jueves, 29 de septiembre de 2016

SANTOS ANGELES CUSTODIOS, MIGUEL, GABRIEL Y RAFAEL

Hoy, en la fiesta de los Santos Arcángeles, Jesús manifiesta a sus discípulos y a todos, la presencia de sus ángeles y la relación que con Él tienen. Los ángeles están en la gloria celestial, donde alaban por siempre al Hijo del hombre, que es el Hijo de Dios. Lo rodean y están a su servicio.
«Subir y bajar» nos recuerda el episodio del sueño del Patriarca Jacob, quien dormido sobre una piedra durante su viaje a la tierra de origen de su familia (Mesopotamia), ve a los ángeles que “bajan y suben” por una misteriosa escalera que une el cielo y la tierra, mientras Dios mismo está de pié junto a él y le comunica su mensaje. Notemos la relación entre la comunicación divina y la presencia activa de los ángeles. Así, Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Se llaman, precisamente, “arcángeles”, es decir, príncipes de los ángeles, porque son enviados para las más grandes misiones. Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención (cf. Lc 1). Miguel lucha contra los ángeles rebeldes y los expulsa del cielo (cf. Ap 12). Nos anuncia, así, el misterio de la justicia divina, que también se ejerció en sus ángeles cuando se rebelaron, y nos da la seguridad de su victoria y la nuestra sobre el mal. Rafael acompaña a Tobías hijo, lo defiende, lo aconseja y cura finalmente al padre Tobit (cf. Tob). Por esta vía, nos anuncia la presencia de los ángeles junto a cada uno de nosotros: Lo que llamamos ángel de la Guarda. 

Aprendamos de esta celebración de los arcángeles que “suben y bajan” sobre el Hijo del hombre, que sirven a Dios, pero le sirven en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien.

martes, 20 de septiembre de 2016

20-9-2016

A San Juan Pablo II le gustaba definir a la Virgen María como la Peregrina de la Fe. Así la definió en su encíclica Redemptoris Mater y así la llamaba en muchas de sus alocuciones. María peregrinó. Es decir, María no lo tuvo todo claro desde el principio. La voluntad de Dios se le fue manifestando progresivamente.
La peregrinación de la fe de María consistió en aprender a ser Madre de la Iglesia, Madre nuestra, comenzando por ser Madre de Jesús. En medio de esta peregrinación entendemos el pasaje del evangelio de Hoy. Parece un reproche a María pero no es así. Forma parte de la pedagogía de Jesús con su Madre. Jesús le está enseñando a ser Madre no solo de la cabeza, de Jesús, sino también del cuerpo, de la Iglesia.
Jesús está formando una nueva familia y de ella será también madre su Madre. Para formar parte de la familia de Jesús hay que escuchar su palabra y ponerla por obra. Escucha y acción. He aquí las dos tareas básicas del cristiano que podrían traducirse en obediencia y amor.
Precisamente estas dos actitudes serán las que el mismo Jesús en otro pasaje evangélico destacará de su Madre. Cuando aquella mujer se acercó a Jesús para decirle “Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, Jesús respondió: “Mejor di dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Esta es María, la que escucha y cumple. Por eso no sólo es madre de Jesús sino también es Madre Nuestra.
María en su Maternidad peregrinó en la fe y fue en medio de esta peregrinación donde descubrimos y alabamos el don de su fe. Así lo vio su prima al regalarnos la bienaventuranza de María: Bienaventurada tú que has creído.
María es dichosa no sólo por ser la Madre de Jesús sino porque creyó en Él. Esta fe la hizo más fecunda todavía y la llevó a convertirse en Madre de la Iglesia al pie de la Cruz. Como decían los santos Padres, del mismo modo que del costado de Adán dormido en el árbol Dios creó a Eva del costado del nuevo Adán dormido en el árbol de la Cruz Dios creó a la Iglesia. Y allí estaba María para darla a luz.

