También
María, la madre de Jesús, estaba invitada. Ella parece ser que en primer lugar.
Quizá serían familiares: Caná estaba a poco más de una hora caminando desde
Nazaret. Las bodas solían durar varios días, y María, que siempre estaba atenta
para ver en qué podía ayudar, se da cuenta que el vino está terminándose. Lo
que piensa es que su hijo algo podrá hacer. Y le expone la situación. Es un
pedir sin pedir; pero es una oración hermosa de exposición de un problema. En
aquella sociedad la falta de vino en un banquete de boda sería un gran bochorno
para los novios, que les duraría para toda la vida. Esa oración de María es un
gran ejemplo para nosotros.
Jesús
responde que no es asunto de ellos y que además “no es la hora”. ¡Cómo se lo
diría Jesús, con qué cariño, para que la Madre quede persuadida que algo grande va a hacer
para poder dar ese consuelo a los nuevos esposos! Y sin dudar les dice a los
criados: “Haced lo que Él os diga”. Los criados hicieron lo que Jesús les dijo
y se realizó el milagro. Quizá sea esto lo más importante para
nuestra vida espiritual en concreto. Jesús podría haber hecho un
milagro con su propio poder; pero quiere la colaboración. En el mundo hay mucha
agua insípida, falta el vino de la alegría en el espíritu; en muchos matrimonios se va
perdiendo el vino del amor; en nosotros mismos falta la alegría de la
gracia y necesitamos casi un milagro para resurgir. Dios lo quiere hacer; pero quiere
nuestra colaboración para ayudar al hermano que sufre, a los esposos en la vida
del alma. Y necesitamos acudir a nuestra Madre María para que interceda
ante su Hijo. Como decía san Bernardo: En las dificultades “mira a la estrella,
invoca a María”. Y cumplamos lo que Jesús nos dice, especialmente el
mandamiento del amor. Vendrá la alegría si seguimos el consejo de María, como
hicieron aquellos.
Jesús
cambia el agua en vino. No era un vino cualquiera ni una pequeña cantidad. Las
palabras de quien está probando aquel vino tan bueno nos indica la diferencia
del mundo con Jesús. El mundo suele tener una astucia egoísta: al principio da
el buen vino y cuando ya no distinguen bien, da lo malo. Jesús da sus gracias
en abundancia; pero cada vez más grandiosas: El que comienza a tener una vida
de piedad o de oración, parece que lo ve todo difícil; pero si persevera en la
oración y las buenas obras, va sintiendo la paz profunda en su alma y
experiencias de alegrías, como no lo pueden sentir quienes buscan los
atractivos materiales. Así lo sentían los santos.
Este
milagro de las bodas de Caná tiene muchos simbolismos en nuestra vida
religiosa. Desde muy antiguo el agua simboliza la humanidad y el vino la
divinidad. Aun así Dios es tan bueno que quiere unirse a la humanidad para que
nosotros podamos tener parte en la divinidad. Ya los profetas hablaban de este
desposorio de Dios con su pueblo, a pesar de las infidelidades del pueblo, como
hoy nos habla el profeta en la 1ª lectura. Pero es Jesús quien con su venida a
la tierra lo hace realidad: se hace hombre para que el hombre pueda tener una
participación directa con Dios. Y no sólo con un pueblo, sino que todos los
pueblos estamos llamados a unirnos con Dios.
Esta
abundancia de sus dones aparece sobre todo en la Eucaristía , que es la
manifestación más grandiosa de la gloria y el amor de Dios. Jesús vino para que
tengamos “vida y vida abundante” y para que “nuestra alegría sea completa”. Lo
conseguiremos unidos con Jesús en la Eucaristía. Pongamos
por intercesora a la
Virgen María y estemos dispuestos a hacer lo que cada domingo
Jesús nos diga.
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