miércoles, 30 de agosto de 2017

¡AY DE LOS HIPOCRITAS!

Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.

Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».

Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).

María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.

domingo, 27 de agosto de 2017

21ª semana Del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 16, 13-20

Hoy les pregunta Jesús a los apóstoles quién dice la gente que es El, y luego qué les parece a ellos mismos. La respuesta de san Pedro merece por parte de Jesús una gran alabanza y el primado de Pedro y de los papas, de lo cual se habla especialmente el día de san Pedro, en que también se lee este evangelio. Hoy vamos a reflexionar algo más en las primeras preguntas de Jesús. Porque hoy también se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús? O ¿Quién es o representa para ti Jesús?
La pregunta y la respuesta son muy importantes, porque el centro o lo más importante de nuestra religión no son unas ideas filosóficas o teorías sobre la naturaleza, sino que el centro es una persona, que es Dios hecho hombre. Es vital para nosotros conocerle bien y luego vivir consecuentemente a este conocimiento.
Cuando Jesús preguntó sobre qué dice la gente, los apóstoles fueron unánimes en que les parecía ser como alguno de los profetas conocidos. Quizá recordaban lo que a veces habían escuchado: “Nadie puede hacer lo que tu haces”, “un gran profeta ha surgido entre nosotros”, “enseña como quien tiene autoridad”. También había algunos que decían: “lo hace por medio del príncipe de los demonios”, “está fuera de sí”; y algunos le abandonaban porque no soportaban sus palabras. Aquí los apóstoles tuvieron el detalle de fijarse en las cosas buenas. Hoy también hay personas contrarias a todo lo que provenga de Jesús. También hay muchos que no pueden juzgar porque no Le conocen. Pero hay personas que piensan más o menos bien, aunque necesiten mucha perfección. Hay jóvenes para quienes Jesús es la novedad, la frescura, la contestación a un sistema viejo, árido, sin fantasía o creatividad. Para muchos que se sienten oprimidos, Jesús es la esperanza de una liberación, quizá demasiado en el sentido material. Y para algunos es un revolucionario contra la injusticia y la opresión.
Cuando san Pedro responde que Jesús es el Mesías, todavía está impregnado de las ideas triunfalistas y prepotentes del Mesías que había siempre escuchado. Le costó mucho a Jesús hacerles comprender que el ser Mesías y ser discípulo suyo es sobre todo ser servidor de los demás. Sí es profeta, pero no para predicar sólo la supremacía de su religión o ideología, sino el profeta del amor, la justicia y la paz.
Hoy se nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quién es Jesús para ti? Podemos responder fácilmente con el entendimiento: “Jesús es Dios y hombre verdadero”. Pero nuestra respuesta no será verdadera mientras no tengamos una adhesión personal con la persona de Jesús y con su causa. Para conocerle bien, debemos tener al menos algún “encuentro” personal con Él y, si es posible, vivir continuamente en ese encuentro. Hay muchos cristianos que nunca se han encontrado con Cristo, en un encuentro vivo, y por lo tanto no le conocen. Conocerle no es sólo conocer su doctrina, sino sus ilusiones, para qué vino a la tierra. Y sobre todo comprometer la vida por la causa de Jesús. Por ejemplo: no se puede ensalzar la pobreza y luego seguir viviendo en riqueza de modo egoísta y avara; no se puede elogiar la limpieza de corazón y vivir con la murmuración y la maledicencia; no se puede elogiar la mansedumbre y vivir con agresividad y desprecio. Jesús no es un ser difuso o lejano, sino que debe formar parte de nuestra manera de ser y de pensar. Y si Jesús tiene que ver mucho en nuestra vida, también tienen que ver los problemas de los demás, especialmente los necesitados.

Jesús llama a san Pedro: “Dichoso”, porque ha sabido responder bien, por una gracia o don de Dios, y porque está dispuesto a ser consecuente. También hoy Jesús nos llama dichosos si prometemos ser consecuentes con nuestro nombre de cristianos. En la oración principal de hoy pedimos que “nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría”. Hay muchas alegrías humanas; pero aparecen inconsistentes o inestables. Con Jesús se fortalecen, pues sabemos que todas las alegrías proceden de Dios y nos pueden preparar la definitiva alegría en la paz eterna.

sábado, 19 de agosto de 2017

DOMINGO 20 TOA-2017

Con la oración, Dios, hace que se haga más grande nuestro deseo de anhelar y buscar lo que pretendemos.
Estamos metidos de lleno en este tiempo veraniego, y puede que el evangelio de este día – la madre que pide insistentemente a Jesús- no nos sugiera nada o muy poco. Sin embargo, la oración (insistente y persistente) es como la brisa a orilla del mar: sin darnos cuenta el sol hace de las suyas y broncea nuestro rostro.
1.      Cada domingo, la Palabra de Dios va tocando en lo más hondo de nuestras entrañas. Puede que, en más de una ocasión, nuestra presencia obedezca más a una obligación que a una necesidad, a un mandamiento más que a un encuentro añorado y apetecido semanalmente.
El interior de cada uno, como la tierra misma, que se va haciendo más fructífera y más rica, cuando más se la trabaja.
¡Ya quisiéramos la fe de la mujer cananea! Sabía que, Jesús, podía colmar con creces sus expectativas. Era consciente que, detrás de una oración confiada y continuada, se encontraba la clave de la solución a sus problemas. La grandeza de esta mujer no fue su oportuno encuentro con Jesús. La suerte de esta mujer es que su fe era nítida, inquebrantable, confiada, transparente, lúcida y sencilla. No se dejó vencer ni por el cansancio ni, mucho menos, por el recelo o recelo de los discípulos.
2. A muchos de nosotros, en la coyuntura que nos toca vivir, puede que estemos tan acostumbrados a la acción/respuesta que no demos espacio a que las cosas reposen y se encaucen. Dicho de otra manera; no podemos pretender que nuestra oración alcance la respuesta deseada en el mismo instante en que la realizamos.
--La fe cuando es sólida y verdadera se convierte en una poderosa arma capaz de vencer todo obstáculo.
--La fe cuando es confiada, sabe esperar contra toda esperanza.
--La fe cuando es insistente, se convierte en un método que nos hace pacientes y no desesperar.
Todos, incluidos los que venimos domingo tras domingo a la eucaristía, necesitamos un poco del corazón de la cananea. Un corazón sea capaz de contemplar la presencia de Jesús. De intuir que, en la Palabra que se escucha y en el pan que se come, podemos alcanzar la salud espiritual y material para nuestro existir.
<<En cierta ocasión un espeleólogo descendió a unas cavernas con sus alumnos. Uno de éstos, admirado por las diversas formas de las rocas, preguntó: ¿Cómo es posible esta belleza? Y, el espeleólogo, dirigiéndose a él le contestó: sólo el paso de los años y la suave persistencia del agua han hecho posible este milagro>>.
Constancia, hábito, petición, acción de gracias, súplica, confianza es el agua con la que vamos golpeando, no a Dios, sino a nuestro mismo interior para moldearlo y darle la forma que Dios, cuando quiera y como quiera, dará.


“No es grande el hombre por lo que tiene sino, mucho más grande puede ser, por lo que le queda por alcanzar” S. Laven.