispos reunidos en Éfeso en el año 431. Y desde entonces así la proclamamos, señalando la unión tan profunda con su Hijo “en las penas y alegrías”, y también en la redención y en las gracias que Dios nos va dando. Por eso es también nuestra madre espiritual y madre de la Iglesia. En este día nos alegramos por las maravillas que Dios ha hecho en su madre. Ella, aun colmada de dones, siguió siendo libre y cooperó generosamente. Si María es nuestra madre, la contemos nuestros problemas y pidamos su ayuda para superarlos; pero sobre todo hagamos en este nuevo año lo que gustaría a nuestra madre del cielo.
3. A los ocho días circuncidaron a Jesús. A nosotros nos puede decir muy poco; pero era muy importante para los israelitas: era el día de la entrada y aceptación legal en la comunidad de Israel y de hacerse responsable de la carga que supone la ley. Era como otro nacimiento. Nacer es comenzar y, en cierto sentido, nacemos varias veces. Hasta en lo material, cuando alguno se ha salvado de un gran accidente, dice que ha vuelto a nacer. También puede decirse cuando comienza una vida social muy diferente, como era la circuncisión para los israelitas. Y mucho más nacemos nosotros cuando comenzamos una vida de gracia, como es el bautismo.  Y así como para nacer a la vida del cuerpo se necesita ayuda externa, así es para la circuncisión y el bautismo.
El nombre de Jesús se lo puso el mismo Dios. Así el ángel se lo dijo a María y a José. Los israelitas daban mucha importancia al significado, y Jesús significa “Dios salva”. Debemos poner mucho amor y confianza al pronunciar este bendito nombre.

4. Jornada mundial de la paz. Así se llama este día desde 1967. Todos los años el papa nos da un mensaje especial sobre la paz. En este año de 2017, en que se cumplen 50 años de mensajes, el del papa Francisco es: “La no violencia: un estilo de política para la paz”. Dice el papa que la caridad y la no violencia deben guiar el modo de tratarnos en las relaciones interpersonales, sociales e internacionales. No se puede responder a la violencia con otra violencia, sino que la “no violencia” debe ser algo activo, como en realidad ha sido en personas conocidas. Pero no basta. Para que sea una mentalidad, algo efectivo a nivel mundial, debe penetrar como un estilo de actuar en la política de los estados y pueblos. Por eso hace un llamamiento a favor del desarme, como también de la prohibición y abolición de las armas nucleares. La no violencia debe penetrar en primer lugar en la vida de las familias. Que María, madre de Dios y madre nuestra nos ayude a conseguir la paz.  

