Domingo, 31 de Agosto de 2014;
22º ord. A: Mt 16, 21-27
Esta
parte del evangelio de hoy es la continuación del domingo pasado, cuando Jesús
prometía el primado o la principal responsabilidad en la Iglesia a san Pedro, ya
que había tenido la valentía, inspirado por Dios, de proclamar que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios. Las palabras de hoy son desconcertantes porque Jesús
le dice a Pedro que actúa mal, dejándose ahora llevar por el instinto humano,
cuando le quiere apartar del verdadero mesianismo, el que quiere su Padre del
cielo. San Pedro en ese momento, que todavía no es santo, hace las veces de
tentador y Jesús le rechaza como si fuese Satanás, de la misma manera que le
rechazó en el desierto.
Quizá
para que sus discípulos no se hicieran falsas ilusiones, según era el concepto
materialista y triunfante que tenían sobre el Mesías, les dice cuál es su
futuro y el de todos aquellos que quieran seguirle. Les habla de sufrimiento,
que es además la voluntad de su Padre. Por eso dice que “tiene que ir”. No es
acoger el dolor por el dolor, pues sería masoquismo. No se trata de un
conformismo, sino que es aceptar la cruz por amor, porque es un bien para la
humanidad y es la suprema muestra de amor de Dios por nosotros. Tampoco es que
todo va a terminar en cruz. Jesús habla ya de resurrección, porque en cristiano
toda cruz termina en gloria. Pero san Pedro no se fija en esto último, sino que
le ha impresionado lo del sufrimiento, porque le parece un contrasentido hablar
de mesianismo y de sufrimiento al mismo tiempo. Quizá también pensaba que si la
cruz le venía al Maestro, otros males les vendrían a los discípulos.
El
hecho es que le quiere disuadir de esa idea. Cierto es que tiene una pequeña
delicadeza no diciéndoselo ante los demás, sino aparte; pero le reprende a
Jesús. Eso era una osadía, pues en los libros rabínicos estaba que el reprender
un discípulo a su maestro era causa de inmediata expulsión de la escuela. Es lo
mismo como cuando nosotros decimos: “¿Cómo puede Dios permitir esto? ¿Porqué
Dios me da esto a mi?”
La
respuesta de Jesús es la misma que había usado para rechazar a Satanás que le
quería seducir con la gloria mundana. Hay una tentación constante en nosotros y
en la Iglesia :
la tentación de compartir el poder con los poderosos, los muy ricos o con los
que tienen algún éxito material. La respuesta de Jesús, más que dura, es
teológica y pedagógica. Es como una nueva invitación a seguirle, sin intentar
enmendarle. Es también un hacerle ver a Pedro y a nosotros que hay dos modos de
concebir la vida: al modo humano o al modo divino, según “la carne y la sangre”
o según la mirada de Dios. Claro que estas dos mentalidades muchas veces están
dentro de la misma persona, como aquí le pasó a Pedro. Muchas veces la
oposición está en lo que uno piensa y luego hace. Por ejemplo, uno se confiesa,
pero sin arrepentirse, o comulga sin estar verdaderamente unido con Jesús. Pasa
hasta dentro de la
Iglesia. Menos mal que con respecto a materias de fe y de
moral, cuando se pronuncia solemnemente la Iglesia , tiene la promesa de la infalibilidad.
Pero luego siempre hay alguno, incluso entre obispos y más entre sacerdotes,
que piensa y actúa no como Dios, sino como los hombres, aunque en realidad no
son tantos. Tentaciones tendremos todos, pero hoy debemos pedir con más fe: “No nos dejes caer
en la tentación”.
Y Jesús luego les dice cómo debe actuar el que quiera ser discípulo
suyo. Debe “negarse a sí mismo”. Esta es una expresión oriental que significa:
“Vivir de cara a los demás, no ser egoísta”. Esto nos dará sufrimientos,
conflictos y hasta quizá habrá que arriesgar la vida; pero ese desprenderse de
sí mismo, amar, perder la vida por hacer el bien, en realidad es “ganarla”. El
anuncio del Evangelio trae consigo la persecución y el sufrimiento. Quizá
cuando san Mateo recogía estas palabras de Jesús estaba viendo que en verdad
las persecuciones ya se estaban dando. Pero todo este pronunciamiento de Jesús
es como un grito de alegría y esperanza: perder la vida por