sábado, 28 de noviembre de 2015

DOMINGO 1º ADV-2015 (C)

Dios cumple sus promesas

Dios nos ama, nos mira y nos habla. En Cristo, su Hijo, nos cura, nos libera, nos salva. Al iniciar este tiempo de Adviento queremos recordar que el Señor está ya entre nosotros. Su cercanía nos invita a abrir bien los ojos para que con una fe despierta y orante, y con una caridad constante y generosa podamos reconocerle presente en cada persona, en cada situación. Dios sigue viniendo. Llama a nuestra puerta, nos visita. Ha venido para quedarse, y continuamente renueva su presencia entre nosotros.

Es tiempo para la fe, es tiempo de esperanza, es tiempo de amor: es tiempo de Dios ¿Qué  espera el Señor de nosotros? Que seamos personas que aman, que sirven, que se preocupan del otro, especialmente del que sufre, del pobre, del desamparado, del que experimenta grandes dificultades para sobrevivir.

El amor no se improvisa. Antes de hacer nuestro "proyecto de Adviento", antes de vivir amando y sirviendo al Señor en cada persona es necesario que recordemos, que hagamos memoria de las acciones de Dios en nosotros.

Cuando dejamos a Dios ser Dios, Él, por puro amor, salva, transforma, da vida, perdona, reconcilia, reconstruye. El Señor es "nuestra Justicia". Una manera de decir aquello que proclama el profeta Isaías acerca del Señor: es "Dios-con-nosotros". Dios actúa, se implica, no se queda al margen. En Cristo se cumplen las "buenas palabras" de Dios. Las promesas de Salvación que Dios ha hecho se han cumplido en Jesús, el Señor.

Como el Señor: Amor sin medida

Adviento: esperamos a Cristo. Queremos prepararnos al encuentro del Señor, que viene.

San Pablo, a los cristianos de Tesalónica les exhorta a preparar la Venida definitiva del Señor. Para ello les anima a recordar y vivir: Un amor mutuo, fraterno, los cristianos entre sí, pero también un amor a todos. El amor que recibimos de Dios nos fortalece, y nos convierte en signos y testigos de ese amor de Dios.

Constantemente el Apóstol exhorta a los cristianos de la primera hora, y a nosotros, a vivir de acuerdo a la persona de Jesús. Es la mejor manera de preparar y esperar la Venida del Señor. ¿Cómo esperar al Señor, que llega, si nuestra vida no está en sintonía con Él? La persona de Cristo está en la raíz de nuestro ser y hacer. En su nombre, nos hemos puesto en camino, para ser de "los suyos", para amar como Él. Por eso es tiempo de contemplar al Señor. Ahora es el tiempo propicio. Esperamos a Aquel que sabemos nos ama: Jesús, el Señor.

Despiertos y con la cabeza bien alta

Hoy, el Señor nos exhorta a vivir esperando y preparando su venida gloriosa. Con un lenguaje extraño y casi desconcertante se nos invita a saber mirar con ojos de fe cada acontecimiento, cada situación personal y comunitaria. Con este toque de atención el Señor quiere despertarnos de nuestras indiferencias y olvidos hacia nuestro prójimo, y también hacia Dios mismo.

Él nos anima a que permanezcamos unidos a Él, para que en medio de las dificultades, no desfallezcamos, sino que vivamos con fidelidad y gozo nuestra condición de discípulos y testigos suyos.

Para nosotros la esperanza del adviento tiene un nombre: Jesucristo. El nos encomienda la tarea de contar a otros que la salvación está cerca. Cristo es nuestra Salvación. El proyecto de Dios - el Reino- ha comenzado con Jesús. Él es el Reino de Dios. Esperamos y caminamos hacia su realización definitiva al final de los tiempos.

Jesús nos invita a la vigilancia por medio de una fe que está atenta a los signos de la presencia de Dios en este mundo, en esta sociedad. Este permanecer en vela para escuchar "los susurros" de Dios, se fundamenta y concreta en la oración, en la conversión (viviendo la reconciliación sacramental) y también se expresa a través de una caridad sincera y generosa. El amor concreto a cada persona me mete en la experiencia de Dios Amor.

