San
Juan comienza desde el misterio de Dios y cómo desde siempre existía la “Palabra”.
Este vocablo “palabra” o “verbo” recuerda a la “sabiduría”, de
la cual habla ya el Antiguo Testamento, “que jugaba con Dios”. ¡Qué difícil es
expresar con palabras materiales el misterio de Dios y lo que es espíritu! Para
que comprendamos un poco podemos distinguir entre el pensamiento y su
expresión, entre una palabra cuando la pensamos y cuando la pronunciamos. Esta
es la semejanza que hoy usa el evangelio. Esta “Palabra”, que es Dios mismo,
estaba desde siempre en Dios; pero un día fue pronunciada, y lo importantísimo
para nosotros es que esa “Palabra”, que es Dios mismo, vino a nosotros y se
hizo de nuestra propia naturaleza, “se hizo carne”.
A
veces se traduce:
“Y se hizo hombre”. Y está bien, porque en nuestra lengua la carne es sólo una
parte del ser humano; pero en la lengua hebrea no era así, sino que “carne” era
la expresión de toda la verdadera naturaleza humana; sobre todo en el sentido
de debilidad. Dios se hizo en verdad un ser humano con todas sus debilidades.
Lo único que no podía tener era el
pecado. Por eso era la luz que brilla en medio de las tinieblas. Si se
piensa profundamente nos puede parecer demasiado hermoso para ser cierto. Pero
esto es lo que proclama nuestra fe y hoy de una manera especial: Que Dios no es
como muchos creían un Dios lejano, al que no se le podía llegar, sino que está
tan cerca que ha venido a habitar entre nosotros. Quizá el evangelista, cuando
decía estas expresiones, estaba pensando en algunos herejes que decían que
Jesús, Palabra de Dios, era sólo una apariencia, una sombra o un fantasma. Pero
nos dice que Jesús, que es Dios, es un ser humano verdadero. Todos le pueden
ver y tocar.
Otra
de las falsedades que quería delatar el evangelista era el de algunos
discípulos de Juan Bautista, que todavía seguían diciendo que el Bautista era
superior a Jesús. Hoy se nos muestra a Jesús como luz que ilumina a todos,
también al mismo Bautista, porque es Dios mismo. Así también la Iglesia , el Papa, los Obispos
y sacerdotes son sólo precursores o intermediarios. Nuestra finalidad es acoger
a Jesús y recibirle plenamente para que nos ilumine a todos.
Y
“acampó” entre nosotros. Acampar no es lo mismo que instalarse, residir o
asentarse, sino es vivir nuestra propia vida de “peregrinos hacia la casa de
Dios”, es vivir nuestra misma pobreza y debilidad. Y lo terrible, pero
grandioso, es que nos deja en total libertad para aceptarle o no aceptarle. El
evangelista dice que “vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron”. A
veces pensamos en la posada y las casas de Belén; pero tiene un sentido más
profundo y más amplio, que nos toca también a nosotros, si le cerramos la
puerta de nuestro corazón. A veces somos demasiado orgullosos para ver a Dios:
No queremos recibir a Aquel que viene a su propiedad, porque tendríamos que
transformarnos de modo que sea Él el verdadero dueño de nuestro ser.
Alegrémonos,
porque, si le recibimos, nos da su gracia y nos hace hijos de Dios. Jesús es
Dios que sale al encuentro del ser humano, para que nosotros podamos ir a su
encuentro. Por esta fe, que es entrega a su amor, nos transformamos y vivimos
como hijos de Dios. ¡Que de su plenitud recibamos la gracia y la verdad y el
amor!
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