sábado, 30 de abril de 2016

6ª semana de Pascua. Domingo C: Jn 14, 23-29

                     
Estas palabras son de la despedida de Jesús a los apóstoles en la Ultima Cena; pero son palabras que Jesús podría haber repetido en su despedida antes de subir al cielo, cuya fiesta de la Ascensión celebraremos el próximo domingo. La despedida de Jesús es diferente de la de otra persona, aunque sea familiar o de mucha amistad, que se va, sobre todo en la muerte, aunque nos deje algún recuerdo. Jesucristo se va, pero se queda. Y se queda de muchas maneras: en la Eucaristía, en su Palabra, en la Iglesia.  Hoy nos dice que se queda dentro de nosotros por medio del amor.
Esto puede parecer muy simple, porque otras personas en cierto sentido se quedan por el amor en el recuerdo. Jesús promete que hará “morada” en aquel que le ama. En Dios el amor no es algo abstracto o etéreo, sino que realiza una unión real. Se trata de una unión real del Padre con el Hijo y el Espíritu Santo. Sólo se necesita que cada uno de nosotros correspondamos a su amor “guardando su palabra”. Este guardar está unido con el cumplir, como la Virgen María que guardaba las palabras de Jesús en su corazón, no para que se quedasen ocultas, sino para hacerlas vida. Y la vida de las palabras de Jesús es el amor. Cuanto más amemos, más profundamente habitará Dios en nosotros. Por eso podemos hablar íntimamente con quien habita en nosotros.
Otras religiones tenían a Dios como algo muy externo. Los israelitas del Antiguo Testamento sentían que estaba Dios cuando se presentaba entre rayos y truenos. Pero Jesús nos enseñó que Dios está, no sólo cerca, sino en lo íntimo del alma. Dios es nuestro Padre que nos ama hasta el punto de vivir con nosotros, en unión del Hijo y el Espíritu Santo, que nos va enseñando lo que debemos hacer, si somos dóciles. Esta unión por medio del amor es muy diferente del ideal de un buen israelita, como los fariseos, cuyo ideal no era la unión con Dios, sino el cumplimiento de la Ley.
Para poder tener la unión íntima con Dios necesitamos mucha paz interior. Al despedirse les da Jesús su paz. También lo hará cuando resucite. Dice que es una paz distinta de la que da el mundo. En el mundo suelen decir que hay paz cuando no hay guerra; pero muchas veces esa paz está envuelta en odios y rencores, de modo que no permanece en lo íntimo del alma. Además siempre es transitoria. La paz que da Cristo es un fruto del Espíritu Santo, que se obtiene con el amor y permanece en el amor.
Hoy en la 2ª lectura, que es del Apocalipsis, se expone la visión de aquella ciudad santa bajada del cielo. Simbólicamente es la Iglesia, cuya cabeza es Cristo. Si seguimos sus enseñanzas, estaremos en la Verdad, guiados por el Espíritu. En la Iglesia hay mucha santidad y caridad, pero también hay manchas y pecados. En la 1ª lectura de hoy nos habla de que también en la primitiva cristiandad había disensiones. Por eso se tuvieron que reunir algunos apóstoles y ancianos en Jerusalén para dejarse guiar por el Espíritu en un ambiente de oración. Luego dieron un decreto para toda la Iglesia: “Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros...” Así ha sido en toda la historia de la Iglesia por medio de los concilios y la enseñanza del Papa.
No basta sólo la Biblia. Es necesario el magisterio vivo de la Iglesia, que va guiado por el Espíritu Santo. Jesús sabía que los humanos somos imperfectos y frágiles, pues a veces cambiamos las ideas y los sentidos de las ideas. Por eso prometió que enviaría al Espíritu Santo para que velase por el mantenimiento de la fe, enseñando lo que Jesús dijo. Alguno dirá que está clarito lo que Jesús dijo; pero El lo dijo en otra lengua que no se habla y hasta en las traducciones se pueden cambiar muchas cosas. Por eso es necesaria una unidad, dentro de la paz y el amor. Esta unidad no es fácil verla muchas veces y por eso pedimos para que el Espíritu Santo nos ayude a tenerla.

