Hoy
es una fiesta importante en la Iglesia, porque queremos celebrar a Dios en su
esencia interior y en su relación con nosotros. Si Dios nos ha creado y es
nuestro destino eterno, nos interesa más que todo conocer a Dios lo más
íntimamente posible. Nuestra razón nos dice que Dios es solo uno, porque debe
haber Alguien que sea principio de todo y que tenga todas las buenas cualidades
posibles, como el ser eterno, todopoderoso, inmenso, y sobre todo ser bueno.
Esto es lo principal que nos reveló Jesús: que Dios es AMOR. Y por el hecho de
que es amor, medio comprendemos algo de que, aunque sea uno, no puede estar
solo, no puede ser alguien solitario, sino que debe ser como una familia donde circule
ampliamente el amor.
El
misterio de la Stma. Trinidad, un solo Dios y tres personas, de alguna manera
tiene ALGUNOS indicios en el Ant. Testamento y en otras religiones; pero fue
Jesucristo quien nos lo reveló y nos enseñó la grandeza del amor del Padre entregando
a su Hijo, quien al mismo tiempo con el Padre envía al Espíritu Santo para
ayudarnos en nuestro caminar hacia Dios. En este año, que es del ciclo C, nos
presenta el evangelio unas palabras de Jesús en la Última cena. Ahí les dice a
los apóstoles que tendría que decirles muchas cosas o explicarles más
ampliamente todo lo que les había dicho en aquellos años; pero ellos aún no
están capacitados para comprenderlo todo. Por eso, al marcharse de este mundo,
les envía Alguien que les va a ayudar a comprender todo.
Ese
Alguien, de quien habla ampliamente en esa Cena, es el Espíritu Santo, una
persona divina, porque va a realizar acciones que sólo Dios puede hacer. Él
dará total gloria a Jesús y nos enseñará con exactitud lo que Jesús estaba
enseñando. Pero dice Jesús que lo que enseña no es suyo, sino que El mismo lo
ha recibido del Padre. De aquí la grandeza de este misterio, que se fundamenta
en el amor interno.
Este
amor de Dios no se queda entre los Tres, sino que sale a crear seres con los
cuales pueda gozarse en el amor. Por eso creó ángeles, seres espirituales, y
seres humanos, que somos mezcla de materia y espíritu. Nos creó para que haya
un intercambio de amor ahora y por la eternidad. Por eso este misterio de la
Stma. Trinidad no es sólo el centro de nuestra fe, sino, como dice el
catecismo, debe ser el centro de nuestra vida. Nuestra fe nos dice que el Padre
envía a su Hijo como muestra del inmenso amor por la humanidad, el Hijo, con
suprema obediencia, se entrega a la muerte por amor a la humanidad, y el
Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo para actualizar la obra
salvadora de Jesús entre nosotros por todos los siglos.
Para
cada uno de nosotros es diferente Dios, Según sea nuestra relación con él.
Nuestra vida será distinta si actualizamos nuestra postura de hijos ante Dios
Padre, que nos ama más que el mejor de los padres o de las madres, si
convivimos con una experiencia más fraternal hacia Jesucristo, que resucitado
está vivo en la Iglesia, especialmente en la Eucaristía, y si sabemos tratar en
amistad con el Espíritu Santo, que nos da la fuerza del vivir para poder
realizar las labores humanas con una vitalidad casi divina por medio de los
dones del Espíritu.
Muchas
veces invocamos a la Stma. Trinidad y lo hacemos con poca atención. La Santa
Misa está envuelta en invocaciones a la Trinidad: Comenzamos haciendo la señal
de la cruz en el nombre de la Trinidad y terminamos con la bendición que da el
sacerdote en el nombre de la Trinidad. Dentro de la misa está el gloria, que es
alabanza a los Tres, el Credo, profesando nuestra fe en la Trinidad. Y así casi
todas las oraciones, que se dirigen al Padre, por medio de su Hijo en el
Espíritu.
Muchas veces decimos: “Gloria al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo”. Que lo digamos con entusiasmo y mucho amor, para que
esa comunidad de vida que hay en la Trinidad sea un ejemplo a seguir en
nuestras comunidades, ya que hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”.
El Evangelio de hoy nos habla de ser
como los niños. Como ya es de suponer, esto no se refiere a ser irresponsables
como los niños, sino que va dirigido al corazón. Jesús nos habla de acoger el
mensaje del Reino con corazón de niño en el sentido de acogerlo sin miedo, sin
peros, sin calcular si seré capaz o no, con total confianza en quien me lo
propone. Al maestro fariseo Nicodemo también le propone “nacer de nuevo” para
poder comprender las cosas del Espíritu.
Otra cosa que caracteriza el corazón es la inocencia, la no amargura. Una
vez escuché una predicación en la que se describía a Jesús como alguien que
vivió y murió con un corazón de niño. Aunque Jesús es gran conocedor de las
malas intenciones en los hombres, es capaz de ver ese “tesoro escondido” en el
campo de cualquier vida como la supo ver en Judas o en Pilatos.
Al final de la vida de Jesús no hay ningún tipo de amargura, aunque no
hubiera sido algo extraño, ya que fue abandonado no solo por las muchas
personas que El curó, sino hasta de sus propios amigos más cercanos. Sin
embargo muere diciéndole a su Padre: Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen y es capaz de ver el corazón arrepentido del ladrón crucificado a su
lado. En ese último momento refleja la vivencia de alguien que no se ha sentido
como quien “le han utilizado” para hacer milagros o mientras que las cosas iban
bien. Dios quiere que vivamos la vida así: con un corazón de niño. El niño se
fía de lo que le propone su padre, aunque sea muy superior a sus fuerzas o a lo
que él se puede imaginar. Abraham tuvo el corazón de niño de creer en la
promesa que Dios le hacía (Génesis 15) a pesar de su avanzada edad y David se
enfrentó a Goliat con la valentía de un niño que sabe que tiene a Dios a su
lado.
Ojala que nosotros podamos dejarnos contagiar
por Jesús un corazón con esta vivencia, ya que muchas veces nadie nos va a
agradecer lo que hayamos hecho o parezca que salimos perdiendo por ser buenos.
En esos momentos la “paga” será que estamos comulgando con Jesús en su misma
forma de vivir y entonces será Su Corazón latiendo en el nuestro.