Acojamos a María como Madre a ejemplo de San Juan y vivamos como hijos suyos aprendiendo de ella a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla por obra.

domingo, 18 de septiembre de 2016

DOMINGO 25 Tº-C. 2016

Al escuchar el evangelio de hoy vemos que, la PRUDENCIA, además de ser la primera de las virtudes cardinales, nos indica el camino que nos puede llevar a la verdad, a enjuiciar con serenidad los acontecimientos y a situarnos con sosiego y con claridad frente a las cosas.
Esta parábola nos invita a ver como el Reino de Dios va madurando a través de la historia de la humanidad en la que Cristo es el Señor. En el AT, los profetas hablaban sobre la espera del juicio de Dios sobre el mundo y predicaban la urgente necesidad de la conversión de los corazones y modos de vivir para buscar la salvación. Hoy Jesús, nos habla también sobre ese juicio en el que seremos juzgados por la rectitud de nuestra conciencia, y sobre todo por lo que existe en el interior de nuestros corazones. No debemos ver en ello un deseo de venganza que nos asusta y que puede ocasionar una imagen distorsionada de Dios. La misericordia de Dios permite entender que el bien y el mal siempre van a estar presentes en la vida de las personas y del mundo, y que sólo su gracia nos dará la fuerza y sabiduría necesaria para decidir entre lo uno y lo otro. Dios sabe muy bien de nuestra lucha para elegir el bien. Nos anima y fortalece con su presencia diaria en la construcción de su Reino y en la vivencia de la misión de su Iglesia, que es buscar la salvación de todos. 
Jesús aprovecha esta parábola para darnos un primer mensaje: que la gente del mundo actúa con mayor astucia y esfuerzo para poder tener más dinero y demás cosas materiales, mientras nosotros, los que queremos ser “hijos de la luz”, a veces parecemos tontos para conseguir los bienes celestiales. Ser astuto es ser inteligente para conseguir lo que uno cree que es su felicidad. ¡Cómo se esfuerza la gente para conseguir un poco más de dinero, para saber cómo va la bolsa o los nuevos vientos económicos! Pues en esta misma línea los cristianos debemos conocer la Biblia, la Palabra de Dios, para saber qué caminos son los mejores para conseguir el Reino de Dios en nosotros y en la tierra.
Y luego Jesús nos da otro gran mensaje, que está repetido con frecuencia en el evangelio: no podemos servir a Dios y al dinero. Para Jesús, en la práctica, Dios y el dinero son como dos rivales. Ya sabemos que todas las cosas creadas son buenas y que todo nos puede llevar a Dios. También el dinero. El problema está que en la práctica, cuando uno tiene bastante dinero, es muy fácil apegarse a él, de modo que llega a ser una especie de idolatría. Cuando decimos dinero, se entiende poder, comodidades y todo lo material. Es difícil tener mucho dinero en las manos, aunque no sea nuestro, y que no nos llegue a corromper. Ha solido pasar con administradores de ONG y otras asociaciones benéficas, “que donde entra mucho dinero, no sale entero”.
Esto será verdad si sabemos compartir con los necesitados, para que haya más felicidad y menos injusticias en el mundo. Decía san Francisco de Asís que “servir a los pobres es la caja celestial de caudales”. Y san Juan Crisóstomo decía que no dar parte de lo propio a los demás es como rapiña, avaricia y defraudación. El es todo amor, lo que nos manda es que nos amemos unos a otros. Cuando se sirve al dinero, es muy difícil amar a los demás con verdadera fraternidad.

Qué bueno sería que, en esta celebración, nos preguntásemos: ¿Somos astutos o prudentes con todo lo relativo a Dios? ¿Lo tratamos con dignidad? ¿Estamos interesados en su reino o, por el contrario, somos muy interesados de cuando en vez? ¿Procuramos ajustar nuestra vida, nuestra conducta, nuestras actitudes con el evangelio? 

martes, 13 de septiembre de 2016

13-9-2016

Hoy, dos comitivas se encuentran. Una comitiva que acompaña a la muerte y otra que acompaña a la vida. Una pobre viuda, seguida por sus familiares y amigos, llevaba a su hijo al cementerio y de pronto, ve la multitud que iba con Jesús. Las dos comitivas se cruzan y se paran, y Jesús dice a la madre que iba a enterrar a su hijo: «No llores» (Lc 7,13). Todos se quedan mirando a Jesús, que no permanece indiferente al dolor y al sufrimiento de aquella pobre madre, sino, por el contrario, se compadece y le devuelve la vida a su hijo. Y es que, encontrar a Jesús es hallar la vida, pues Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). San Braulio de Zaragoza escribe: «La esperanza de la resurrección debe confortarnos, porque volveremos a ver en el cielo a quienes perdemos aquí».