jueves, 29 de diciembre de 2016

                                        29 de Diciembre: Lc 2, 22-35

El evangelio nos presenta un suceso de la infancia de Jesús: el momento en que, como cualquier niño de Israel, es llevado en brazos al templo y, como cualquier niño primogénito, es rescatado con una ofrenda. Era una ley muy antigua. En tiempos de Moisés, y poco más, los primogénitos de cada familia se debían dedicar al culto a Dios. Luego vieron que era más práctico que se dedicase una tribu, que era la de Leví. Entonces los primogénitos se ofrecían a Dios, pero eran rescatados de esa obligación por una donación de un animal, que solía ser un buey o un cordero; pero los pobres, como José y María, daban dos palominos.
Jesús es ofrecido al Señor. El era el Señor; pero “se anonadó tomando la condición humana”. Allí nada indicaba su condición divina. Era un niño pequeño como tantos otros. Además un niño de familia pobre. Sin embargo Dios revela al anciano Simeón que aquel niño no es como los demás. Simeón era un hombre de esperanza. Todo Israel esperaba al Mesías; pero para la mayoría era una esperanza desesperada. Simeón había sentido como una voz de Dios de que vería al Mesías antes de morir. Esa esperanza se vuelve alegría al subir ese día al templo y encontrarse con aquella familia pobre. Siente la presencia de Dios, toma al Niño en sus brazos y comienza a bendecir a Dios. Se le han colmado sus esperanzas y le dice a Dios que ahora ya está dispuesto para marchar, se pone en sus manos.
Hay muchos momentos en que podemos sentir a Dios que está junto a nosotros o dentro de nuestro ser, a través de las pequeñas cosas de cada día. En cada momento podemos ver la voluntad de Dios. Hace falta vivir en la fe, con la esperanza de sentir a Dios en medio del amor. Hoy en la primera lectura, siguiendo la primera carta de san Juan, nos habla de la luz que es conocer a Dios (1 Jn 2, 3-11). Pero estar en la luz no es sólo conocer a Dios de modo intelectual, sino sobre todo de forma experimental o vital. Por eso dice san Juan que mostraremos que conocemos a Dios si guardamos sus mandamientos. Luego dirá que el principal mandamiento de Jesús, el mandamiento nuevo, es el amor al prójimo. Los que lo cumplen son los que están en la luz.
Hoy Simeón proclama a Jesús como “luz de las naciones”. También Zacarías había bendecido a Dios después del nacimiento del Bautista; pero veía la salvación sólo para el pueblo de Israel. Ahora Simeón va más allá de las expectativas de los profetas y justos del Ant. Testamento y comprende, inspirado por Dios, que aquel Niño es el Salvador de todo el mundo. Seguir a Jesús es estar en la luz, que es fuente de vida. En medio de tantas tensiones del mundo es necesaria la luz en el alma para tener una verdadera libertad, la liberación que hoy se proclama por medio de Jesucristo.
Estar en la luz, en la libertad, en la alegría, mientras estamos en esta vida, no quiere decir que no tengamos contradicciones y persecuciones. Simeón hoy proclama también que Jesús está destinado para ser “signo de contradicción”. De hecho en esta vida no puede estar el amor sin sufrimiento. María, que es la persona más unida a Jesús en el amor y en la misión salvadora, también estará unida en los sufrimientos. Un día dirá Jesús que no ha venido a traer paz, sino guerra y división, porque su mensaje es exigente y hay que tomar partido: o estamos con Jesús o contra El. Por eso puede haber división hasta en la propia familia. El Señor nos dará luz, si le buscamos sinceramente, si deseamos siempre cumplir su voluntad.
Jesús nos ha dado a comprender en la Navidad el misterio de su amor, su entrega por nosotros. Esta entrega sigue permanente en la Eucaristía. Cuando le tenemos en nuestros brazos o en nuestro pecho podemos bendecir a Dios porque El nos da las caricias de su amor; pero nos estimula para que mantengamos ese amor a través de los contratiempos de la vida, siempre buscando hacer el bien, para poder recibir un día el premio que para Simeón fue como un anticipo del cielo

lunes, 26 de diciembre de 2016

Día 26 de Diciembre. San Esteban: Mt 10, 17-22

                    


En la primera Navidad los ángeles anunciaron a los pastores que había nacido un Salvador. En esta nuestra situación, envuelta en pecado, no puede haber salvación sin sufrimiento. Aunque ese sufrimiento terminará en gloria y resurrección. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de san Esteban, el primer mártir. Consideramos un hecho de violencia y sin embargo es día de fiesta, de gloria. No por la violencia o el triunfo que creyeron tener los violentos, sino por el verdadero triunfo de quien entrega su vida dando testimonio de la fe en Jesucristo y pidiendo perdón por los que le están matando.
San Esteban era uno de los siete diáconos que habían sido nombrados para ayudar a los apóstoles. Una razón para ser nombrados estos diáconos eran las quejas que venían de los cristianos griegos o venidos del paganismo de que ellos, especialmente las viudas, eran peor atendidos que los que procedían del judaísmo. Por eso los siete diáconos eran más bien cercanos a los griegos, como se ve por sus nombres. Así que manifestaban una clara apertura de la Iglesia hacia todo el mundo. Esto molestaba tremendamente a los fundamentalistas de aquel tiempo: porque se apartaban más de las leyes tradicionales judías. Por eso principalmente vino la persecución.
Entre los siete diáconos se destacaba Esteban. No sólo atendía a los pobres, que era su primera ocupación, sino que, como dice la Escritura, por estar “lleno de fe y del Espíritu Santo” discutía con los jefes de la sinagoga, que no podían argüir las palabras llenas de sabiduría de Esteban. También dice el libro de los “Hechos” que “lleno de gracia y de poder” hacía prodigios y señales en el pueblo. Por todo ello aquellos jefes de la sinagoga quisieron hacer con Esteban como lo habían hecho con Jesús: Sobornaron a algunos para que testificaran que Esteban había sido blasfemo, excitaron a mucha gente contra él y lo llevaron al Sanedrín para ser juzgado como reo de muerte.
Jesús no les había prometido a los apóstoles grandezas humanas. Hoy vemos en el evangelio que les dice que vendrán persecuciones y que muchos serán acusados y llevados a los tribunales y serán azotados. Cuando san Mateo escribía el evangelio, seguramente tenía presentes varias persecuciones reales. Entre ellas la que ocasionó la muerte de Esteban. Pero también les dijo Jesús que no se preocuparan por lo que tendrían que hablar, porque “el Espíritu del Padre hablaría por ellos”. Así fue con san Esteban. Habló cosas maravillosas interpretando la historia del pueblo de Israel en función de la venida de Cristo. Pero cuando, mirando al cielo, dijo que Jesús estaba a la derecha de Dios, colmó la paciencia de aquellos “matones”, que le sacaron fuera y le apedrearon hasta la muerte. Es la cobarde reacción de los violentos, que al no poder triunfar con argumentos y menos con la pureza de vida, atienden a la ley de la fuerza.
En el cristianismo el hecho de las persecuciones y martirios es una ocasión para el anuncio de la palabra de Dios. Siempre queda algo bueno para alguno. Allí estaba el joven Saulo, que estaba de acuerdo con esa muerte y que estaba cuidando los mantos de los que apedreaban a Esteban. El valor y la entereza que mostró el mártir se le quedó grabado para siempre y mucho tuvo que influir en san Pablo para convertirse.
Las últimas palabras de san Esteban fueron primero para ofrecer su espíritu al Señor Jesús y luego para perdonar con una oración a los que le estaban apedreando: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. En esto nos enseña que tenía los sentimientos de Jesús. A nosotros seguramente no nos apedrearán hasta la muerte; pero continuamente tenemos motivos y ocasiones para perdonar. Es una gran lección.

