viernes, 20 de mayo de 2016

Domingo de la Santísima Trinidad C: Jn 16, 12-15


Hoy es una fiesta importante en la Iglesia, porque queremos celebrar a Dios en su esencia interior y en su relación con nosotros. Si Dios nos ha creado y es nuestro destino eterno, nos interesa más que todo conocer a Dios lo más íntimamente posible. Nuestra razón nos dice que Dios es solo uno, porque debe haber Alguien que sea principio de todo y que tenga todas las buenas cualidades posibles, como el ser eterno, todopoderoso, inmenso, y sobre todo ser bueno. Esto es lo principal que nos reveló Jesús: que Dios es AMOR. Y por el hecho de que es amor, medio comprendemos algo de que, aunque sea uno, no puede estar solo, no puede ser alguien solitario, sino que debe ser como una familia donde circule ampliamente el amor.
El misterio de la Stma. Trinidad, un solo Dios y tres personas, de alguna manera tiene ALGUNOS indicios en el Ant. Testamento y en otras religiones; pero fue Jesucristo quien nos lo reveló y nos enseñó la grandeza del amor del Padre entregando a su Hijo, quien al mismo tiempo con el Padre envía al Espíritu Santo para ayudarnos en nuestro caminar hacia Dios. En este año, que es del ciclo C, nos presenta el evangelio unas palabras de Jesús en la Última cena. Ahí les dice a los apóstoles que tendría que decirles muchas cosas o explicarles más ampliamente todo lo que les había dicho en aquellos años; pero ellos aún no están capacitados para comprenderlo todo. Por eso, al marcharse de este mundo, les envía Alguien que les va a ayudar a comprender todo.
Ese Alguien, de quien habla ampliamente en esa Cena, es el Espíritu Santo, una persona divina, porque va a realizar acciones que sólo Dios puede hacer. Él dará total gloria a Jesús y nos enseñará con exactitud lo que Jesús estaba enseñando. Pero dice Jesús que lo que enseña no es suyo, sino que El mismo lo ha recibido del Padre. De aquí la grandeza de este misterio, que se fundamenta en el amor interno.
Este amor de Dios no se queda entre los Tres, sino que sale a crear seres con los cuales pueda gozarse en el amor. Por eso creó ángeles, seres espirituales, y seres humanos, que somos mezcla de materia y espíritu. Nos creó para que haya un intercambio de amor ahora y por la eternidad. Por eso este misterio de la Stma. Trinidad no es sólo el centro de nuestra fe, sino, como dice el catecismo, debe ser el centro de nuestra vida. Nuestra fe nos dice que el Padre envía a su Hijo como muestra del inmenso amor por la humanidad, el Hijo, con suprema obediencia, se entrega a la muerte por amor a la humanidad, y el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo para actualizar la obra salvadora de Jesús entre nosotros por todos los siglos.
Para cada uno de nosotros es diferente Dios, Según sea nuestra relación con él. Nuestra vida será distinta si actualizamos nuestra postura de hijos ante Dios Padre, que nos ama más que el mejor de los padres o de las madres, si convivimos con una experiencia más fraternal hacia Jesucristo, que resucitado está vivo en la Iglesia, especialmente en la Eucaristía, y si sabemos tratar en amistad con el Espíritu Santo, que nos da la fuerza del vivir para poder realizar las labores humanas con una vitalidad casi divina por medio de los dones del Espíritu.
Muchas veces invocamos a la Stma. Trinidad y lo hacemos con poca atención. La Santa Misa está envuelta en invocaciones a la Trinidad: Comenzamos haciendo la señal de la cruz en el nombre de la Trinidad y terminamos con la bendición que da el sacerdote en el nombre de la Trinidad. Dentro de la misa está el gloria, que es alabanza a los Tres, el Credo, profesando nuestra fe en la Trinidad. Y así casi todas las oraciones, que se dirigen al Padre, por medio de su Hijo en el Espíritu.

 Muchas veces decimos: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Que lo digamos con entusiasmo y mucho amor, para que esa comunidad de vida que hay en la Trinidad sea un ejemplo a seguir en nuestras comunidades, ya que hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”.

 El Evangelio de hoy nos habla de ser como los niños. Como ya es de suponer, esto no se refiere a ser irresponsables como los niños, sino que va dirigido al corazón. Jesús nos habla de acoger el mensaje del Reino con corazón de niño en el sentido de acogerlo sin miedo, sin peros, sin calcular si seré capaz o no, con total confianza en quien me lo propone. Al maestro fariseo Nicodemo también le propone “nacer de nuevo” para poder comprender las cosas del Espíritu.
Otra cosa que caracteriza el corazón es la inocencia, la no amargura. Una vez escuché una predicación en la que se describía a Jesús como alguien que vivió y murió con un corazón de niño. Aunque Jesús es gran conocedor de las malas intenciones en los hombres, es capaz de ver ese “tesoro escondido” en el campo de cualquier vida como la supo ver en Judas o en Pilatos.
Al final de la vida de Jesús no hay ningún tipo de amargura, aunque no hubiera sido algo extraño, ya que fue abandonado no solo por las muchas personas que El curó, sino hasta de sus propios amigos más cercanos. Sin embargo muere diciéndole a su Padre: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen y es capaz de ver el corazón arrepentido del ladrón crucificado a su lado. En ese último momento refleja la vivencia de alguien que no se ha sentido como quien “le han utilizado” para hacer milagros o mientras que las cosas iban bien. Dios quiere que vivamos la vida así: con un corazón de niño. El niño se fía de lo que le propone su padre, aunque sea muy superior a sus fuerzas o a lo que él se puede imaginar. Abraham tuvo el corazón de niño de creer en la promesa que Dios le hacía (Génesis 15) a pesar de su avanzada edad y David se enfrentó a Goliat con la valentía de un niño que sabe que tiene a Dios a su lado.

Ojala que nosotros podamos dejarnos contagiar por Jesús un corazón con esta vivencia, ya que muchas veces nadie nos va a agradecer lo que hayamos hecho o parezca que salimos perdiendo por ser buenos. En esos momentos la “paga” será que estamos comulgando con Jesús en su misma forma de vivir y entonces será Su Corazón latiendo en el nuestro.

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