Con la lectura del fragmento del Evangelio que nos habla de la resurrección del joven de Naím, podría remarcar la divinidad de Jesús e insistir en ella, diciendo que solamente Dios puede volver un joven a la vida; pero hoy preferiría poner de relieve su humanidad, para que no veamos a Jesús como un ser lejano, como un personaje tan diferente de nosotros, o como alguien tan excesivamente importante que no nos inspire la confianza que puede inspirarnos un buen amigo.


Los cristianos hemos de saber imitar a Jesús. Debemos pedir a Dios la gracia de ser Cristo para los demás. ¡Ojalá que todo aquél que nos vea, pueda contemplar una imagen de Jesús en la tierra! Quienes veían a san Francisco de Asís, por ejemplo, veían la imagen viva de Jesús. Los santos son aquellos que llevan a Jesús en sus palabras y obras e imitan su modo de actuar y su bondad. Nuestra sociedad tiene necesidad de santos y tú puedes ser uno de ellos en tu ambiente.

sábado, 10 de septiembre de 2016

24ª semana del tiempo ordinario. Domino C: Lc 15, 1-32

El mensaje que predomina hoy en todas las lecturas es: la MISERICORDIA de Dios. De una manera especial en el evangelio, en que Jesús nos describe algo esencial en Dios, como es el perdón y la acogida hacia el pecador, de modo que el hecho de volver a la casa paterna de un solo pecador causa en Dios una gran ALEGRÍA. Jesús nos lo mostró con parábolas y con el mismo ejemplo de su vida.
La ocasión para exponer estas hermosas parábolas fue el hecho de que los fariseos y los escribas andaban murmurando porque junto a Jesús se reunían pecadores y publicanos y él los trataba con bondad. No comprendían que uno que se tuviera como portavoz de Dios pudiera sentarse a la mesa con pecadores. Los fariseos creían en Dios justo; pero confundían la justicia con el castigo y la venganza. Creían en un Dios grande; pero de tal manera que le sentían alejado. Para ellos Dios era demasiado severo y aburrido, preocupado sobre todo de su gloria y honor. Para Jesús Dios está a favor de los pequeños, los humillados y despreciados., Es sobre todo AMOR y por eso se alegra cuando alguien apartado, vuelve al amor. Lo único que le molesta de verdad a Dios es el sufrimiento que unos hombres causan a otros.
Para Dios todos somos inmensamente importantes. Por eso en las parábolas habla de la alegría de Dios por un solo pecador que se convierte, de la alegría por encontrar una oveja perdida, por una moneda encontrada, o por un hijo que vuelve arrepentido.
El contraste es la actitud de los fariseos reflejada en el hermano mayor. Parece mejor porque siempre está en la casa de su padre trabajando; pero luego resulta peor porque no sabe acoger al hermano menor, prefiriendo que se hubiera quedado lejos. Así pasaba con los fariseos. Parecía que honraban a Dios porque cumplían todos los pequeños preceptos; pero no cumplían lo principal que es parecerse al Padre del cielo que tiene compasión de todos y sale a buscar a quien se ha perdido.
Estas parábolas tienen dos grandes enseñanzas para nosotros. En primer lugar, vemos que muchas veces somos como la oveja perdida o el hijo pródigo que buscamos la felicidad por caminos diversos de los que nos señala Dios, caminos equivocados que nos perjudican en vez de ayudarnos. En ese caso debemos acordarnos que Dios es nuestro Padre y nos acoge. Aprovechemos el tiempo que tenemos de vida para corresponder  a la bondad de Dios y llegar a sus brazos de padre.
Otra gran enseñanza es el deber parecernos lo más posible a Jesucristo para tener amor y misericordia con los que nos han podido ofender. Y en el campo del apostolado de la Iglesia, no contentarnos con conservar lo que tenemos, sino salir a buscar la oveja perdida. Esto es difícil porque nos resulta incómodo. El mismo hecho de perdonar a veces es muy difícil ante una persona que puede ser que haya destrozado nuestra vida o haya perjudicado gravemente a alguien muy querido por nosotros.

