Estamos
casi a fin del año litúrgico, pues terminará el próximo domingo con la fiesta
de Cristo Rey. Por eso se nos habla con palabras de Jesucristo referentes al
fin del mundo. No sólo san Marcos, sino otros evangelistas, cuando transcriben
palabras o mensajes de Jesús para asuntos grandiosos, se acomodan a un estilo
literario que en el Oriente estaba de moda, que era el género apocalíptico, por
medio de comparaciones y figuras grandiosas. Jesús no quiere atemorizarnos,
sino desea mostrarnos de una manera solemne la realidad, que para sus
seguidores debe encerrar una gran esperanza.
Eran
los días antes de su muerte. Después de hablar en el templo, Jesús con sus
discípulos se retiraba a Betania a casa de Lázaro. La conversación se hizo
interesante al ver el templo relucir con los rayos del atardecer. De la
predicción sobre el final del templo y su sistema religioso, pasó Jesús a
tratar sobre el final del mundo, que al mismo tiempo será el tiempo de su
segunda venida “con gran poder y majestad”. Sobre esta segunda venida se
hablaba mucho en la primitiva cristiandad, de modo que muchos, por el deseo
grande de estar con Jesús, creían que iba a realizarse muy pronto. En diversas
épocas han estado muy presentes estas predicciones de Jesús, como cuando
llegaba el año mil, y algo también en el año dos mil. Hay sectas que hablan
continuamente de ello, hasta mostrando fechas concretas, que luego no se
realizan.
Como
he dicho, las palabras en concreto son imágenes impactantes para que se quede
aprendido mejor el mensaje. No hay que tomarlo al pie de la letra, porque
además las estrellas, tan enormes, no pueden caer sobre la tierra, tan
pequeñita. No se trata de dar miedo, sino de vivir en esperanza y alegría
porque al final vendrá Cristo a nuestro encuentro. Las imágenes del sol, luna y
estrellas son para subrayar la grandiosidad de la venida gloriosa del Salvador.
El final de la historia no es un final de catástrofe, sino que será la
salvación para los elegidos, que podemos ser todos, si seguimos los consejos y
la manera de vivir de Jesús buscando el servir a los demás.
El
mensaje principal es que debemos velar y estar preparados para la venida del
Señor, porque no sabemos el día ni la hora. Estar preparados es llevar una vida
en conformidad con el Evangelio. Más que anuncio de destrucción, es anuncio de
salvación, porque se trata de una nueva presencia total de Jesús, cuyas
palabras no pasarán. Todo lo demás de este mundo pasará. ¡Cuántas energías se
consumen para conseguir éxitos humanos o materiales, cuando en realidad todo
pasará! Lo que no pasará o permanecerá para siempre son las palabras de Cristo
y los que sigan esas palabras con su vida. No es que sean malas las cosas
materiales, como el arte, el deporte, etc. Lo malo es cuando uno quiere hacer
de esas cosas algo absoluto.
Jesús
no sólo está hablando del fin del mundo, sino también del fin de “su” mundo,
como es el fin de su época con todo lo que conlleva, como el fin del templo y
de las estructuras religiosas que en sí encerraba. Por eso dijo que no pasaría
esa generación sin que aquello sucediera. La tradición ha visto como expresión
de esas palabras la destrucción de Jerusalén, juntamente con el templo, en el
año 70. Muchas estructuras políticas y religiosas, que parecían inamovibles,
han ido cayendo a lo largo de la historia. También nuestro mundo caerá o
pasará. Si vivimos atados a nuestros éxitos materiales es como degenerar
nuestro ser humano que está hecho para la eternidad.
Al
hablar del fin del mundo en este día, debemos aumentar nuestra esperanza de
paz, alegría y amor. El fin del mundo será la consumación de la esperanza, pero
será la plenitud de la vida de paz, alegría y amor. Nuestra misión como
cristianos es hacer ya desde ahora presente lo que será el futuro. Tenemos que
aprovechar el tiempo, que no sabemos cuánto será, para ir creando ese mundo de
justicia y de paz. Para ello comencemos enderezando nuestra propia vida para
que sea honrada, auténtica y ejemplar, cumpliendo nuestro deber y ayudando a
los demás.
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