martes, 23 de agosto de 2016

23-8-2016. Martes de la 21ª TO-C

Jesús se encontró con grupos religiosos que se hacían pasar por guías del pueblo, pero que más bien buscaban sus intereses particulares o del grupo. Uno de esos grupos eran los fariseos, hombres fanáticos que buscaban el apoyo popular haciéndose pasar por justos y piadosos; entre las palabras que hoy nos trae el evangelio podemos destacar dos acusaciones que Jesús les hace: Son personas que ponen mucho interés en cosillas pequeñas de la ley, omitiendo lo más importante, y además: se preocupan de lo exterior de la religión, olvidando lo interior.
La Ley decía que cada agricultor debía ofrecer al templo el diezmo, la décima parte, de la cosecha. Los fariseos querían ser en esto tan cumplidores que empleaban la ley hasta en los pequeños condimentos de la comida, como la menta o el comino. Así que las amas de casa de cada diez ramitos de perejil debían separar uno para el templo. Jesús nunca habló contra la ley del diezmo; pero no se fijaba en esas minucias, sino que su horizonte es mucho más amplio y grandioso en nuestro caminar hacia Dios. De hecho la ley del diezmo era buena, porque era reconocer que Dios tiene el derecho de propiedad sobre toda la tierra y sus bienes. Esa parte que le corresponde a Dios serviría para el mantenimiento del culto y sus ministros y para los pobres.
Jesús no quiere quitar las prácticas pequeñas de la religión. Quiere que la fidelidad a las observaciones pequeñas del culto sean reflejo y expresión de la fiel observancia de la ley del amor a Dios y al prójimo.
acusa Jesús a los fariseos de que se preocupan demasiado de la parte externa de la religión y olvidan la principal que es la interior. Les pone el ejemplo de quien lava una copa o plato por fuera y deja toda la suciedad por dentro. O más gráficamente les asemeja a un sepulcro muy limpio por fuera, pero con toda la podredumbre por dentro. Hoy también, como los fariseos, sigue habiendo muchos cristianos que se fijan especialmente en las apariencias, en la “fachada”, pero no se preocupan por el interior. Queremos aparecer como buenos mientras que el corazón está impresentable. Hay muchos actos religiosos que, como los fariseos, hacemos casi sólo para que nos vean y alaben. Jesús nos advierte que hasta en el ayunar, orar y dar limosna muchas veces se busca el aplauso de la gente más que el aplauso de Dios.

Jesús, que es “manso y humilde de corazón”, aparece hoy con palabras fuertes para decirnos cuánto sufre y cuánto le molesta la hipocresía de los fariseos y también nuestra propia hipocresía en las relaciones con Dios y con el prójimo.

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