La verdadera “ciudad santa” sólo se dará en el cielo. La Iglesia es como un signo; pero también la “ciudad santa” es nuestro corazón donde habita la Stma. Trinidad. Hagamos viva esa presencia con las muestras continuas de nuestro amor.

sábado, 23 de abril de 2016

5ª semana de Pascua. Domingo C: Jn 13, 31-35

Jesús se estaba despidiendo de sus apóstoles en la Ultima Cena. Les había dado un ejemplo de amor y humildad con el lavatorio de los pies, y cuando salió Judas para completar la traición, quiso tener palabras de más intimidad con aquellos discípulos. Primero les habla de su “glorificación”. Es un tema que san Juan siempre pone en relación con la muerte de Jesús en la cruz. Glorificar es reconocer lo que una persona tiene de encomiable. En Jesús lo más encomiable es el amor que manifiesta muriendo en la cruz, haciendo este acto maravilloso de obediencia amorosa al Padre.
     Jesús, que se está despidiendo, quiere hacer una manifestación de su última voluntad, que es lo mismo que decir un testamento. Por eso les llama: “hijitos”, palabra que encierra mucha ternura. Varias veces, cuando se refiere a sus discípulos, les llama “hermanos”, como después de resucitar, al dar un mensaje a María Magdalena, dirá: “di a mis hermanos...” Y en otras varias ocasiones. Aquí abre su corazón paternal para manifestarles qué deben hacer si quieren permanecer siendo sus discípulos.
Les da un mandamiento nuevo. Esto del “nuevo” puede entenderse de varias maneras. Quizá en primer lugar se refería a que les iba a mandar algo muy diferente de lo que un buen israelita solía pedir a sus hijos. La última voluntad solía ser una invitación a cumplir la ley de Dios. La novedad en Jesús es que no pide algo concreto para realizar, sino tener una mentalidad nueva. Porque es muy distinto hacer las cosas porque está mandado o hacerlas por amor. Esto será tan importante que llegará a ser el distintivo del cristiano, de modo que el discípulo de Cristo no se distinguirá porque cumple, sino porque ama. La vida con amor es lo que dice san Juan en el Apocalipsis, que es la 2ª lectura de hoy, que Dios prepara para nosotros “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Algo que Dios quiere, pero que nosotros debemos colaborar para ello.
Existen muchos clubes y asociaciones para todos los gustos. Los hay deportivos, políticos, sociales, con actividades intelectuales o de negocios. Todos tienen unas normas, algún elemento que los identifica. Nosotros los cristianos, los discípulos de Cristo, tenemos el amor y que nuestro emblema es la cruz, porque en ella Jesús demostró su inmenso amor por nosotros.
Hoy Jesús nos dice cuál es su última voluntad: que nos amemos. Pero no de cualquier manera, sino como Él nos ha amado. Los discípulos que vivieron esas horas con temor, pero también con amor a Jesús, tuvieron la gran experiencia de sentir hasta dónde era el amor de Jesús. Por eso el mandamiento “nuevo” no consistía sólo en el amor, de lo cual ya hablaba el Ant. Testamento, sino en la medida del amor. Y la medida estaba en el amor de Jesús. Hoy que vemos tanta maldad y perversión en el mundo, a veces se nos hace difícil ver el distintivo del amor en los cristianos. Pero  resulta que la maldad es lo que más reluce en las “noticias”, mientras que la bondad y el amor muchas veces quedan medio ocultos. Sin embargo hay mucha santidad y esperanza en el mundo. Son muchos, cuyo esfuerzo principal es ayudar a los demás, no sólo por ayudar, sino por amor, que es estimar a las personas, sin juzgar inútilmente y con todas las cualidades maravillosas que nos cuenta san Pablo en el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios.  Hay muchos santos ocultos.

