viernes, 20 de octubre de 2017

26ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 21, 28-32

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él seguía predicando y quería dejar claro que la gracia de Dios es para todos, que Dios había escogido un pueblo, el de Israel, para extender el Reino de Dios por el mundo; pero no había sabido cumplir este gran programa de Dios y llegaba el tiempo de una nueva alianza, donde otros, tenidos por paganos y pecadores, serían los portadores de esta antorcha de luz por el mundo. Todo esto les molestaba a los escribas y fariseos y más a los jefes religiosos, acostumbrados a vivir muy bien, amparados en sus puestos dentro de esa religión.
Hoy Jesús les dice la parábola de aquel padre que manda a sus dos hijos a trabajar. Uno dice que no, pero va; el otro dice que sí, pero no va. Lo primero que quiero hacer resaltar es el hecho de que Jesús utiliza varias veces la figura de Dios como padre en sus parábolas. Los judíos en sus enseñanzas utilizaban más la figura del rey para simbolizar a Dios: un rey con aspecto de soberano legislador y hasta vengador. Por eso los judíos se sentían ante Dios como súbditos, siervos, vasallos, pero no como hijos. Jesús nos enseña sobre todo que Dios es nuestro Padre, y que podemos sentirnos como hijos por la gracia del Espíritu. Para Jesús Dios es un padre que utiliza todos sus bienes y su poder para ayudar a sus hijos. Pero nos pide colaboración en los trabajos apostólicos, que hoy aparecen como la viña del Señor. El primero de los hijos hace un gesto como de mal educado diciendo que no quiere; pero es un gesto de libertad en el amor. Luego viene la reflexión y tiene un gesto de confianza en la bondad de su padre, que  sabe que le va a perdonar. Por eso se arrepiente.
El segundo hijo dice sí. Es muy posible que fuese por temor al castigo. Cierto que es por querer quedar bien, por conservar las maneras; pero no es por convencimiento propio, porque de hecho no va. En realidad no actúa por amor a su padre, sino que hace su propia voluntad. Jesús, al explicar el sentido de la parábola, les viene a decir a la clase dirigente del pueblo que están reflejados en este segundo hijo. Y lo que más les molesta a estos dirigentes no es sólo que les compare con los pecadores, sino que muchos de éstos son superiores en el Reino de Dios. Jesús recuerda que los judíos tenían por pecadores a los “publicanos y prostitutas”. Eran dos clases de gentes que solían repetir siempre cuando hablaban de alguien que había caído muy bajo en lo social o religioso. Jesús no está alabando estos oficios como si fuesen mejor que los fariseos. Alaba el hecho de que varios de estos “pecadores” se habían arrepentido al escuchar a Juan Bautista, cosa que no habían hecho esos dirigentes.
Hoy también esta parábola tiene aplicación en nuestra vida. Porque no es más cristiano el que más dice o hace actos religiosos, sino el que actúa de verdad como cristiano: ama y confía en Dios como Padre, cumpliendo su voluntad y viviendo en fraternidad con todos. Se nos habla de obedecer a Dios. Hoy para muchos suena mal esto de obedecer, y sin embargo obedecer a Dios es nuestra felicidad y nuestra certeza de salvación. Obedecer en cristiano es amar. Dice Jesús: “Si me amáis guardaréis mis mandamientos”. Pero es que debemos estar seguros de que los mandamientos de Dios proceden de su amor. También los mandamientos de la Iglesia. Al obedecer no se suprime la libertad, sino que entregamos libremente nuestra voluntad. Hacer la voluntad del Padre es lo que siempre tenía presente Jesús en su vida. Es lo que nos enseñó también a pedir cuando rezamos el padrenuestro.
Lo más perfecto sería decir siempre sí al Señor y decirlo con prontitud y alegría, de modo que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Así lo hizo Jesús, y así lo hizo la Virgen María. En nuestra vida hemos dicho muchas veces que no: a veces ha sido por ignorancia, otras por protesta. No seamos como los fariseos que se instalan en un vivir fácil de la religión, sino que trabajemos en la confianza de Dios para que nuestros hechos de vida sean los que testimonien que Dios es nuestro Padre.


28ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 22, 1-14

Varias veces Jesús, para enseñarnos en qué consiste el Reino de Dios, lo compara a un banquete. En la parábola de hoy lo asemeja nada menos que a un banquete de la boda del hijo de un rey. Un banquete no es sólo para satisfacer las ganas de comer o beber, sino que es una reunión amistosa para compartir la alegría y los sucesos felices sintiéndose la unidad.  En esto se diferencia de la vida normal donde unos tienen más a costa de otros. La primera consideración que quisiera hacer es que Jesús con estas comparaciones nos quiere decir que el Reino de Dios es algo muy hermoso donde hay mucha alegría. De hecho no se identifica el Reino de Dios con la Iglesia, aunque van muy unidos. La Iglesia es la Institución fundada por Jesucristo para buscar y conseguir el Reino de Dios aquí en la tierra y un día definitivamente en el cielo. Este Reino de Dios se puede conseguir de otras maneras, aunque suele ser mucho más difícil.
El hecho es que el Reino de Dios es algo que da la verdadera felicidad. Se ha criticado mucho a la religión como que se opone a la felicidad del ser humano. Pero no es así, ni en teoría ni en la práctica. A veces puede inducir algo los caminos que algunos emplean dentro de la religión para querer conseguir el Reino. Suele haber mucha ignorancia de la vida de las personas que viven plenamente su fe, ya que es una vida que suele “ir por dentro”. A veces hay diferencia entre el aspecto externo y la alegría que está en lo interno de las personas. Pero hay alegría cuando uno sabe por qué está en la vida, cuál es su sentido y se siente lleno del amor de Dios, que se va manifestando en el servicio a los demás. Siente así su vida plenamente realizada.
Desgraciadamente en la Iglesia muchas veces damos una imagen de vida algo triste; pero no debiera ser así. Si sabemos que vamos a una fiesta eterna con Dios, no podemos dejar que nos domine la tristeza, fijándonos casi exclusivamente en lo que hay de negativo en la vida. Hay que saber valorar muchos aspectos positivos, que son anuncio de la gran fiesta eterna. ¿Cómo vamos a ser mensajeros de Dios, que nos prepara tan gran fiesta, con cara de tristeza? La Eucaristía debe ser una fiesta.
En la parábola de hoy se recalca la posición de los que no aceptan el banquete. Ello significaba un rechazo al mismo rey. Unos no se preocupan del banquete, sino que les preocupan mucho más sus negocios. Otros hasta arremeten contra los mensajeros. Todo esto era una crítica severa por parte de Jesús para con los jefes del pueblo judío. Cuando san Mateo escribió esto, tendría en mente la destrucción de Jerusalén.
La parábola continúa, como dirigiéndose ahora más a la gente sencilla. Dios invita a todos. La invitación para el banquete es como el anuncio del Evangelio. A todos se les ofrece el Reino; pero no todos tienen la limpieza de corazón para responder bien al Señor. Todos pueden entrar en el Reino, “buenos y malos”; pero para permanecer allí, debe haber una actitud de cambio, no se puede permanecer siguiendo en la maldad. Esto se significa con el que está dentro sin vestidura propia y tiene que ser echado fuera. Es difícil definir qué es lo que quiso enseñarnos Jesús con ese “traje de boda” para que, al no tenerlo, reciba un castigo tan grande. Por de pronto era un desprecio, pues para esos casos se les prestaba un traje conveniente. Quizá signifique una actitud de desprecio de la fe, algo como lo que llamó Jesús “pecado contra el Espíritu Santo”. El vestido en la Biblia suele ser un símbolo de la unión de Dios con su pueblo. Si Dios nos llama a su fiesta es porque quiere estar unido con nosotros, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Si queremos estar unidos con Jesús por medio de los sacramentos, especialmente la Comunión, es necesario el vestido interior de la Gracia. Debemos desechar de nosotros los andrajos del pecado para “revestirnos” de Cristo.

