Al
escuchar el evangelio de hoy vemos que, la PRUDENCIA, además de ser la primera
de las virtudes cardinales, nos indica el camino que nos puede llevar a la
verdad, a enjuiciar con serenidad los acontecimientos y a situarnos con sosiego
y con claridad frente a las cosas.
Esta parábola nos invita a ver como el Reino de Dios va
madurando a través de la historia de la humanidad en la que Cristo es el Señor.
En el AT, los profetas hablaban sobre la espera del juicio de Dios sobre el
mundo y predicaban la urgente necesidad de la conversión de los corazones y
modos de vivir para buscar la salvación. Hoy Jesús, nos habla también sobre ese
juicio en el que seremos juzgados por la rectitud de nuestra conciencia, y
sobre todo por lo que existe en el interior de nuestros corazones. No debemos
ver en ello un deseo de venganza que nos asusta y que puede ocasionar una
imagen distorsionada de Dios. La misericordia de Dios permite entender que el
bien y el mal siempre van a estar presentes en la vida de las personas y del
mundo, y que sólo su gracia nos dará la
fuerza y sabiduría necesaria para decidir entre lo uno y lo otro. Dios sabe muy
bien de nuestra lucha para elegir el bien. Nos anima y fortalece con su
presencia diaria en la construcción de su Reino y en la vivencia de la misión
de su Iglesia, que es buscar la salvación de todos.
Jesús
aprovecha esta parábola para
darnos un primer mensaje: que la gente del mundo actúa con mayor
astucia y esfuerzo para poder tener más dinero y demás cosas materiales, mientras nosotros,
los que queremos ser “hijos de la luz”, a
veces parecemos tontos para conseguir los bienes celestiales. Ser astuto
es ser inteligente para conseguir lo que uno cree que es su felicidad. ¡Cómo se
esfuerza la gente para conseguir un poco más de dinero, para saber cómo va la bolsa
o los nuevos vientos económicos! Pues en
esta misma línea los cristianos debemos conocer la Biblia, la
Palabra de Dios, para saber qué caminos son
los mejores para conseguir el Reino de Dios en nosotros y en la tierra.
Y
luego Jesús nos da otro gran mensaje, que está repetido con frecuencia en el
evangelio: no podemos servir a Dios y al
dinero. Para Jesús, en la práctica, Dios y el dinero son como dos rivales.
Ya sabemos que todas las cosas creadas son buenas y que todo nos puede llevar a
Dios. También el dinero. El problema está que en la práctica, cuando uno tiene
bastante dinero, es muy fácil apegarse a él, de modo que llega a ser una
especie de idolatría. Cuando decimos dinero, se entiende poder, comodidades y
todo lo material. Es difícil tener mucho dinero en las manos, aunque no sea
nuestro, y que no nos llegue a corromper. Ha solido pasar con administradores
de ONG y
otras asociaciones benéficas, “que donde entra mucho dinero, no sale entero”.
Esto
será verdad si sabemos compartir con los necesitados, para que haya más
felicidad y menos injusticias en el mundo. Decía san Francisco de Asís que
“servir a los pobres es la caja celestial de caudales”. Y san Juan Crisóstomo
decía que no dar parte de lo propio a los demás es como rapiña, avaricia y
defraudación. El es
todo amor, lo que nos manda es que nos amemos unos a otros. Cuando se sirve al
dinero, es muy difícil amar a los demás con verdadera fraternidad.
Qué bueno sería que, en
esta celebración, nos preguntásemos: ¿Somos astutos o prudentes con todo lo
relativo a Dios? ¿Lo tratamos con dignidad? ¿Estamos interesados en su reino o,
por el contrario, somos muy interesados de cuando en vez? ¿Procuramos ajustar
nuestra vida, nuestra conducta, nuestras actitudes con el evangelio?
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