Dice un viejo proverbio
“Que la espesura del bosque no te impida
ver y buscar el horizonte”.
Algo así le ocurría a
Zaqueo (era pequeño de estatura pero con ansias de ver al Señor) y, algo
parecido, nos puede suceder a nosotros; nos sentimos grandes muchas cosas de
nuestra vida nos impiden ver y sentir la presencia de Jesús que, una y otra
vez, nos dice: “hoy quiero hospedarme en
tu casa”.
1. Hay muchos árboles a los que podemos encaramarnos para
ver más allá de nosotros mismos. Los cristianos, desde aquel primer Jueves
Santo, tenemos el árbol de la
Eucaristía. En ella, con un valor
infinito, nos encontramos cara a cara con la Palabra de Dios y, por si fuera
poco, con el mismísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo. ¿Qué nuestros sentidos no
lo perciben? ¿Qué nuestra vista no lo ve del todo claro? ¿Qué nuestro foro
interno no se siente transformado cuando escuchamos el mensaje, siempre
profundo e interpelante de la Palabra del Señor?
Tenemos que despertar
el interés por las cosas de Dios. Zaqueo, en su pequeñez y en su debilidad, le
acompañó una gran virtud: ¡fue un
curioso! No se echó atrás ante las dificultades. Tal vez incluso, alguno,
le diría al oído que aquel nazareno era un impostor, que no merecía pena
subirse a un árbol desde el cual, además, podía caerse. Pero, Zaqueo, no se lo
pensó dos veces: ¡subió y vio al Señor! Y, el Señor, que valora y sale al encuentro
del que lo busca…hizo con Zaqueo dos milagros: que no se conformara con estar
en un simple árbol y que, además, su casa se convirtiera en anfitriona de
Jesús. ¿Pudo esperar más en tan poco espacio y tiempo Zaqueo? Su pecado, la
distancia que le separaba de Jesús, pronto fue historia pasada.
2. Uno de los males que aquejan a nuestra comunidad
eclesial es precisamente nuestra corta estatura. Nos conformamos con los
mínimos. Nos cuesta realizar un esfuerzo extraordinario para que, nosotros y
otros, vean y descubran el rostro del Dios vivo en Jesús. A Zaqueo no se lo
pusieron fácil; todo era una carrera de obstáculos para hacerse el encontradizo
con Jesús.
Ese Zaqueo, rodeado de dificultades y de muros, somos
nosotros. Unos son construidos por una sociedad que quiere prescindir de Dios
(y que desea que también nosotros lo hagamos) y, otros muros, levantados por
nosotros mismos (fragilidades, contrariedades, afán de riqueza, conformismo, etc.).
Tenemos que reconocer
que, no siempre, damos la talla para estar a la altura de Jesús o, por lo
menos, por intentar tocar la orla de su manto, o para escuchar con todas las
consecuencias su mensaje de salvación o, simplemente, para que –durante un
tiempo- se quede por la oración y la meditación en la casa de nuestro corazón.
¿Lo intentamos? ¿Qué
nos aparta del amor de Dios? ¿Qué personas e ideas se convierten en diques que
nos impiden vivir y fiarnos de verdad del Señor? ¿En qué aspectos tenemos que
crecer o cultivar para sentir que Jesús pasa al lado de nosotros?
Malo será que, el
Señor, en vez de decirnos “bajad de ese árbol” al ver nuestra situación
personal, nuestro mundo idílico, nuestros sueños y fantasías….más bien nos
sugiera: “bajad de la higuera que estoy yo aquí vosotros” ¿O no?