Hoy comienza el evangelio con la frase
con la que terminaba el domingo anterior. Jesús ha ido a la sinagoga de Nazaret
y comenta unas palabras que ha leído del profeta Isaías. El profeta hablaba de
las maravillas que Dios haría en los tiempos mesiánicos con los enfermos,
predicándose la bondad de Dios a los pobres. Jesús comenta: “Hoy se están
realizando estas maravillas”.
El evangelio de hoy es para contarnos la
reacción de la gente a las palabras de Jesús. Al principio hay una buena
reacción de la mayoría, admirados por las palabras de Jesús, llenas de gracia. Sin
embargo, poco a poco viene la extrañeza, la envidia de algunos que no soportan
que uno de los suyos les venga a dar lecciones, sobre todo cuando Jesús llega a
las conclusiones: de que todos debemos ser imitadores de la bondad de Dios, y
especialmente en un sentido universalista. A la envidia siguió el odio y al
odio las acciones violentas. La gente, como suele suceder muchas veces, y como
sucedería el Viernes Santo, sigue a los principales del pueblo en la violencia.
Dicen algunos que quizá san Lucas resume
diversas visitas de Jesús a Nazaret. En una le admirarían entusiasmados, pero
en otra dominarían los envidiosos hasta llegar a querer matar a Jesús. Otros
dicen que no hubo un cambio tan grande de sentimientos, sino que, cuando dice
el evangelista que “se admiraron” era en sentido peyorativo: es decir que se
extrañaron, con cierto estupor, de que un paisano suyo, sin instrucción, hijo
de José, que había sido un hombre sencillo, ahora no sólo interpretase a
Isaías, sino que se tomase la libertad de cambiar en algo el mensaje. Esto es
porque Jesús no leyó todo lo que el profeta decía, que añadía: “proclamar el
desquite de nuestro Dios”. Estas últimas palabras acentuaban un sentimiento
nacionalista e incitaban a los violentos a vengarse de los enemigos y de los
extranjeros. Jesús conscientemente no habló de este sentimiento, sino que
acentuó más la misericordia de Dios.
Como Jesús se vió atacado, se defendió
acentuando la misericordia de Dios con algunos extranjeros, como aparecía en el
Ant. Testamento. Así recordó la misericordia de Dios con una mujer libanesa y
un general sirio. Este recuerdo hoy mismo en Israel sería como una bomba. Es lo
que pasó con aquellos nazaretanos que, como la mayoría de los galileos, eran
muy nacionalistas y fanáticos de su Dios, como si sólo fuese bueno para ellos y
fuese extraño y hostil para los extranjeros. Al anunciar este año de gracia de
parte de Dios para todos, los nazaretanos creían que Jesús fuese un traidor.
Esta frase: “¿No es éste hijo de José?”,
es como una excusa para no seguir las palabras de Jesús. Nosotros también
ponemos excusas a Dios, cuando nos habla por medio del papa y de algún buen
predicador. Ponemos excusas pensando que es una persona como nosotros. Las
buscamos con tal de no seguir la bondad del Señor.
También hoy se nos propone a Jesucristo
como modelo a seguir. Dios quiere hablar a través de nosotros. Pero nos da
miedo, nos dan ganas de dimitir para no complicarnos la vida. Esto le pasó al
profeta Jeremías. Hoy leemos en la 1ª lectura cómo Dios le manda ir a predicar
y le tiene que dar ánimo, como si tuviera que ir a una batalla. En realidad
para predicar el Reino de Dios en este mundo, donde domina la comodidad, se
necesita ser valiente.
También Jesús tuvo que ser valiente. No
busca halagar a nadie, sino que descubre las actitudes falsas, como tantas
veces lo haría con los fariseos. Aquellos nazaretanos creían conocer a Jesús y
cerraron su corazón a la palabra de Dios. Nosotros a veces cerramos nuestro
corazón, porque nos dejamos llevar por prejuicios. Dios no tiene acepción de
personas, sino que acepta al que hace el bien, sea de donde sea.