La verdad es que en varias naciones, quizá más adelantadas en lo material, si se pregunta, muchos no distinguirían a los cristianos por el amor, sino por cosas raras o por el afán de dinero, etc. Pero sí hay naciones donde hablar de cristianos es hablar de quienes se sacrifican por acoger niños abandonados o enfermos de SIDA o de lepra o drogadictos. Si examinamos la historia de la Iglesia son multitud los que se han distinguido por hacer el bien como Francisco, Juan de Dios, Vicente de Paúl, Camilo de Lelis, Teresa de Calcuta... Y multitudes conocidos y desconocidos. Hoy es un día para hacer examen: ¿Mi vida se distingue por el amor, el perdón, la amabilidad...?

viernes, 22 de abril de 2016

4ª semana de Pascua. Viernes: Jn 14, 1-6


Hoy la Iglesia nos recuerda palabras esperanzadoras de Jesús en la Ultima Cena. En nuestra vida encontramos muchas personas desorientadas y angustiadas por los acontecimientos de la vida. Nosotros mismos a veces nos sentimos turbados. Es necesaria la fe y la esperanza. Fe en Jesús, que es lo mismo que tener fe en Dios, que es Padre bueno, que está con nosotros. Esperanza en Jesús que ha resucitado para prepararnos un lugar en el cielo. Claro que para ir allí hay que seguir el verdadero camino. Así se lo decía Jesús a los apóstoles; pero Tomás, el hombre práctico, se vuelve a Jesús y le dice que cómo van a seguir ese verdadero camino, si no conocen cuál es el camino. A Jesús le agradó la pregunta, pues contestó con una de esas frases muy importantes en el evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
 El camino es un medio para llegar a la meta, al destino. En nuestro caso es la manera de llegar a la plenitud de la vida. Dicho por Jesús, sabemos que es la verdad, porque es Dios igual al Padre y es Amor hacia todos nosotros.
Ser camino significa que si vivimos como Jesús vivió y si amamos como El, un día podemos llegar a la casa del Padre. Para todos los desorientados Jesús con su vida les enseña el camino.
Si Jesús es el camino es porque es la verdad. Hay mucha gente dominada por la mentira, el engaño, la corrupción. Jesús es la palabra del Padre, que quita las tinieblas del alma y nos da la luz. La verdad no se improvisa. Hay que seguir buscándola.
 Y para que este camino lo podamos seguir con energías, Jesús se presenta como la vida. Él resucitó triunfando sobre la muerte. Él había dado su vida para recibirla gloriosa y para que nosotros podamos tener la vida eterna.
Esta es nuestra fe: creer en Jesús, que es creer en Dios. Ser cristiano es vivir en plenitud como hijos de Dios. Si así vivimos, seremos testigos para otros de Jesús, que es camino, verdad y vida.


jueves, 21 de abril de 2016

4ª semana de Pascua. Jueves: Jn 13, 16-20


Hoy EL EVANGELIO comienza con las consideraciones que hace Jesús después que les ha dado un gran ejemplo de servicio y amor en el “lavatorio de los pies”. En aquel momento los apóstoles, con Pedro a la cabeza, creen que no es compatible el oficio de lavar los pies, que piensan ser propio de los esclavos, con la dignidad personal de Jesús. Para ellos Jesús no sólo es el compañero líder en el grupo, sino que, como El mismo les recuerda, es “el Maestro y Señor”. Entonces ¿Cómo es que está realizando el oficio de esclavo? Esta ha sido y sigue siendo una gran tentación: el creer que por tener una persona cierta dignidad humana no puede “rebajarse” a realizar alguna obra, suponiendo que sea una obra de caridad. También se dan formas externas de humillarse que son farisaicas o falsas.
Si Jesús se llama a sí mismo Maestro y Señor es porque en ese momento quiere dar a los apóstoles, y a nosotros, una gran lección. Y es que el realizar libremente un acto de servicio por amor no rebaja sino que ennoblece. De hecho nadie es mayor en la vida, la verdadera, por el hecho de que uno sea criado o sea señor. Jesús nos impulsa a seguirle, a imitarle. No se trata sólo de que nos guste o sea bonita la escena de Jesús. El seguirle con los hechos de la vida es un deber, una obligación.