Termina la parábola con un toque de atención, porque son más los llamados que los escogidos. Vivamos nuestra vida cristiana con sentido ilusionado y encontraremos el gozo y la paz ahora y con Cristo en la eternidad. 

Domingo 29 ord A: Mt 22, 15-21

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él había contado algunas parábolas que iban directamente contra los jefes religiosos de Israel, que habían descuidado el conducir al pueblo de Dios por los verdaderos caminos. Estos jefes quieren llegar a condenar a Jesús y se les ocurre hacerle caer en una trampa: Mandan algunos de sus discípulos juntamente con partidarios de Herodes, que es lo mismo que el régimen opresor de los romanos, para hacerle una pregunta delante de la gente: “¿Tenemos que dar el tributo al César o no?” Ellos creen que la trampa está bien puesta, porque si dice que sí, se pone en contra de la gente que opina que el romano se quiere hacer más que Dios; pero si dice que no, allí están los del gobierno, que le acusarán.
Jesús les dio una respuesta, ante la cual dice el evangelio que se quedaron maravillados: “Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Es difícil saber lo que Jesús quería afirmar a través de esta respuesta. Por de pronto Jesús les llama “hipócritas”, porque deberían saber que Él nunca se mete en política, nunca en nombre de Dios decía lo que hay que hacer concretamente en decisiones políticas.
Ha habido muchos que han interpretado estas palabras de Jesús como que hay que hacer una división entre nuestros deberes hacia Dios y los deberes hacia el Estado. Para algunos es como si nuestra vida privada fuera para Dios y nuestra vida social para el Estado. Esto es terrible y desgraciadamente muchos así lo sostienen hoy. Otros se basan en esas palabras para hacer la distinción entre la Iglesia y el Estado. Pero Jesús no está haciendo una división o contraposición. En primer lugar porque en el tiempo de Jesús no existía esta división: normalmente el jefe de Estado era también el jefe en lo religioso. Pero en el caso de Israel demasiado se fijaban en lo material y lo plenamente religioso quedaba en segundo plano. Por eso es por lo que Jesús nos dice: Si del César son las monedas, si le corresponde una obediencia a las leyes justas para la convivencia, pues dádselo; pero ante todo demos a Dios lo que le corresponde.
¿Y qué le corresponde a Dios? Pues todo el amor y la adoración por todas las cosas. Dios es Dios de toda la vida, de toda la realidad. Los políticos también están bajo la soberanía de Dios y deben actuar bajo la ley de Dios. Toda autoridad viene de Dios. Así le dijo Jesús a Pilato: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto”.  Así que por encima de la ley civil está la ley de Dios.
No debería haber oposición; pero muchas veces la hay. Y no sólo porque haya jefes políticos que no quieran saber nada de Dios, sino también porque hay jefes religiosos que se creen suplantar a Dios: En vez de estar a disposición de Dios y al servicio de los hermanos, se creen disponer de Dios para sus propios intereses. Esto es lo que les pasaba a los jefes religiosos israelitas. Por eso les quería decir Jesús que el pueblo, que es de Dios, deben dárselo a El o conducirle hacia El. Así ha pasado muchas veces en la historia que muchos “en nombre de Dios” han librado batallas y se han hecho muchas guerras, que llaman “santas”, como para defender intereses de Dios, cuando en verdad lo que defendían eran intereses muy mundanos.. Los verdaderos intereses de Dios son el hacer desaparecer el hambre, las lágrimas, las persecuciones, las injusticias. Los intereses de Dios no son tanto los templos (pueden ser en parte) o los objetos religiosos, cuanto los templos vivos que son los humanos: la dignidad, los derechos humanos, la libertad, la recta conciencia.