Hoy en la 1ª lectura (Ex 32, 7-14) aparece Dios perdonando al pueblo de Israel. Este, pensando al estilo farisaico no se merecía el perdón, porque, habiendo hecho un pacto de alianza con Dios, se olvida de El construyendo un toro de metal a quien declaran ser su dios. Dios demuestra su malestar porque ese pueblo merece el exterminio. Pero allí está Moisés, el hombre fiel a Dios, que intercede por su pueblo y logra que Dios (que lo está deseando) perdone al pueblo, dándole la oportunidad de arrepentirse. Aquí tenemos otra enseñanza de este día. Quizá no nos sintamos tan pecadores ni tan perdonadores; pero todos podemos ser y debemos ser intercesores. Habrá casos en que podemos ayudar a un pecador para que vuelva al Señor. A veces podemos hacer que dos personas enemistadas puedan sentir la alegría de Dios en el perdón de ellos mismos. En otros muchos casos lo único que podremos hacer es pedir, interceder ante el Señor bueno, para que se organicen las circunstancias, de modo que el extraviado pueda encontrar el camino recto hacia la bondad de Dios.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Hoy celebramos la fiesta de la natividad María. En el siglo V, en la Iglesia en Jerusalén, se dedicó una basílica en lugar donde la tradición situaba el nacimiento de la Virgen María. Esta fiesta es importante porque nos recuerda a todos cómo Dios ha preparado a la que sería madre de su Hijo. Dios no improvisa, desde toda la eternidad estaba todo previsto. Elegida para una misión muy especial “antes de la constitución del mundo” y en función de ese designio preparó todas las cosas, preparó el nacimiento de María.
También a nosotros nos ha elegido Dios “antes de la constitución del mundo, para que seamos santos e inmaculados ante Él por el amor; y nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo” (Efe. 1,4-5) ¡Antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos! Primero nos ha elegido y después nos ha creado para cumplir esa llamada. Es muy importante caer en la cuenta que la elección precede a nuestra existencia, es más, determina la razón de ser de nuestra existencia. “Podemos decir que Dios ‘primero’ elige al hombre, en el Hijo eterno y consubstancial, a participar de la filiación divina, y sólo ‘después’ quiere la creación, quiere el mundo” (J.P. II, Discurso, 28-V-1986, nº 4). Dios no nos elige en función a méritos adquiridos. Es justamente al revés. “La vocación de cada uno – dice Juan Pablo II – se funde, hasta cierto punto, con su propio ser: se puede decir que vocación y persona se hacen una misma cosa” (A los aspirantes al sacerdocio, Porto Alegre, 5-VII-1980.).
Además, esta elección, esta vocación es una llamada irrevocable. Dios no se echa atrás en la elección. “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rm. 11,29). Nosotros podemos decidir vivir al margen de esa elección de Dios ¡pero no se puede suprimir! Por ello, cuando no nos empeñamos en seguir esa llamada, siempre que no luchamos por corresponder a esa elección de Dios, experimentamos esa inquietud en el alma. Hemos sido pensados y creados con la capacidad para manifestar la santidad de nuestro ser en nuestro obrar (cf. Juan Pablo II, Christi fideles laici. nº 16). San Pablo no deja amonestar a todos los cristianos para que vivan “como conviene a los santos” (Ef. 5, 3). Por ello no es verdad cuando digo ¡no puedo! ¡No es verdad, porque Dios nos ha pensado, querido y creado para ser santos! Cuando decimos no puedo, esto es superior a mis fuerzas,…; se pregunta el Papa San Juan Pablo II “¿pero cuáles son esas concretas posibilidades del hombre? ¿De qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia o del hombre redimido?” (Alocución”, 1-III-1984).

La santidad requiere nuestra colaboración, nuestra respuesta a la gracia. La historia de cada uno no está escrita de antemano. Los santos no lo han sido inexorablemente. La santidad no es algo insólito, sino lo normal en la vida de un bautizado. Para alcanzar la perfección, dice santa Teresa, “importa mucho, y el todo, (…) una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo” (Santa Teresa de Jesús, “Camino de perfección”, 35, 2).