Todos los años,
después de la fiesta de los reyes magos, viene la fiesta del Bautismo de Jesús.
Para algunos litúrgicamente forman una unidad por lo que indica de epifanía o
manifestación del Señor. Hoy el Padre, en unidad con el Espíritu, manifiesta
la misión mesiánica del Hijo para comenzar su predicación.
Para algunos se
hace confuso aún hablar del bautismo que recibió Jesús, como si fuese algo
parecido a lo que recibimos nosotros. Hasta afirman que no debemos recibir el
bautismo sino siendo mayores, como Jesús lo recibió a los treinta años. En el evangelio
de Lucas, comienza haciendo claramente la distinción, pues eran tiempos de gran
expectación mesiánica y algunos creían que Juan Bautista era el Mesías. El les
dijo que bautizaba; pero sólo en agua, mientras que el Mesías, que ya llegaba,
iba a bautizar en el Espíritu Santo.
Bautizar en agua
era sólo un símbolo de lo que pasaba en el interior de la persona, si se convertía.
Significaba la purificación que se suponía tenía el penitente. Pero nuestro
bautismo, el que nos dio Jesucristo, es mucho más, porque además de la
purificación que simboliza el agua, se nos da la gracia, que es una participación
de la vida divina, y las tres divinas personas habitan de una manera más vital
en el alma, de modo que el Espíritu Santo comienza a realizar la obra de
santificación, si esa persona colabora dejando que el Espíritu desarrolle en
ella sus dones, frutos y carismas.
El bautismo que
Jesús recibió de Juan también era diferente del que recibían las otras
personas. Los demás debían arrepentirse de sus pecados, pero Jesús no podía
arrepentirse. ¿Entonces qué hizo? Nos dice el evangelista que Jesús se bautizó
cuando mucha gente estaba bautizándose. Con esto expresó la adhesión
de Jesús con el pueblo pecador. Ya desde su encarnación se hizo igual que
nosotros menos en el pecado; sin embargo asumió el pecado hasta redimirlo en la
cruz. En el Jordán tiene este gesto de unión porque va a comenzar su actividad
mesiánica.
Lo importante de
ese día es lo que nos narra el evangelista que sucedió al terminar el bautismo.
Lo recibió en un ambiente de oración, en la que pediría por nosotros pecadores.
Pero siguió en una oración tan profunda, que sintió que se manifestaba su Padre
Dios con todo amor y el Espíritu Santo que le llenaba todo su ser. Es muy
difícil describir una manifestación tan profunda y al mismo tiempo tan eficaz.
Por eso el evangelista recurre a los símbolos. Lo mismo que cuando llueve
decían que se abrían los cielos, igualmente ahora en que su Padre se
manifiesta. La venida radiante y veloz del Espíritu Santo al alma estaba bien
semejarla a la bajada de una paloma. Jesús, que había ido creciendo en “gracia
y sabiduría” toma ahora una definitiva conciencia de su misión mesiánica. Es
como la ratificación por parte de su Padre Dios de su filiación y de la misión
que debe cumplir. Es como la graduación o la investidura. De tal manera le
impactó a Jesús esta manifestación, que se retiró por cuarenta días a orar y
prepararse para su misión de predicar, sobre todo, que Dios es nuestro Padre.
Para nosotros en este día debe ser la renovación de nuestra dignidad
como hijos de Dios, que recibimos el día de nuestro bautismo. Es una dignidad,
pero es de una manera especial un compromiso que nos debe hacer pensar en lo
que somos, ya que el bautismo es para siempre. Por el bautismo tenemos
un compromiso de amor con Dios, que vive en lo profundo del alma para
poder ser fuente de intimidad en el amor. Pero es un compromiso también con todas las
demás personas, pues nos debe hacer ser solidarios. El bautismo nos
dice que hemos sido llamados a dar testimonio del Reino de Dios en el mundo. La
fuerza del bautismo es continúa, porque el Espíritu Santo quiere estar muy
activo en nosotros. En este día nos el Señor nos pide que nos entreguemos más con
nuestras obras de vida cristi
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