Así pues la respuesta de Jesús no explica ni concretiza en lo que hay que hacer con lo del César, sino que acentúa con lo que hay que dar a Dios. Para ello tengamos interés en conocer bien el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús. Con ella se nos van dando criterios para que en cada momento sepamos qué es lo que debemos hacer en todas nuestras opciones políticas y sociales. No es fácil, porque nuestros criterios personales y los de la gente los mezclamos falsamente con los criterios de Dios.

domingo, 8 de octubre de 2017

27ª semana t.ordinario. Domingo A



NO MATEMOS LA ESPERANZA


Qué gran lección dio el Papa, en un viaje a su país Alemania, ante ciertos sectores que se oponían a este acontecimiento dijo: “Ante todo, diría que es algo normal que en una sociedad libre y en una época secularizada se den posiciones en contra de una visita del Papa. Es justo que expresen ante todos su contrariedad: forma parte de nuestra libertad y tenemos que tenemos que reconocer que el secularismo y precisamente la oposición al catolicismo es fuerte en nuestras sociedades”
1. Resulta difícil, y a veces doloroso, ser enviados una y otra vez a la viña del Señor. Entre otras cosas porque, las resistencias o contradicciones con las que nos encontramos, pueden llegar a mermar o debilitar nuestras iniciativas. ¡Cuándo llegaremos a comprender que, como el Papa manifiesta en el fondo de sus declaraciones, no podemos ser más que el Maestro: Jesús también se topó con incomprensiones y descalificaciones.
Seguimos, un domingo más, en la viña y como viña del Señor. Y, al escuchar el evangelio de este día, retomo unas palabras del Papa: “hay una progresiva indiferencia hacia la religión en las sociedades europeas”.
¡Qué peligrosa esta situación! ¿En qué valores sustentaremos el futuro de nuestras democracias? ¿Será posible prescindir del cristianismo (cuando algunos intentan con guante blanco o negro dinamitarlo) y mantener toda la estructura cultural, política, social que ha surgido como consecuencia de él?
Hay muchas formas de tomar parte en un suicidio colectivo, en una ruina moral de nuestras sociedades. Una de ellas es precisamente la de quedarnos de brazos cruzados. La de no trabajar para que, el cristianismo, siga aportando a nuestra realidad aquello que tanto necesita y echamos en falta: ética, justicia, razón, progreso bien entendido y valores trascendentales. De lo contrario…podemos llegar a ser, sin darnos cuenta, viñadores suicidas de la inmensa viña que nuestros antepasados nos han dejado: la fe.
2. Muchas veces, más por demagogia que por convencimiento real, miramos a las instancias eclesiales como aquellos que matan las esperanzas de un nuevo modelo de Iglesia. Como si, el cambio real de nuestra Iglesia, dependiera de quien está arriba o abajo. Todos, allá donde nos encontramos, podemos dar un nuevo rostro, una nueva imagen a nuestra comunidad eclesial: con nuestro testimonio eficaz, vivo y comprometido. Un Obispo emérito (Don Fernando Sebastián) afirmo: “Nadie es obispo por codicia ni honores”. Y, ser cristiano o católico en estos tiempos, es ser conscientes de que muchas cosas las entendemos y las queremos al revés del mundo. Lo contrario, por si lo hemos olvidado, sería una traición al evangelio. No queremos una viña del Señor con los sarmientos que el mundo pretende injertarnos. No sería valiente, por temor o temblor, sucumbir ante los viñadores homicidas que, por muchos y variados intereses, intentan silenciar, vilipendiar y debilitar la riqueza de la viña del Señor porque la quieren a su antojo: en vez de uvas, quisieran que produjera manzanas…y eso no puede ser.
Seamos fieles a lo que el Señor nos ha confiado. No seamos colaboradores de los que, con crítica destructiva y bien orquestada, nos llaman a la deserción. Mantengamos nuestra unión y, en ella, estará nuestra fuerza. Somos la viña del Señor y, porque somos de Él, estamos llamados a dar fruto divino (no mundano), de caridad, de amor, de justicia y de perdón. ¡Demos fruto y que sea abundante! Pero no seamos homicidas de lo mucho y bueno que el Señor ha sembrado en lo más hondo de nuestras entrañas. ¿Lo intentamos? Seamos fieles a lo que nos envía el Señor.