Eran los últimos
días de la vida de Jesús. Él seguía predicando y quería dejar claro que la
gracia de Dios es para todos, que Dios había escogido un pueblo, el de Israel,
para extender el Reino de Dios por el mundo; pero no había sabido cumplir este
gran programa de Dios y llegaba el tiempo de una nueva alianza, donde otros,
tenidos por paganos y pecadores, serían los portadores de esta antorcha de luz
por el mundo. Todo esto les molestaba a los escribas y fariseos y más a los
jefes religiosos, acostumbrados a vivir muy bien, amparados en sus puestos
dentro de esa religión.
Hoy Jesús les dice
la parábola de aquel padre que manda a sus dos hijos a trabajar. Uno dice que
no, pero va; el otro dice que sí, pero no va. Lo primero que quiero hacer
resaltar es el hecho de que Jesús utiliza varias veces la figura de Dios como
padre en sus parábolas. Los judíos en sus enseñanzas utilizaban más la figura
del rey para simbolizar a Dios: un rey con aspecto de soberano legislador y
hasta vengador. Por eso los judíos se sentían ante Dios como súbditos, siervos,
vasallos, pero no como hijos. Jesús nos enseña sobre todo que Dios es nuestro
Padre, y que podemos sentirnos como hijos por la gracia del Espíritu. Para Jesús
Dios es un padre que utiliza todos sus bienes y su poder para ayudar a sus
hijos. Pero nos pide colaboración en los trabajos apostólicos, que hoy aparecen
como la viña del Señor. El primero de los hijos hace un gesto como de mal
educado diciendo que no quiere; pero es un gesto de libertad en el amor. Luego
viene la reflexión y tiene un gesto de confianza en la bondad de su padre,
que sabe que le va a perdonar. Por eso
se arrepiente.
El segundo hijo
dice sí. Es muy posible que fuese por temor al castigo. Cierto que es por
querer quedar bien, por conservar las maneras; pero no es por convencimiento
propio, porque de hecho no va. En realidad no actúa por amor a su padre, sino
que hace su propia voluntad. Jesús, al explicar el sentido de la parábola, les
viene a decir a la clase dirigente del pueblo que están reflejados en este
segundo hijo. Y lo que más les molesta a estos dirigentes no es sólo que les
compare con los pecadores, sino que muchos de éstos son superiores en el Reino
de Dios. Jesús recuerda que los judíos tenían por pecadores a los “publicanos y
prostitutas”. Eran dos clases de gentes que solían repetir siempre cuando hablaban
de alguien que había caído muy bajo en lo social o religioso. Jesús no está
alabando estos oficios como si fuesen mejor que los fariseos. Alaba el hecho de
que varios de estos “pecadores” se habían arrepentido al escuchar a Juan
Bautista, cosa que no habían hecho esos dirigentes.
Hoy también esta
parábola tiene aplicación en nuestra vida. Porque no es más cristiano el que
más dice o hace actos religiosos, sino el que actúa de verdad como cristiano:
ama y confía en Dios como Padre, cumpliendo su voluntad y viviendo en
fraternidad con todos. Se nos habla de obedecer a Dios. Hoy para muchos suena
mal esto de obedecer, y sin embargo obedecer a Dios es nuestra felicidad y
nuestra certeza de salvación. Obedecer en cristiano es amar. Dice Jesús: “Si me
amáis guardaréis mis mandamientos”. Pero es que debemos estar seguros de que
los mandamientos de Dios proceden de su amor. También los mandamientos de la Iglesia. Al obedecer no se
suprime la libertad, sino que entregamos libremente nuestra voluntad. Hacer la
voluntad del Padre es lo que siempre tenía presente Jesús en su vida. Es lo que
nos enseñó también a pedir cuando rezamos el padrenuestro.
Lo más perfecto
sería decir siempre sí al Señor y decirlo con prontitud y alegría, de modo que
la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Así lo hizo Jesús, y así lo hizo la Virgen María. En
nuestra vida hemos dicho muchas veces que no: a veces ha sido por ignorancia,
otras por protesta. No seamos como los fariseos que se instalan en un vivir
fácil de la religión, sino que trabajemos en la confianza de Dios para que
nuestros hechos de vida sean los que testimonien que Dios es nuestro Padre.