Sigamos celebrando la Eucaristía. Que iluminados por la Palabra del Señor, y alimentados con su Cuerpo y con su Sangre, permanezcamos en actitud de oración confiada, de amor fraterno y de esperanza activa para celebrar y preparar su Venida.


sábado, 21 de noviembre de 2015

Domingo, 22 de noviembre de 2015; Cristo Rey B-2105: Jn 18, 33-37



Estamos en el último domingo del año litúrgico. Como complemento o resumen de todo lo bueno que podemos decir y aprender de Jesús, la Iglesia nos pone en este día la fiesta de Cristo Rey. La palabra “Rey” o reino en muchos ambientes modernos está desprestigiada; pero siempre queda la influencia histórica y la expresión de Jesús al comenzar su predicación sobre la importancia de pertenecer al “Reino de Dios”. De modo que entre las peticiones más importantes que podemos hacer a nuestro Padre Dios, es que “venga su reino”. Pertenecer a él será nuestro fin y nuestra felicidad.
Parece un contrasentido el hecho de que celebrando a Cristo como Rey del universo, en el evangelio no se nos propone algún hecho triunfante de Jesús, sino que aparece humillado ante el representante del imperio que en aquel tiempo era casi omnipotente. Jesús ante Pilato está como un esclavo ante su señor. Sin embargo a los tres días Jesús resucitaría triunfante y poco después Pilato desaparecerá en el olvido.
Jesús había sido condenado como rey falso, como peligroso para el imperio romano. Pero allí está atado y sin ningún poder. Aun así Pilato le pregunta a Jesús si es rey y Jesús le contesta que en verdad El es rey. Pero a continuación testifica que su reino no es como los reinos de este mundo. En varias ocasiones la gente entusiasmada ante los milagros de Jesús le quiso proclamar como rey. Especialmente cuando la multiplicación de panes y peces pensando egoístamente que con un rey así, no les iba a faltar el pan de cada día. En otros momentos eran los mismos discípulos los que creían que Jesús iba ya a instaurar el reino al estilo del rey David. Les costaba entender que su reino no era como los del mundo, que se basan en la fuerza, en el dinero o en el poder. Su Reino, como nos dice el prefacio de la misa de hoy es un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz.
Su Reino es sobre todo de verdad. Ante Pilato proclama Jesús que El ha venido a proclamar la verdad. La mentira es el emblema del demonio. Con frecuencia vemos que muchos para conseguir el poder se basan en la mentira. No están en el lado de Jesús. Pilato preguntó qué es la verdad, pero no quiso escuchar la respuesta. Estaba demasiado convencido de su verdad, que era su propia política, su comodidad y su egoísmo. Nosotros, para participar del Reino de Jesús, debemos estar atentos a su verdad, que nos la va proclamando a través de todo su Evangelio cada domingo.
El Reino de Jesús tiene una dimensión muy diferente de los reinos de este mundo. Es un reino de amor, de gracia y de paz, un reino que está por encima de las ambiciones humanas. Por eso aquellos que tienen ambiciones terrenas, aunque estén  muy metidos entre cosas religiosas, están fuera, al menos entonces, del reino de Jesús. Es un reino que comienza ahora, pero que tendrá su culminación o plenitud en la otra vida. Es como un grano de mostaza pequeño, pero que se va agrandando, aunque se le note poco. Es como un fermento que está en el mundo; es como un tesoro escondido en el campo.

