Jesús
se encontró con grupos religiosos que se hacían pasar por guías del pueblo,
pero que más bien buscaban sus intereses particulares o del grupo. Uno de esos
grupos eran los fariseos, hombres fanáticos que buscaban el apoyo popular
haciéndose pasar por justos y piadosos; entre las palabras que hoy nos trae el
evangelio podemos destacar dos acusaciones que Jesús les hace: Son personas que
ponen mucho interés en cosillas pequeñas de la ley, omitiendo lo más importante,
y además: se preocupan de lo exterior de la religión, olvidando lo interior.
Jesús
no quiere quitar las prácticas pequeñas de la religión. Quiere que la fidelidad
a las observaciones pequeñas del culto sean reflejo y expresión de la fiel
observancia de la ley del amor a Dios y al prójimo.
acusa
Jesús a los fariseos de que se preocupan demasiado de la parte externa de la
religión y olvidan la principal que es la interior. Les pone el ejemplo de
quien lava una copa o plato por fuera y deja toda la suciedad por dentro. O más
gráficamente les asemeja a un sepulcro muy limpio por fuera, pero con toda la
podredumbre por dentro. Hoy también, como los fariseos, sigue habiendo muchos
cristianos que se fijan especialmente en las apariencias, en la “fachada”, pero
no se preocupan por el interior. Queremos aparecer como buenos mientras que el
corazón está impresentable. Hay muchos actos religiosos que, como los fariseos,
hacemos casi sólo para que nos vean y alaben. Jesús nos advierte que hasta en
el ayunar, orar y dar limosna muchas veces se busca el aplauso de la gente más
que el aplauso de Dios.
Jesús,
que es “manso y humilde de corazón”, aparece hoy con palabras fuertes para
decirnos cuánto sufre y cuánto le molesta la hipocresía de los fariseos y
también nuestra propia hipocresía en las relaciones con Dios y con el prójimo.
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