A veces nos resulta raro el constatar que se persiga hasta la muerte a personas que sólo desean hacer el bien. Es el egoísmo que no aguanta estar cerca de la virtud. Hay martirios breves e intensos como el de san Esteban; y hay otros largos y constantes, como el ser fieles a Dios en el cumplimiento del deber y en la entrega total. Hoy Jesús nos dice que sólo los que perseveren llegarán a la salvación.

sábado, 24 de diciembre de 2016

MISA DE NAVIDAD 2016

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Llegó la Navidad. Normalmente esta palabra nos trae brisas de alegría y nos da contento el saber que estamos en el día de los regalos, del arbolito o el “nacimiento”, de los adornos, de la buena comida. Es porque estamos celebrando un cumpleaños especial. Pero ¿De quién? Desgraciadamente muchos que abundan en la comida y sobre todo en la bebida no nos podrían dar una respuesta exacta. Pero nosotros sí lo sabemos y queremos preparar, si no lo tenemos, un buen regalo para Él.
En la primera misa de Navidad, por la noche, se nos dice con entusiasmo: “¡Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado!” Claro que no es un niño cualquiera: es Dios que nos trae la salvación. Y para mostrar mejor esa salvación se hace niño pobre, sencillo y humilde en el portal de Belén. Tampoco tenemos por qué acentuar demasiado las tintas diciendo cosas que no están en el evangelio. No tenían porqué llegar a Belén en el último día buscando desesperados un lugar para el nacimiento, pues sería indigno de san José el exponer así a María. Tampoco debemos acentuar el que nadie les recibiera (lo de san Juan es en sentido místico y espiritual), pues sería indigno de la hospitalidad de todo un pueblo. Sencillamente no había sitio en la posada pública, o más bien, como ahora suelen decir muchos comentaristas, no tenían sitio en la sala principal de la casa (y quizá la única) donde estaban alojados, pues estaba mal visto que el nacimiento fuese en medio de la gente con niños. Por lo cual, para ese momento, tuvieron que ir a la parte trasera de la casa donde solían tener algunos animales. El hecho es que Dios se revela a unos pastores y éstos van a ver a un niño que ha nacido en Belén (no necesariamente en las afueras), a un lugar donde hay un pesebre, a un lugar donde suelen comer animales. Todo muy normal, pero sencillo.
Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios. La realidad y nuestra fe nos dice que ahí está Dios hecho hombre, rodeado por su madre María y por san José. Y ahí queremos estar nosotros como los pastores para adorarle.
Y también para darle un beso ¿Y qué le vamos a decir? Debemos agradecerle todo ese inmenso amor y decirle que le queremos corresponder con un gran amor. Y como muestra de amor debemos darle algún regalo. Él no necesita ningún regalo material, porque todo lo hubiera podido tener y no ha querido nada material para que se vea mejor su amor por nosotros. Sin embargo no rechazaría muchas cosas materiales para tantos niños, y no tan niños, que viven necesitados, porque en las casas pobres también Jesús quiere nacer y quiere que allí se sientan contentos. Pero quiere sobre todo nuestro corazón. El ofrecer nuestro corazón suena bonito, pero no es fácil. Es poner nuestro corazón junto al suyo para tener “los mismos sentimientos”. No sería regalo el seguir igual que como éramos, sino el hacer algo más o bastante más.
Al acercarnos a Jesús Niño debemos también aprender algunas lecciones. Una que es evidente es que para ser grandes en el Reino de Dios, no es necesario tener mucho dinero y poder. Más bien esto suele ser impedimento, porque los que tienen mucho material se creen que todo lo pueden y que no necesitan de nadie ni de Dios. Estos no suelen postrarse ante el Niño de Belén. Los que se sienten más cómodos en el Reino de Dios (y ante el portal de Belén) son los que, viviendo con su trabajo normal, tienen un corazón de niño, porque ponen su confianza en Dios, como los pastores.