En fin, que el centro de nuestra vida y predicación de la Iglesia debe ser el Reino de Jesús, y su realización será la unión de todos los bienaventurados en el cielo. Es un punto de referencia para nuestra esperanza. Es un mensaje de optimismo, porque sabemos que Cristo triunfará y porque sabemos que en verdad se va realizando en la vida de la Iglesia y en muchos corazones que buscan el bien. Es rey porque con su sangre mereció la redención de todos los pecados. Por eso debemos servirle. Servir a Cristo es tener la verdadera libertad. Para ello escuchemos su voz y le sigamos. El debe reinar sobre nuestra inteligencia, sobre nuestra voluntad y nuestro corazón, porque El es amor. Y en verdad ha sido correspondido por millones de discípulos.

jueves, 12 de noviembre de 2015

33ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 13, 24-32



Estamos casi a fin del año litúrgico, pues terminará el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey. Por eso se nos habla con palabras de Jesucristo referentes al fin del mundo. No sólo san Marcos, sino otros evangelistas, cuando transcriben palabras o mensajes de Jesús para asuntos grandiosos, se acomodan a un estilo literario que en el Oriente estaba de moda, que era el género apocalíptico, por medio de comparaciones y figuras grandiosas. Jesús no quiere atemorizarnos, sino desea mostrarnos de una manera solemne la realidad, que para sus seguidores debe encerrar una gran esperanza.
Eran los días antes de su muerte. Después de hablar en el templo, Jesús con sus discípulos se retiraba a Betania a casa de Lázaro. La conversación se hizo interesante al ver el templo relucir con los rayos del atardecer. De la predicción sobre el final del templo y su sistema religioso, pasó Jesús a tratar sobre el final del mundo, que al mismo tiempo será el tiempo de su segunda venida “con gran poder y majestad”. Sobre esta segunda venida se hablaba mucho en la primitiva cristiandad, de modo que muchos, por el deseo grande de estar con Jesús, creían que iba a realizarse muy pronto. En diversas épocas han estado muy presentes estas predicciones de Jesús, como cuando llegaba el año mil, y algo también en el año dos mil. Hay sectas que hablan continuamente de ello, hasta mostrando fechas concretas, que luego no se realizan.
Como he dicho, las palabras en concreto son imágenes impactantes para que se quede aprendido mejor el mensaje. No hay que tomarlo al pie de la letra, porque además las estrellas, tan enormes, no pueden caer sobre la tierra, tan pequeñita. No se trata de dar miedo, sino de vivir en esperanza y alegría porque al final vendrá Cristo a nuestro encuentro. Las imágenes del sol, luna y estrellas son para subrayar la grandiosidad de la venida gloriosa del Salvador. El final de la historia no es un final de catástrofe, sino que será la salvación para los elegidos, que podemos ser todos, si seguimos los consejos y la manera de vivir de Jesús buscando el servir a los demás.
El mensaje principal es que debemos velar y estar preparados para la venida del Señor, porque no sabemos el día ni la hora. Estar preparados es llevar una vida en conformidad con el Evangelio. Más que anuncio de destrucción, es anuncio de salvación, porque se trata de una nueva presencia total de Jesús, cuyas palabras no pasarán. Todo lo demás de este mundo pasará. ¡Cuántas energías se consumen para conseguir éxitos humanos o materiales, cuando en realidad todo pasará! Lo que no pasará o permanecerá para siempre son las palabras de Cristo y los que sigan esas palabras con su vida. No es que sean malas las cosas materiales, como el arte, el deporte, etc. Lo malo es cuando uno quiere hacer de esas cosas algo absoluto.
Jesús no sólo está hablando del fin del mundo, sino también del fin de “su” mundo, como es el fin de su época con todo lo que conlleva, como el fin del templo y de las estructuras religiosas que en sí encerraba. Por eso dijo que no pasaría esa generación sin que aquello sucediera. La tradición ha visto como expresión de esas palabras la destrucción de Jerusalén, juntamente con el templo, en el año 70. Muchas estructuras políticas y religiosas, que parecían inamovibles, han ido cayendo a lo largo de la historia. También nuestro mundo caerá o pasará. Si vivimos atados a nuestros éxitos materiales es como degenerar nuestro ser humano que está hecho para la eternidad.