El “lavatorio de pies” es, por lo tanto, una gran lección de fraternidad y de servicio para con los demás. No es que se nos pida que haya que lavar los pies exactamente. Quizá alguno tenga que hacerlo en hospitales u otros centros, como lo hacía la madre Teresa de Calcuta. Se trata de una actitud: es la imitación a Jesús en algo que El pone toda la importancia, como es el mandamiento del amor y eso es suficiente. 

viernes, 15 de abril de 2016

3ª semana de Pascua. Viernes-C 2016: Jn 6, 52-59

3ª semana de Pascua. Viernes: Jn 6, 52-59

La mayoría de la gente que escuchaba a Jesús sólo pensaba en el sentido material de las palabras. No creen que haya venido del cielo, porque algunos conocen a su familia, y comienzan no sólo a admirarse de esas palabras, sino a criticar y murmurar. Al final le tendrán por loco y muchos, que antes se tenían por discípulos, se marcharán, como se verá mañana en el final de esta proclamación. Nosotros hoy, al ver la grandeza de las palabras de Jesús, hagamos un acto de fe y sintamos el amor de Dios en la Eucaristía.
La gente murmuraba y al tomar las palabras de Jesús en sentido materialista, piensan como si tuvieran que comer a Jesús pedazo a pedazo. Eso era como creer que se estaba burlando de ellos, Entonces Jesús repitió varias veces lo mismo, como para dar a entender que no se había equivocado, sino que estaba persuadido de esa verdad. Esto que ahora anunciaba, lo haría realidad el jueves santo en la Última Cena. Y no sólo les dio a comer su Cuerpo a los apóstoles, sino que les dio autoridad para que hiciesen lo mismo, como se realiza en la santa Misa, para que todos los que quieran puedan recibir ese augusto alimento.
Se cuenta que por el año 165, en tiempos de san Justino, que era un filósofo y escritor, algunos paganos acusaron a los cristianos de algo horrendo y prohibido, como era comer la carne de alguna persona. Esto se debía a que el sacerdote decía: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y: “Tomad y bebed, esta es mi sangre”. En realidad los paganos no podían entender cómo los cristianos pudieran quedar tan alegres y al parecer tan satisfechos después de lo que habían celebrado y recibido. Entonces san Justino tuvo que escribir algo muy hermoso en defensa de la sagrada Eucaristía.
Nuestra fe nos dice que aquello ya no es pan, sino que es el mismo Jesús que penetra en nuestro ser. Es un acto sublime de amor de Dios. Un buen padre no se contenta sólo con haber dado la vida a sus hijos, sino que les alimenta y les proporciona los medios para crecer y ser personas dignas. Algo muy especial que tiene este alimento es lo que se dice desde hace muchos siglos: que los alimentos corrientes se convierten en nuestra propia naturaleza, porque son inferiores a nosotros; pero el alimento del Cuerpo de Cristo es tan superior a nosotros que tiende a que nosotros nos convirtamos en su naturaleza. Por lo cual no encontramos un medio más importante para unirnos a Dios que recibir dignamente la sagrada Eucaristía.

Así que recordemos que cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración, no se trata de un simple recuerdo, sino que se está realizando presente el mismo sacrificio de la Cruz, ahora ya glorificado. El quiere venir para fortalecer nuestra vida espiritual. Por eso, cuando vamos a la misa, no vamos sólo para cumplir un precepto, sino para estar con quien más nos quiere, para fortalecer nuestra fe en las luchas de cada día y poder recibir la alegría para la vida. Cuando rezamos “Danos hoy nuestro pan de cada día”, no sólo pedimos el pan material, sino el espiritual.

