jueves, 25 de agosto de 2016

25-8-2016. 21 ª TO-C

El otro día veía un capítulo de una serie de televisión. En el mostraban irónicamente la actitud de unos padres ante la directora del colegio de su hijo. Esta les había llamado para hablar sobre su hijo y estos se preguntaban para qué, porque no tenían ningún interés en acudir a la cita. Estaban demasiado ocupados y ya tenían demasiados problemas para perder el tiempo.
El problema es que su hijo llevaba sin ir a clase tres meses y ni se habían dado cuenta. El episodio era bastante sorprendente por la actitud sui géneris de los personajes: todos intentan eludir su responsabilidad ante los hechos, especialmente los padres que no están ejerciendo su misión. El hijo y los padres han sido pillados por la directora cuando menos se lo esperaban y se enfrenta a una expulsión del colegio.
Esta advertencia que Jesús hace en el pasaje del evangelio de hoy para evitar abandonar la misión que tenemos en nuestra vida, nuestras responsabilidades. San Pablo nos ayuda a caer en la cuenta en la primera lectura de quienes somos, de la misión y sentido de nuestras vidas, como de todo lo que hemos recibido y recibimos para llevarlo a cabo. Es una pena que nos dejemos engañar por el egoísmo, lo fácil y lo inmediato, y nos dejemos llevar por estas actitudes, abandonando nuestras tareas más importantes, y sobre todo, nuestras responsabilidades. Y lo peor de todo es que cuando nos pillan, la soberbia y la cobardía nos llevan a la infantilidad de echarle la culpa al “otro”. Es tremendo, pero cierto. Lo vemos todos los días en la televisión, en los famosos, en los gobernantes, en el trabajo, en la familia, en nuestro alrededor, quizás, en nosotros.

Jesús nos llama a la responsabilidad de administrar nuestra vida conforme a la voluntad de Dios y no a la de otros. De amar a Dios con nuestra vida, obedeciéndole, y llevar a cabo la misión que se nos encomienda con entrega plena, alegría y sin bajar la guardia. No debemos dejar al mal que meta baza y no debemos abandonar en ningún momento nuestras responsabilidades. El Señor nos ayuda, enseñándonos a ser personas, maduras y adultas, cada uno con nuestro lugar en el mundo, con nuestra misión dada por Dios, que no se nos olvide, y que es importante para su plan de salvación. Esto es estar preparados, siendo “criados fieles y prudentes”. Así nos realizamos y avanzamos hacia la felicidad, porque como dice el Señor «bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así».

miércoles, 24 de agosto de 2016

SAN BARTOLOMÉ: 23-8-2016

Jesús encuentra hoy una persona honesta en la que no hay engaño. Llevamos unos días escuchando al Señor denunciar la hipocresía, la falsedad. Frecuentemente, pensamos que todo estaba mal en nosotros, que solo se ve lo malo, y seguimos como norma de vida el refrán “piensa mal y acertarás”, es un error.
Dios nos conoce y siempre ve lo bueno y auténtico que hay en nosotros. Jesucristo nos ayuda a encontrarlo y, sobretodo, a valorarlo y confiar en nosotros mismos. Cada vez que creemos más el Él, creemos más en nosotros mismos, porque Él entra más en nuestro corazón y lo va llenando, transformándolo.
La verdad que a medida que maduramos en el camino de la vida cristiana nos damos cuenta de la cantidad de bien que hay en el mundo, del bien que hacen las personas. Lo podemos experimentar cada día y mucha gente me lo comparte. El creer en Jesucristo supone una liberación, y esta opera en nuestra vida. Hace que seamos más sensibles en la caridad y que veamos con finura espiritual las acciones de los demás, apreciando con amor el bien que hacen hasta los más pequeños detalles que pasan desapercibidos. La fe nos ayuda a ver nuestro entorno con realismo, sin el daño que el pecado hace a nuestra vista y entendimiento, sin engaño.
Como el ángel en la primera lectura lleva a la visión de la Jerusalén celeste radiante y luminosa, ciudad de Dios futura de plenitud del reino para nosotros, el camino de la fe nos va abriendo el corazón, el alma y el entendimiento para vivir ya el reino de Dios en nuestras vidas. La honestidad es signo de su ciudadanía. Pero, ¿nosotros somos honestos? ¿Puede decir Jesús lo mismo de nosotros que de Bartolomé que luego fue su apóstol?

