Jesús estaba con
sus discípulos en el Templo de Jerusalén. Eran los días anteriores a su pasión
y muerte y quería recalcar algunas enseñanzas que muchas veces les había dado
en aquellos años. Una y muy importante era: que no fuesen como los fariseos,
que aparentaban por fuera lo que no eran por dentro. Querían aparentar muy
religiosos; pero la verdadera religión es el trato íntimo con Dios desde el
corazón.
Parecido a los
fariseos eran los escribas o letrados. Algunos eran del grupo de los fariseos y
eran quienes entendían más de la
Escritura y debían enseñarla al pueblo. Ahora Jesús una vez
más les dice a los apóstoles que tengan cuidado para no parecerse a los
letrados, pues les gusta que les alaben, buscan los primeros puestos; pero
hacen algo desagradable a Dios, pues se aprovechan del poco dinero de las
viudas con motivo de largos rezos. Jesús habla de las viudas, como podría
hablar de los pobres y desamparados; en aquel tiempo no había seguridades
sociales y sí mucha injusticia; y las viudas que no tenían el amparo de ningún
varón, estaban desatendidas.
Jesús quiere dar la
lección de una manera práctica. Y para eso van donde la gente deposita sus
limosnas para el templo. La gente va dejando el dinero y algunos ricos dejan
bastante. De pronto llega una viuda y deja dos moneditas. Estas monedas
resonaron mucho en el corazón de Jesús; mas que las monedas que echaban los
ricos. Jesús les da la lección a los apóstoles: “esta pobre viuda es la que más ha
echado”. Dios no juzga como nosotros por los hechos externos. El conoce
el fondo de nuestro corazón. Por eso suele pasar que algunos actos externos de
religión, hechos al parecer con mucha perfección, no valgan para Dios, si esa
persona busca sólo recibir honores y premios terrenos.
Hoy a los apóstoles
les Da otra razón de porqué agrada a Dios esa limosna de la viuda: “Porque
los demás han dado de lo que les sobra, pero la viuda ha dado lo que necesitaba
para vivir”. Dar lo que se necesita para vivir es como dar la vida. Y
eso es amor. A ella se le pueden aplicar las palabras de Jesús: “El
que entrega su propia vida por el Evangelio, la salvará”. Ese es el verdadero culto que quiere Dios, la entrega de
nuestro corazón.
En la primera
lectura de hoy se nos da otro ejemplo de una viuda. El profeta Elías estaba
huyendo de las amenazas del rey y llegó a Sarepta en tiempos de mucha hambre y
sed; allí se encontró con una viuda que recogía un poco de leña para hacer el
último pan. Elías le pide un vaso de agua y un pan.
Aquella viuda no
podía dar gracias a Dios por las riquezas, pero lo que tenía lo consideraba un
don de Dios y se ponía en sus manos con fe y confianza. No se necesitan grandes
cosas en lo humano para agradar a Dios. Por eso es más fácil servir a Dios en
la pobreza que en la riqueza. Es bueno recordar a la Virgen María. No
conocemos que hiciera grandes cosas externas, como a veces conocemos en la vida
de algunos santos. Sin embargo es la más santa de todos, porque supo entregar
constantemente su vida al Señor. Lo especial de su entrega fue su amor.
Alguno puede decir
que quizá la donación de aquella viuda sirvió para vanidades externas de algún
jefe del templo. Lo cierto es que Dios ve que ella lo da para la honra de Dios,
para que otros le alaben. Hoy es día para pensar si nosotros damos a Dios no
sólo bienes externos, sino tiempo y disponibilidad para la mayor gloria de
Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario