
La caída del
muro mostró al mundo la mentira sobre la que se apoyaba el régimen. El supuesto
desarrollo económico era endeble e insostenible, los éxitos deportivos se
basaban en un doping sistemático -convertido
en asunto de Estado-, y la policía de seguridad (Stasi) ha pasado a la historia como modelo de represión. La
vocación fiscalizadora propia de todo sistema totalitario, unida al carácter
concienzudo de los alemanes, dio como resultado un Estado paranoico que,
adelantándose a la época de big data,
pretendió controlar por completo las
vidas de millones de ciudadanos.
Recuerdo a
título de ejemplo el caso de Michael Müller y Rainer Schottlaender. Estos dos estudiantes
de Física de Berlín Oriental difundieron en 1969 un simple folio -veinte por
catorce centímetros, tres gramos-, escrito a máquina y multicopiado, en el que
exigían el final del adoctrinamiento marxista-leninista en las aulas
universitarias. Las autoridades comunistas emprendieron una exhaustiva
operación de búsqueda para detener a los responsables: interrogaron a 9.000
estudiantes, examinaron 1.300.000 documentos de identidad, registraron los
comercios de todo el territorio nacional que vendían máquinas de escribir.
90.000 policías e informantes se afanaron durante meses en la búsqueda de los
autores de la “hoja volandera más cara del mundo”, afortunadamente sin éxito.
Este incidente, que hoy nos parece casi
surrealista, ilustra a la perfección la idiosincrasia de un régimen
profundamente inhumano. Cuesta entender que la presidenta Bachelet lo siga proponiendo
como modelo.
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