El nacimiento de Jesús no es sólo algo que pasó. Hoy sigue naciendo en la Eucaristía y en nuestro corazón. Jesús nos ilumina y nos alienta para seguir su ejemplo de vida. Para ello nos dice, como el ángel a los pastores: “No tengáis miedo”. Que los deseos de mayor bondad sigan profundos en nuestro corazón, a ejemplo de María que iba conservando todos los sucesos en su corazón. Y que la paz que proclamaron los ángeles a los pastores inunde nuestros corazones en este día.

domingo, 18 de diciembre de 2016

4ª semana de Adviento. Domingo A: Mt 1, 18-24

                    
Estamos en el 4º domingo de Adviento, que quiere decir el domingo inmediato anterior a la Navidad. Y en este domingo todos los años la Iglesia nos presenta a la Santísima Virgen María, como la que mejor se ha preparado para vivir santamente los días de Navidad. Ella tuvo un adviento especial durante nueve meses y nos enseña a esperar de modo que Jesús nazca también en nuestro corazón.
Pero en este año, el ciclo A, en el que el evangelio será principalmente según san Mateo, juntamente con María nos presenta a san José, el hombre bueno. María, después de la Anunciación, había ido a casa de su prima Isabel y, cuando volvió a los tres meses, se notaba que iba a tener un niño. Eran los meses en que ya se consideraban esposos, pero no vivían juntos. El esposo aprovechaba esos meses para preparar la casa donde debía recibir a su esposa. Algunos durante esos meses ya esperaban a un niño; pero no estaba bien visto. Los que se consideraban fieles a las leyes, que era lo mismo como ser fieles a Dios, esperaban hasta convivir.
Hoy se nos exponen las dudas y las angustias de san José ante esta realidad que María ya no puede ocultar: va a ser madre. Alguno, cuando oye esto, cree solucionarlo pronto con una buena conversación: ¿Porqué María no le contó...? No hay que ver las cosas bajo nuestra mentalidad democrática y modernista. En aquel tiempo los novios no podían hablar mucho a solas y menos en privado. Era muy difícil que san José, ni nadie, creyera lo del Espíritu Santo dicho sólo por María. El hecho de que San José dudara de María no se le puede reprochar demasiado: según la manera de actuar entonces, no podía conocer a María demasiado, ni su voto de virginidad, ni la mujer totalmente fiel y piadosa, que luego conocería. El joven José, sin tener explicaciones, sentiría el natural rechazo de hombre ofendido e inculcado su derecho de esposo.
En este momento, el evangelio dice de José que “era justo”. Hoy el evangelio nos propone a san José como modelo de justicia. No se trata de una justicia que pretende defender sus derechos, al estilo del Ant. Testamento. En este caso, como buen judío, debería defender la ley y las costumbres y debería castigar el adulterio. Era justo que salvase su honor con un divorcio público para quedar bien ante la opinión pública y hasta con derecho de ser indemnizado. Pero José era justo a la manera cristiana, que también se decía de los buenos israelitas: es el hombre piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina, bueno y caritativo con el prójimo. Y porque era bueno, no podía permitir que María fuera entregada a la vergüenza pública. Prefería que las culpas se las echasen a él, habiendo abandonado a la “pobre muchacha”. Y esto es lo que piensa hacer, como una ofrenda a Dios y un acto de respeto a su esposa. En este momento Dios soluciona las cosas y un ángel (no sabemos cómo) le revela el gran misterio de la Encarnación. El respiro de José tuvo que ser muy grande y el amor hacia su esposa y el Niño que llevaba en sus entrañas también muy profundo.