sábado, 9 de abril de 2016

3ª semana de Pascua. Domingo C-2016: Jn 21, 1-19

Parece que este capítulo 21 de san Juan es un añadido posterior, hecho por el mismo autor, aunque algunos dicen pertenecer a algún discípulo. El hecho es que con el capítulo 20 termina propiamente el evangelio diciendo que muchas más cosas podría decir sobre los hechos y dichos de Jesús. Una de esas cosas es este capítulo 21 en que cuenta cómo Jesús se aparece a unos pocos apóstoles y en que lo más importante es la designación clara de Jesús para que Pedro fuera el responsable principal de la Iglesia. Es posible que, al morir san Pedro y quedar como único superviviente de los apóstoles san Juan, algunos creyeran que éste sería el principal responsable en la Iglesia. El evangelista acentúa la designación de Pedro por parte de Jesús, y por lo tanto se legitimaba la responsabilidad en el sucesor de Pedro.
Eran siete los apóstoles que se ponen a trabajar aquella noche ante la insinuación de Pedro. Pero no pescan nada. Por la mañana, a lo lejos, aparece una persona a quien no reconocen y que les pregunta por la pesca. Ante la negativa les sugiere echar la red a la derecha y ellos obedecen. La pesca milagrosa es casi como un premio a esa confianza en el desconocido. San Juan es quien primero se da cuenta que “es el Señor”. Esto sí nos hace reflexionar en algo importante que sucede en la Iglesia. No es el mayor quien tiene más autoridad o quien tiene más ciencia, sino quien tiene más amor. A veces pueden coincidir, otras no. De hecho los que aman mucho a Dios tienen un sentido especial para discernir las cosas espirituales y discernir también los acontecimientos materiales a la luz de Dios. En grado sublime se debe a la actuación de los dones del Espíritu Santo. Podríamos constatarlo en la historia de la Iglesia.
Aquella pesca milagrosa se parece a la otra pesca en que Jesús llamó a Pedro y otros compañeros para ser “pescadores de hombres”. Entonces parecía todo como más natural en su entorno; Ahora está todo como envuelto en un manto de misterio: es el ambiente de la Resurrección. En ese mismo lugar Jesús va a dar a San Pedro esa misión de reafirmar en la fe a sus hermanos. Podría haberle rechazado después de las tres negaciones; pero Jesús es fiel a lo prometido, ve el arrepentimiento y confía en su discípulo que tiene lo principal, que es el amor.
Para ello le hace un examen sobre el amor. Por tres veces le va a preguntar si le ama. Hay una diferencia entre el “amar”, según lo pregunta Jesús, y el “querer” con lo que responde san Pedro. En nuestra lengua no hay prácticamente diferencia. En el original (el griego) el “amar” de Jesús, que lo usa dos veces, tiene un sentido religioso de fidelidad en el servicio. San Pedro es humilde y le responde con el “querer”, que es el término de amistad. Jesús le sigue la corriente y a la tercera vez le dice el mismo término de “querer”, a lo que san Pedro con humildad, recordando las tres negaciones, ni se atreve a responder directamente, sino que lo deja al conocimiento del Señor.
Jesús entonces le confiere la gran dignidad o responsabilidad de velar por toda la Iglesia por medio del símbolo del pastor y las ovejas. Era algo muy propio de los orientales realizar las grandes acciones por medio de símbolos. Jesús le confiere la responsabilidad sobre las ovejas y los corderos, entendiendo por ello como los fieles y los que tienen una misión de dirigir una parcela de la Iglesia. En todo ello hay una gran dosis de amor. Jesús en ese momento, de una manera sublime, al mismo tiempo está perdonando y nos está diciendo a nosotros, que quizá nos hemos apartado de Dios por los pecados, que si uno se arrepiente, no sólo recibe la gracia fundamental, sino que recibe todas las gracias y dones espirituales que tenía antes.