Cerca está el Señor de los que lo invocan sinceramente experimenta el salmista en el salmo 144. No es tan difícil. Creo que es seguir a Cristo como lo hicieron los apóstoles. Es no tener miedo a avanzar en nuestra fe, no tener miedo a hablar de Él. Es ser valiente y esforzarte para crecer más y más en el don que has recibido. Es dejarte transformar por el Espíritu. No dejes de invocarlo, de confiar en Él, de “abandonarte” en Él. Verás como la liberación de la honestidad te mostrará que ese refrán de los hombres es falso, no vale, ni en tu vida y en la de la mayoría. Seamos honestos.

martes, 23 de agosto de 2016

23-8-2016. Martes de la 21ª TO-C

Jesús se encontró con grupos religiosos que se hacían pasar por guías del pueblo, pero que más bien buscaban sus intereses particulares o del grupo. Uno de esos grupos eran los fariseos, hombres fanáticos que buscaban el apoyo popular haciéndose pasar por justos y piadosos; entre las palabras que hoy nos trae el evangelio podemos destacar dos acusaciones que Jesús les hace: Son personas que ponen mucho interés en cosillas pequeñas de la ley, omitiendo lo más importante, y además: se preocupan de lo exterior de la religión, olvidando lo interior.
La Ley decía que cada agricultor debía ofrecer al templo el diezmo, la décima parte, de la cosecha. Los fariseos querían ser en esto tan cumplidores que empleaban la ley hasta en los pequeños condimentos de la comida, como la menta o el comino. Así que las amas de casa de cada diez ramitos de perejil debían separar uno para el templo. Jesús nunca habló contra la ley del diezmo; pero no se fijaba en esas minucias, sino que su horizonte es mucho más amplio y grandioso en nuestro caminar hacia Dios. De hecho la ley del diezmo era buena, porque era reconocer que Dios tiene el derecho de propiedad sobre toda la tierra y sus bienes. Esa parte que le corresponde a Dios serviría para el mantenimiento del culto y sus ministros y para los pobres.
Jesús no quiere quitar las prácticas pequeñas de la religión. Quiere que la fidelidad a las observaciones pequeñas del culto sean reflejo y expresión de la fiel observancia de la ley del amor a Dios y al prójimo.
acusa Jesús a los fariseos de que se preocupan demasiado de la parte externa de la religión y olvidan la principal que es la interior. Les pone el ejemplo de quien lava una copa o plato por fuera y deja toda la suciedad por dentro. O más gráficamente les asemeja a un sepulcro muy limpio por fuera, pero con toda la podredumbre por dentro. Hoy también, como los fariseos, sigue habiendo muchos cristianos que se fijan especialmente en las apariencias, en la “fachada”, pero no se preocupan por el interior. Queremos aparecer como buenos mientras que el corazón está impresentable. Hay muchos actos religiosos que, como los fariseos, hacemos casi sólo para que nos vean y alaben. Jesús nos advierte que hasta en el ayunar, orar y dar limosna muchas veces se busca el aplauso de la gente más que el aplauso de Dios.

Jesús, que es “manso y humilde de corazón”, aparece hoy con palabras fuertes para decirnos cuánto sufre y cuánto le molesta la hipocresía de los fariseos y también nuestra propia hipocresía en las relaciones con Dios y con el prójimo.