 Para san José no sólo fue conocer de parte de Dios un gran misterio, sino recibir una gran tarea. Desde ese momento él iba a ser responsable de ese niño. Eso es lo que significaba el “poner el nombre” al Niño. Le pondría “Jesús” que significa Salvador, pues nos salvaría de los pecados. Para el evangelio de san Mateo, que iba dirigido a los judíos, tenía la importancia de exponer que legalmente Jesús era descendiente de David, según las profecías. Para nosotros san José es el ejemplo de aceptación de la voluntad de Dios y aceptación del cambio de planes en su vida. Muchas veces nosotros hacemos con gusto lo que hemos programado nosotros mismos; pero ¡Cuánto nos cuesta seguir los planes de los demás! A veces Dios nos propone sus planes a través de superiores y de circunstancias que no esperábamos. Pero en esas circunstancias está Dios con nosotros. En estos días de Navidad Dios se acerca más a nosotros, como niño, para que nosotros, también como niños, estemos disponibles para El.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

8 de Diciembre. Fiesta de la Inmaculada: Lc 1, 26-38



 Hoy nos alegramos con toda la Iglesia por ser una fiesta muy especial de nuestra Madre, la Stma. Virgen María. Entre tantas fiestas en honor de la Madre de Dios, hay dos más especiales para toda la Iglesia: el comienzo de la vida de María, como Inmaculada o llena de gracia, y el final, que fue su Asunción en cuerpo y alma al cielo.
Nos alegramos cuando tenemos algo bueno; pero nada mejor podemos tener que la vida de gracia en nuestra alma, que es lo que nos dará la plena felicidad para siempre. Por eso hoy celebramos el hecho de que la Virgen María estuvo llena de gracia, limpia de todo pecado desde el primer instante de su concepción. La concepción es el momento en que Dios crea el alma uniéndola a la materia, que proviene de los padres: es el momento en que comienza la vida humana.
La Biblia no menciona explícitamente este dogma o creencia de fe. Lo creemos y sabemos por la Tradición, es decir, por la autoridad que les dio Jesús a los apóstoles y a sus sucesores para interpretar dignamente mensajes que nos da la Sagrada Escritura. Con el tiempo algunos mensajes se clarifican, como este dogma de la Inmaculada. Así, después de ponerse de acuerdo todos los obispos, siguiendo la devoción del pueblo cristiano, el papa lo proclamó como una verdad que debemos creer y tomar en consideración para nuestra vida cristiana. Era el 8 de Diciembre del año 1854 cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad.
Se basaba en algunas palabras de la Biblia. El primer pasaje importante es el que nos narra la primera lectura de la misa de este día. Es el capítulo 3 del Génesis. Allí aparece una lucha entre la serpiente, que simboliza el demonio o fuerzas del mal con el Redentor de la humanidad. Y unida con el Redentor aparece una mujer que “aplastará la cabeza de la serpiente”. Esto quiere decir que habrá una mujer, unida al Redentor, que no tendrá que ver nada con el pecado. Para que el triunfo sea total debe estar sin mancha de pecado “desde el primer momento de su concepción”.
En el evangelio de este día aparece el ángel Gabriel saludando a María con esa expresión de “llena de Gracia”. Es como el nombre propio de la Virgen. Significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Y no se trata de algo conseguido entonces, sino como si fuese algo propio e innato en el alma de María. Por eso aquello de “el Señor está contigo”. Esta es una expresión que aparece en otros lugares de la Biblia; pero aquí se realiza con pleno sentido, porque Dios está más presente cuanto mayor sea el grado de gracia que hay en el alma.
Estos no son argumentos definitivos; pero la Iglesia reflexiona con la ayuda de Dios. Y ya desde los primeros siglos de la Iglesia había teólogos que reflexionaban sobre la conveniencia de que Dios diera esta inmensa gracia a la que iba a ser su madre. En el día de nuestra Madre en algunos sitios se celebra a las otras madres. Pero podemos ponernos a pensar: si nosotros hubiéramos podido hacer a nuestra madre, es decir, darle las cualidades que nos hubieran parecido mejores ¿Qué no hubiéramos hecho para nuestra madre? Pues como Dios lo que más estima son los valores espirituales, la grandeza de alma, no escatimó nada para embellecer espiritualmente a su Madre, sin que el pecado pudiera dañarla ni en el primer momento de su concepción.