Hay un dato curioso: Dice el evangelio que los apóstoles como que querían preguntarle a Jesús: ¿Quién eres? Pero no se lo preguntaban porque sabían que era El. En la vida espiritual sabemos que vamos guiados por Cristo. No le vemos; pero cuanto más espíritu tengamos, más cierto sabemos que El está con nosotros.

domingo, 3 de abril de 2016

Domingo 2º de Pascua C-2016: Jn 20, 19-31

                 

Todos los años en este segundo domingo de Pascua la Iglesia nos presenta estas mismas escenas en el evangelio: Jesús se hace ver por los apóstoles reunidos en la tarde o noche del primer domingo de resurrección, y luego vuelve a presentarse, ahora estando ya Tomás, el domingo siguiente, correspondiente al día de hoy. La primera idea a considerar es cómo la primitiva comunidad acepta el cambio del día del Señor, que en vez de ser el sábado comienza a ser el domingo. Es el mismo Jesucristo, que, al cambiar la mentalidad religiosa del Ant. Testamento al Nuevo por medio de su resurrección, transforma ese día de gloria en el día más propio para la alabanza a Dios. Por eso parece querer celebrar ese día una semana después de su resurrección. En la 2ª lectura de hoy vemos que un día de domingo el autor del Apocalipsis es “arrebatado en espíritu” para expresar grandes revelaciones para la esperanza de nuestra fe.
Los apóstoles estaban cerrados por miedo a los que habían matado a Jesús. San Juan no nos dice si ya estaban algo consolados, aunque sin creer del todo, por lo que les había dicho san Pedro y los dos de Emaús. El hecho es que Jesús viene a consolarles y a darles unos cuantos regalos. El primero que les da es el de la paz. La necesitan de verdad. Una paz, que no es sólo una tranquilidad externa, como para quitar el miedo, sino algo que permanece en lo más íntimo de la persona, como persuasión de que la vida tiene un gran sentido, porque Cristo vive entre nosotros. Ese sentimiento de paz nos la desea la Iglesia en la Eucaristía y debemos desearla y, si es posible, sentirla, en nuestro encuentro comunitario del domingo, día del Señor.
Y con la paz les da la alegría, que es un fruto del Espíritu Santo. Por eso les da el Espíritu Santo. Sabemos que el día de Pentecostés lo recibirían de una manera más palpable; todo acto bueno, como la celebración eucarística, puede hacer que el Espíritu Santo venga más íntima y plenamente a nosotros. También les da el poder de perdonar pecados. Nunca podremos tener el Espíritu de Dios si en nosotros domina el pecado. Por eso, si tenemos conciencia de pecado, debemos recibir la Confesión.
Pero Tomás no estaba con ellos. Habría tenido que marcharse el mismo domingo quizá antes de que las mujeres dieran la primera gran noticia. Nos parece demasiada terquedad y demasiada exigencia por parte de Tomás. Tardaría unos cuantos días en unirse a sus compañeros. Tomás amaba mucho a Jesús. En una ocasión había dicho que estaba dispuesto a morir con El. Por eso en aquellos días, después de los trágicos sucesos del Viernes Santo, su alma estaría como sin vida, pensando que todo se había terminado. Cuando sus compañeros le dijeron que Jesús había resucitado le parecería demasiado hermoso y casi como un complot contra él. Por eso se encerró en su idea. Aquí aparece la infinita bondad de Jesús que condesciende a los deseos de Tomás. También parece como decirle que la fe no se aumenta por hechos externos, como el tocar, sino por la aceptación de la palabra de Dios. Y en ese momento Tomás pronuncia una de las exclamaciones más bellas del evangelio: “Señor mío y Dios mío”.
Hay muchas personas que pronuncian esa exclamación llena de fe en el momento de la elevación de Jesús en la Consagración. Ello es como cumplir la bienaventuranza que en ese momento decía Jesús: “Dichosos más bien los que crean sin haber visto”.

Somos muchos los que nos parecemos a Tomás, pues estamos acostumbrados a una mentalidad materialista y pragmática. El caso es que nos fiamos de muchas cosas sin haberlas visto y palpado, como son hechos de ciencias, astronomía o geografía, y no nos fiamos de la Palabra de Dios testificada por argumentos más convincentes; Palabra de quien ha dado la inteligencia a esos científicos, palabra que vive en el corazón de los que permiten que Cristo viva en su ser y se dé a conocer por el amor y la alegría y paz de saber que la vida tiene pleno sentido en compañía del Señor, con quien esperamos vivir plenamente un día en el cielo.