Estas palabras son de la despedida
de Jesús a los apóstoles en la Ultima Cena; pero son palabras que Jesús podría
haber repetido en su despedida antes de subir al cielo, cuya fiesta de la Ascensión
celebraremos el próximo domingo. La despedida de Jesús es diferente de la de
otra persona, aunque sea familiar o de mucha amistad, que se va, sobre todo en
la muerte, aunque nos deje algún recuerdo. Jesucristo se va, pero se queda. Y
se queda de muchas maneras: en la Eucaristía, en su Palabra, en la Iglesia. Hoy nos dice que se queda dentro de nosotros
por medio del amor.
Esto puede parecer muy simple,
porque otras personas en cierto sentido se quedan por el amor en el recuerdo.
Jesús promete que hará “morada” en aquel que le ama. En Dios el amor no es algo
abstracto o etéreo, sino que realiza una unión real. Se trata de una unión real
del Padre con el Hijo y el Espíritu Santo. Sólo se necesita que cada uno de
nosotros correspondamos a su amor “guardando su palabra”. Este guardar está unido con el cumplir,
como la Virgen María que guardaba las palabras de Jesús en su corazón, no para
que se quedasen ocultas, sino para hacerlas vida. Y la vida de las palabras de
Jesús es el amor. Cuanto más amemos, más profundamente habitará Dios en
nosotros. Por eso podemos hablar íntimamente con quien habita en nosotros.
Otras religiones tenían a Dios como
algo muy externo. Los israelitas del Antiguo Testamento sentían que estaba Dios
cuando se presentaba entre rayos y truenos. Pero Jesús nos enseñó que Dios
está, no sólo cerca, sino en lo íntimo del alma. Dios es nuestro Padre que nos
ama hasta el punto de vivir con nosotros, en unión del Hijo y el Espíritu
Santo, que nos va enseñando lo que debemos hacer, si somos dóciles. Esta unión
por medio del amor es muy diferente del ideal de un buen israelita, como los
fariseos, cuyo ideal no era la unión con Dios, sino el cumplimiento de la Ley.
Para poder tener la unión íntima
con Dios necesitamos mucha paz interior. Al despedirse les da Jesús su paz.
También lo hará cuando resucite. Dice que es una paz distinta de la que da el
mundo. En el mundo suelen decir que hay paz cuando no hay guerra; pero muchas
veces esa paz está envuelta en odios y rencores, de modo que no permanece en lo
íntimo del alma. Además siempre es transitoria. La paz que da Cristo es un
fruto del Espíritu Santo, que se obtiene con el amor y permanece en el amor.
Hoy en la 2ª lectura, que es del
Apocalipsis, se expone la visión de aquella ciudad santa bajada del cielo.
Simbólicamente es la Iglesia, cuya cabeza es Cristo. Si seguimos sus
enseñanzas, estaremos en la Verdad, guiados por el Espíritu. En la Iglesia hay
mucha santidad y caridad, pero también hay manchas y pecados. En la 1ª lectura
de hoy nos habla de que también en la primitiva cristiandad había disensiones.
Por eso se tuvieron que reunir algunos apóstoles y ancianos en Jerusalén para
dejarse guiar por el Espíritu en un ambiente de oración. Luego dieron un
decreto para toda la Iglesia: “Ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros...”
Así ha sido en toda la historia de la Iglesia por medio de los concilios y la
enseñanza del Papa.
No basta sólo la Biblia. Es
necesario el magisterio vivo de la Iglesia, que va guiado por el Espíritu
Santo. Jesús sabía que los humanos somos imperfectos y frágiles, pues a veces
cambiamos las ideas y los sentidos de las ideas. Por eso prometió que enviaría
al Espíritu Santo para que velase por el mantenimiento de la fe, enseñando lo
que Jesús dijo. Alguno dirá que está clarito lo que Jesús dijo; pero El lo dijo
en otra lengua que no se habla y hasta en las traducciones se pueden cambiar
muchas cosas. Por eso es necesaria una unidad, dentro de la paz y el amor. Esta
unidad no es fácil verla muchas veces y por eso pedimos para que el Espíritu
Santo nos ayude a tenerla.
La verdadera “ciudad santa” sólo se
dará en el cielo. La Iglesia es como un signo; pero también la “ciudad santa”
es nuestro corazón donde habita la Stma. Trinidad. Hagamos viva esa presencia
con las muestras continuas de nuestro amor.