lunes, 22 de agosto de 2016

LUNES 22-8-2016. SANTA MARIA REINA

Hoy celebra la Iglesia la fiesta de “Santa María Virgen Reina”. Es una fiesta relativamente moderna. Sin embargo el nombrar Reina a María, la Madre de Dios, es desde muy antiguo. Precisamente en el pueblo cristiano se la comenzó a llamar Reina, cuando los obispos reunidos en el concilio de Efeso, en el siglo V, declararon que a la Virgen María la podemos llamar “la Madre de Dios”. En el año 1476 el papa Sixto IV hablaba de “María, la Reina de los cielos, encumbrada sobre los tronos celestiales y que brilla entre los astros como estrella de la mañana”. Y así otros papas y muchos santos, comentando lo del Apocalipsis, sobre la mujer “coronada con doce estrellas”.
Muchas han sido las obras de arte que celebran esta dignidad tan grande de la Virgen María. Hay oraciones hermosas y antiguas que lo declaran, como cuando rezamos: “Dios te salve, Reina y madre de misericordia”. En tiempo de Pascua, cuando alegres cantamos a nuestro Rey vencedor de la muerte, también a ella, que está íntimamente unida con su Hijo, la decimos: “Alégrate, Reina del cielo”.
El 1 de Noviembre de 1954, al terminar el año mariano, el papa Pío XII coronó solemnemente una imagen de María. En ese momento todo el pueblo entusiasmado comenzó a gritar: “Viva la Reina”, y comenzó a celebrarse una fiesta en su honor. Este papa, Pío XII, indicaba el fundamento de la realeza de María en el hecho de cooperar en la obra de la redención, además del hecho de ser la Madre de Dios. Eran como los preámbulos del Concilio Vaticano II. Este concilio en el capítulo dedicado a María dice: “La Virgen Inmaculada, asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, fue ensalzada por el Señor como Reina Universal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte”.
El hecho de que llamemos Reina a la Virgen María es como el complemento de todas las gracias y de todas las fiestas; pero de una manera especial es complemento y continuación lógica de haber sido María “subida en cuerpo y alma al cielo”. Por eso la Iglesia celebra esta fiesta en la octava de la Asunción. El pueblo cristiano reconoce en María su excelsa dignidad por encima de todas las criaturas y expone su importancia en nuestras vidas. Porque, estando en el cielo, no sólo está unida a su Hijo Jesús, sino que vela por nosotros en nuestro caminar como Reina y como Madre.

Hoy pedimos que por intercesión de María Reina, podamos alcanzar la gloria en el reino de los cielos.  Pedimos que María sea Reina de nuestras familias, de nuestro corazón, potencias y sentidos. San Pablo decía que si nos mantenemos firmes en la fe de Jesús, llegaremos a reinar con El. ¡Cuánto más María que estuvo y está unida con toda plenitud con su Hijo Jesús! Ella velará para que sigamos manteniéndonos en la fe y crezcamos en unión con Cristo y nuestra Madre Reina.

sábado, 20 de agosto de 2016

"LAS CARRERAS ECLESIALES" 20-8-2016

La carrera eclesial era un virus que infectaba el mundo de los fariseos y escribas de la época de Jesús, que andaban peleándose por sentarse en la cátedra de Moisés, ocupar los primeros puestos en los banquetes o recibir algún que otro cargo en el mundillo religioso del Templo. Las mafias y cotilleos de pasillos que podían rodear el cargo del Sumo Sacerdote, mejor ni hablar, aunque no serían muy diferentes de los que podemos encontrar ahora en nuestros pasillos y mentiremos eclesiales. La condición humana, por más que esté recubierta de ropas sagradas, de filacterias y de mantos bordados con orlas preciosas, no deja de ser la que es. El Señor reprueba con duras palabras la falsedad y la hipocresía en lo religioso, sobre todo cuando, en nombre de Dios, andamos jugando con la gente, fomentando una falsa virtud, enarbolando la bandera del seguimiento a nuestra persona en nombre de Cristo, disimulando con comentarios piadosos nuestra mediocridad o cayendo en políticas humanas para manejar o conseguir un cierto status eclesial. “Pero, seamos sinceros: ¿a quién no le gusta y le atrae el reconocimiento humano, la fama y el buen decir de la gente, el prestigio eclesial y, en definitiva, ese tufillo de gloria humana, que cuando se eleva desde los círculos y ambientes eclesiales, o eclesiásticos, hechiza aún con mayor gusto y placer? Pues, para evitar continuamente caer en la sutil tentación que encarnan los fariseos y escribas, o somos ángeles, o somos santos, porque si andamos patinando con un pie en Dios y con el otro en el mundo acabamos mal.

Si entendemos el servicio y la humildad en la clave del Evangelio, la cosa cambia, porque entonces estamos en el camino de Cristo, el de la Cruz, que ni el mundo, ni los que viven según el mundo dentro de la propia Iglesia, pueden entender. Un buen olfato cristiano sabe descubrir a la primera dónde hay verdadera virtud y no falsa humildad, y quién sirve de verdad a Dios, o quien se sirve de Dios para sus propios intereses y para hacer crecer la cresta de su propio ego. Vayamos a lo esencial del Evangelio, si no queremos aguar el Evangelio y convertir el Cristianismo en una carrera olímpica por conseguir medallas de reconocimiento mundano. Algunos andan tan agobiados por conseguir alguna que otra medalla que colgarse, que al final sus oros, platas y bronces se convierten en terribles fardos pesados, que ahogan la vida interior y la vitalidad de la fe cristiana.