Hoy
EL EVANGELIO comienza con las consideraciones que hace Jesús después que les ha
dado un gran ejemplo de servicio y amor en el “lavatorio de los pies”. En aquel
momento los apóstoles, con Pedro a la cabeza, creen que no es compatible el
oficio de lavar los pies, que piensan ser propio de los esclavos, con la
dignidad personal de Jesús. Para ellos Jesús no sólo es el compañero líder en
el grupo, sino que, como El mismo les recuerda, es “el Maestro y Señor”.
Entonces ¿Cómo es que está realizando el oficio de esclavo? Esta ha sido y sigue siendo una gran
tentación: el creer que por tener una persona cierta dignidad humana no
puede “rebajarse” a realizar alguna obra, suponiendo que sea una obra de
caridad. También se dan formas externas de humillarse que son farisaicas o
falsas.
Si
Jesús se llama a sí mismo Maestro y Señor es porque en ese momento quiere dar a
los apóstoles, y a nosotros, una gran lección. Y es que el realizar libremente
un acto de servicio por amor no rebaja sino que ennoblece. De hecho nadie es
mayor en la vida, la verdadera, por el hecho de que uno sea criado o sea señor.
Jesús nos impulsa a seguirle, a imitarle. No se trata sólo de que nos guste o
sea bonita la escena de Jesús. El seguirle con los hechos de la vida es un
deber, una obligación.
El
“lavatorio de pies” es, por lo tanto, una gran lección de fraternidad y de
servicio para con los demás. No es que se nos pida que haya que lavar los pies
exactamente. Quizá alguno tenga que hacerlo en hospitales u otros centros, como
lo hacía la madre Teresa de Calcuta. Se trata de una actitud: es la imitación a
Jesús en algo que El pone toda la importancia, como es el mandamiento del amor
y eso es suficiente.
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