Por eso hoy nos alegramos al considerar la belleza de la Madre celestial. Pero también es un mensaje para que busquemos la mayor purificación para nuestra alma. María es nuestra madre, pero es también el modelo a seguir. Ella también fue redimida por Jesucristo, aunque de modo adelantado. Nosotros, aunque somos pecadores, fuimos hechos limpios por el bautismo. Sin embargo ¡Cuántos pecados hemos ido acumulando! En este día pidamos fortaleza a Nuestro Señor para limpiar nuestra alma y, fijándonos en el modelo de limpieza, que es la Inmaculada, caminemos por el camino de la gracia y santidad para que un día nos podamos ver y gozar con María en el cielo.

martes, 6 de diciembre de 2016

2ª semana de Adviento. Martes: Mt 18, 12-14

En el ambiente de Adviento, en que se habla de conversión, es natural que se hable de la misericordia de Dios, que busca al pecador. Hoy lo hace por medio de la parábola de “la oveja perdida”. Hay muchos que no han visto un rebaño de ovejas, o quizá sólo por medio de la televisión. Son animales dóciles, pero un poco tontitos: Si ven algunas hierbas que les gustan, se van apartando del rebaño. El pastor tiene que estar atento, o a veces el mismo perro que suele llevar el pastor, para hacerlas entrar en el grupo. Pero alguna vez el pastor se descuida y la oveja se va marchando hasta que se pierde, sobre todo si se enreda en algunos matorrales. Este ejemplo, al ser parábola, se traslada a las personas que, atolondrados por los atractivos del mundo y enredados por estas redes mundanas, se pierden del grupo donde están las gracias de Dios.
Debemos ponernos en el puesto de aquel pastor que tiene cien ovejas, que al ser lo único para el sustento de su familia, según va vendiendo alguna, se siente muy triste si pierde una. Entonces procura dejar encerradas las 99 y se va, aunque tenga que pasar dificultades, a buscar la perdida. Si la encuentra, se llena de alegría. Esto es lo que hace Dios con nosotros si nos perdemos. Dios no se queda indiferente ante una infidelidad: se preocupa en mandar gracias para el arrepentimiento. Sólo que nosotros no somos como ovejas sin voluntad propia. Él mismo nos ha hecho libres. Pero si nos hemos apartado de su amor y luego nos arrepentimos, la alegría de Dios es inmensa.
Termina la parábola diciendo que Dios, nuestro Padre, no quiere que se pierda ninguno de estos corderillos. En la palabra “pequeños” podemos ver a toda persona marginada, los pobres, humildes y abandonados, y de una manera especial a los pecadores. Todos son importantes para Dios. Este ejemplo de la oveja perdida lo manifestó Jesús con su propia vida, dispuesto siempre a perdonar.
Todos somos débiles y, aunque no nos sintamos muy extraviados, en este tiempo de Adviento es más propio para rectificar el camino y podernos encontrar en los brazos amorosos de Jesús. Pero la parábola nos enseña también nuestra actitud para con los demás. ¿Sabemos respetar a los demás, esperarles, ser comprensivos con ellos y ayudarles a encontrar el verdadero sentido de sus vidas? ¿Nos alegramos de verdad, como se alegra el Señor, si alguno cambia de vida y se entrega más al Señor?
De alguna manera todos somos algo pastores, todos somos responsables de los demás. Debemos tener un corazón grande. No vivimos aislados. Por eso no debemos ser indiferentes ante cualquier desgracia, y la desgracia más grande es el pecado: es la actitud de aquel que ha perdido a Dios o ha perdido la esperanza de vivir. Los males de unos son también males nuestros. A veces debemos dejar nuestros intereses particulares para ir en busca del hermano extraviado.

Que la Santísima Virgen María, Madre del Adviento, nos ayude a imitar los sentimientos paterno-maternales del Señor para que entre todos formemos un gran grupo donde nos sintamos más hermanados en la espera de la Navidad.