Al hablar del fin del mundo en este día, debemos aumentar nuestra esperanza de paz, alegría y amor. El fin del mundo será la consumación de la esperanza, pero será la plenitud de la vida de paz, alegría y amor. Nuestra misión como cristianos es hacer ya desde ahora presente lo que será el futuro. Tenemos que aprovechar el tiempo, que no sabemos cuánto será, para ir creando ese mundo de justicia y de paz. Para ello comencemos enderezando nuestra propia vida para que sea honrada, auténtica y ejemplar, cumpliendo nuestro deber y ayudando a los demás. 

sábado, 7 de noviembre de 2015

32ª semana del tiempo ordinario. Domingo B-2015: Mc 12, 38-44

Jesús estaba con sus discípulos en el Templo de Jerusalén. Eran los días anteriores a su pasión y muerte y quería recalcar algunas enseñanzas que muchas veces les había dado en aquellos años. Una y muy importante era: que no fuesen como los fariseos, que aparentaban por fuera lo que no eran por dentro. Querían aparentar muy religiosos; pero la verdadera religión es el trato íntimo con Dios desde el corazón.
Parecido a los fariseos eran los escribas o letrados. Algunos eran del grupo de los fariseos y eran quienes entendían más de la Escritura y debían enseñarla al pueblo. Ahora Jesús una vez más les dice a los apóstoles que tengan cuidado para no parecerse a los letrados, pues les gusta que les alaben, buscan los primeros puestos; pero hacen algo desagradable a Dios, pues se aprovechan del poco dinero de las viudas con motivo de largos rezos. Jesús habla de las viudas, como podría hablar de los pobres y desamparados; en aquel tiempo no había seguridades sociales y sí mucha injusticia; y las viudas que no tenían el amparo de ningún varón, estaban desatendidas.
Jesús quiere dar la lección de una manera práctica. Y para eso van donde la gente deposita sus limosnas para el templo. La gente va dejando el dinero y algunos ricos dejan bastante. De pronto llega una viuda y deja dos moneditas. Estas monedas resonaron mucho en el corazón de Jesús; mas que las monedas que echaban los ricos. Jesús les da la lección a los apóstoles: “esta pobre viuda es la que más ha echado”. Dios no juzga como nosotros por los hechos externos. El conoce el fondo de nuestro corazón. Por eso suele pasar que algunos actos externos de religión, hechos al parecer con mucha perfección, no valgan para Dios, si esa persona busca sólo recibir honores y premios terrenos.
Hoy a los apóstoles les Da otra razón de porqué agrada a Dios esa limosna de la viuda: “Porque los demás han dado de lo que les sobra, pero la viuda ha dado lo que necesitaba para vivir”. Dar lo que se necesita para vivir es como dar la vida. Y eso es amor. A ella se le pueden aplicar las palabras de Jesús: “El que entrega su propia vida por el Evangelio, la salvará”. Ese es el  verdadero culto que quiere Dios, la entrega de nuestro corazón.
En la primera lectura de hoy se nos da otro ejemplo de una viuda. El profeta Elías estaba huyendo de las amenazas del rey y llegó a Sarepta en tiempos de mucha hambre y sed; allí se encontró con una viuda que recogía un poco de leña para hacer el último pan. Elías le pide un vaso de agua y un pan.
Aquella viuda no podía dar gracias a Dios por las riquezas, pero lo que tenía lo consideraba un don de Dios y se ponía en sus manos con fe y confianza. No se necesitan grandes cosas en lo humano para agradar a Dios. Por eso es más fácil servir a Dios en la pobreza que en la riqueza. Es bueno recordar a la Virgen María. No conocemos que hiciera grandes cosas externas, como a veces conocemos en la vida de algunos santos. Sin embargo es la más santa de todos, porque supo entregar constantemente su vida al Señor. Lo especial de su entrega fue su amor.

Alguno puede decir que quizá la donación de aquella viuda sirvió para vanidades externas de algún jefe del templo. Lo cierto es que Dios ve que ella lo da para la honra de Dios, para que otros le alaben. Hoy es día para pensar si nosotros damos a Dios no sólo bienes externos, sino tiempo y disponibilidad para la mayor gloria de Dios.