21ª
semana Del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 16, 13-20
Hoy les pregunta
Jesús a los apóstoles quién dice la gente que es El, y luego qué les parece a
ellos mismos. La respuesta de san Pedro merece por parte de Jesús una gran
alabanza y el primado de Pedro y de los papas, de lo cual se habla
especialmente el día de san Pedro, en que también se lee este evangelio. Hoy
vamos a reflexionar algo más en las primeras preguntas de Jesús. Porque hoy
también se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús? O ¿Quién es o
representa para ti Jesús?
La pregunta y la
respuesta son muy importantes, porque el centro o lo más importante de nuestra
religión no son unas ideas filosóficas o teorías sobre la naturaleza, sino que
el centro es una persona, que es Dios hecho hombre. Es vital para nosotros
conocerle bien y luego vivir consecuentemente a este conocimiento.
Cuando Jesús
preguntó sobre qué dice la gente, los apóstoles fueron unánimes en que les
parecía ser como alguno de los profetas conocidos. Quizá recordaban lo que a
veces habían escuchado: “Nadie puede hacer lo que tu haces”, “un gran profeta
ha surgido entre nosotros”, “enseña como quien tiene autoridad”. También había
algunos que decían: “lo hace por medio del príncipe de los demonios”, “está
fuera de sí”; y algunos le abandonaban porque no soportaban sus palabras. Aquí
los apóstoles tuvieron el detalle de fijarse en las cosas buenas. Hoy también
hay personas contrarias a todo lo que provenga de Jesús. También hay muchos que
no pueden juzgar porque no Le conocen. Pero hay personas que piensan más o
menos bien, aunque necesiten mucha perfección. Hay jóvenes para quienes Jesús
es la novedad, la frescura, la contestación a un sistema viejo, árido, sin
fantasía o creatividad. Para muchos que se sienten oprimidos, Jesús es la
esperanza de una liberación, quizá demasiado en el sentido material. Y para
algunos es un revolucionario contra la injusticia y la opresión.
Cuando san Pedro
responde que Jesús es el Mesías, todavía está impregnado de las ideas
triunfalistas y prepotentes del Mesías que había siempre escuchado. Le costó
mucho a Jesús hacerles comprender que el ser Mesías y ser discípulo suyo es
sobre todo ser servidor de los demás. Sí es profeta, pero no para predicar sólo
la supremacía de su religión o ideología, sino el profeta del amor, la justicia
y la paz.
Hoy se nos
pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús para ti? Podemos responder
fácilmente con el entendimiento: “Jesús es Dios y hombre verdadero”. Pero
nuestra respuesta no será verdadera mientras no tengamos una adhesión personal
con la persona de Jesús y con su causa. Para conocerle bien debemos tener al
menos algún “encuentro” personal con El y, si es posible, vivir continuamente
en ese encuentro. Hay muchos cristianos que nunca se han encontrado con Cristo,
en un encuentro vivo, y por lo tanto no le conocen. Conocerle no es sólo
conocer su doctrina, sino sus ilusiones, para qué vino a la tierra. Y sobre
todo comprometer la vida por la causa de Jesús. Por ejemplo: no se puede ensalzar
la pobreza y luego seguir viviendo en riqueza de modo egoísta y avara; no se
puede elogiar la limpieza de corazón y vivir con la murmuración y la
maledicencia; no se puede elogiar la mansedumbre y vivir con agresividad y
desprecio. Jesús no es un ser difuso o lejano, sino que debe formar parte de
nuestra manera de ser y de pensar. Y si Jesús tiene que ver mucho en nuestra
vida, también tienen que ver los problemas de los demás, especialmente los
necesitados.
Jesús llama a san
Pedro: “Dichoso”, porque ha sabido responder bien, por una gracia o don de
Dios, y porque está dispuesto a ser consecuente. También hoy Jesús nos llama
dichosos si prometemos ser consecuentes con nuestro nombre de cristianos. En la
oración principal de hoy pedimos que “nuestros corazones estén firmes en la
verdadera alegría”. Hay muchas alegrías humanas; pero aparecen inconsistentes o
inestables. Con Jesús se fortalecen, pues sabemos que todas las alegrías
proceden de Dios y nos pueden preparar la definitiva alegría en la paz eterna.
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