sábado, 29 de octubre de 2016

31 Dº TO-C

Dice un viejo proverbio “Que la espesura del bosque no te impida ver  y buscar el horizonte”.
Algo así le ocurría a Zaqueo (era pequeño de estatura pero con ansias de ver al Señor) y, algo parecido, nos puede suceder a nosotros; nos sentimos grandes muchas cosas de nuestra vida nos impiden ver y sentir la presencia de Jesús que, una y otra vez, nos dice: “hoy quiero hospedarme en tu casa”.
            1. Hay muchos árboles a los que podemos encaramarnos para ver más allá de nosotros mismos. Los cristianos, desde aquel primer Jueves Santo, tenemos el árbol de la Eucaristía. En ella, con  un valor infinito, nos encontramos cara a cara con la Palabra de Dios y, por si fuera poco, con el mismísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo. ¿Qué nuestros sentidos no lo perciben? ¿Qué nuestra vista no lo ve del todo claro? ¿Qué nuestro foro interno no se siente transformado cuando escuchamos el mensaje, siempre profundo e interpelante de la Palabra del Señor?
Tenemos que despertar el interés por las cosas de Dios. Zaqueo, en su pequeñez y en su debilidad, le acompañó una gran virtud: ¡fue un curioso! No se echó atrás ante las dificultades. Tal vez incluso, alguno, le diría al oído que aquel nazareno era un impostor, que no merecía pena subirse a un árbol desde el cual, además, podía caerse. Pero, Zaqueo, no se lo pensó dos veces: ¡subió y vio al Señor! Y, el Señor, que valora y sale al encuentro del que lo busca…hizo con Zaqueo dos milagros: que no se conformara con estar en un simple árbol y que, además, su casa se convirtiera en anfitriona de Jesús. ¿Pudo esperar más en tan poco espacio y tiempo Zaqueo? Su pecado, la distancia que le separaba de Jesús, pronto fue historia pasada.
            2. Uno de los males que aquejan a nuestra comunidad eclesial es precisamente nuestra corta estatura. Nos conformamos con los mínimos. Nos cuesta realizar un esfuerzo extraordinario para que, nosotros y otros, vean y descubran el rostro del Dios vivo en Jesús. A Zaqueo no se lo pusieron fácil; todo era una carrera de obstáculos para hacerse el encontradizo con Jesús.
            Ese Zaqueo, rodeado de dificultades y de muros, somos nosotros. Unos son construidos por una sociedad que quiere prescindir de Dios (y que desea que también nosotros lo hagamos) y, otros muros, levantados por nosotros mismos (fragilidades, contrariedades, afán de riqueza, conformismo, etc.).
Tenemos que reconocer que, no siempre, damos la talla para estar a la altura de Jesús o, por lo menos, por intentar tocar la orla de su manto, o para escuchar con todas las consecuencias su mensaje de salvación o, simplemente, para que –durante un tiempo- se quede por la oración y la meditación en la casa de nuestro corazón.
¿Lo intentamos? ¿Qué nos aparta del amor de Dios? ¿Qué personas e ideas se convierten en diques que nos impiden vivir y fiarnos de verdad del Señor? ¿En qué aspectos tenemos que crecer o cultivar para sentir que Jesús pasa al lado de nosotros?

Malo será que, el Señor, en vez de decirnos “bajad de ese árbol” al ver nuestra situación personal, nuestro mundo idílico, nuestros sueños y fantasías….más bien nos sugiera: “bajad de la higuera que estoy yo aquí vosotros” ¿O no?

martes, 25 de octubre de 2016

Domigo 30 del TO-C

¿Recordáis el Evangelio del domingo anterior? Nos sugería aquella idea de que hay que rezar, con confianza y constantemente.
            1. Hoy,  de nuevo, Jesús pone delante de la pantalla de nuestra vida el  trato personal que hemos de tener con  Dios. Nos marca una hoja de ruta para alcanzar la perfección en la oración. ¡Qué bueno sería que nos analizáramos un poco! ¿Cómo está nuestra relación con el Señor? ¿Ya existe? ¿Es distante o cercana? ¿Altanera o humilde? ¿Egoísta o gratuita? ¿Cuántos watsApp, e-mail enviamos (con nuestra oración) al que nos ha dado la vida?
            Con qué claridad, el Señor, nos dice lo que piensa. No es bueno el sentirnos seguros de nosotros mismos. Entre otras cosas porque, ello, nos lleva al distanciamiento de Dios y, junto con ello,  a los juicios injustos sobre los demás. La autocomplacencia no es buena.
Cuando los domingos nos reunimos en la Eucaristía, cuando participamos en diversos actos litúrgicos, pastorales, caritativos o de índole pastoral, no lo hemos de hacer desde un “ajuste de cuentas con Dios”; “mira lo qué hago” “recuerda que yo sí y otros no”. Quien piense que, la eucaristía, es un favor que nosotros le hacemos a Dios…anda tremendamente equivocado. ¿Serviría de algo poseer dos inmensos pulmones sin oxigeno para respirar?
            El espejo de la cenicienta “dime espejito quién es más guapo que yo” lo hemos de desterrar a la hora de hacer una radiografía del estado en que se encuentra nuestra alma o nuestro corazón, nuestra fe o nuestra amistad con Dios. Es más; en vez ponernos un espejo para mirarnos por delante, sería bueno que fueran –otros- los que nos lo pusieran por detrás. Es decir; para que viésemos el peso o la fragilidad que soportan nuestras espaldas y que nos impiden ser buenos hijos de Dios.
            2. En la sociedad en la que nos desenvolvemos se lleva mucho el mundo de la imagen. Es más,  nos preocupa muchísimo el concepto que los demás puedan tener de nosotros. La oración, entre otras cosas, nos sitúa en el centro de nuestra existencia: en Dios. Con El, todo. Sin El, nada. Al fin y al cabo, por lo que hemos de luchar es por agradar a Dios y no por engordar o satisfacer nuestro ego.
La sinceridad de nuestra oración, para darle gusto a Dios, no la hemos de medir por la cantidad de palabras,  las rimas o la poesía que empleamos en ella o los mismos cantos que nos pueden ayudar a sintonizar más con Dios. La verdad de nuestra piedad se demuestra en la calidad que ponemos en lo que decimos; en la atención que ponemos cuando rezamos; en la humildad o transparencia a la hora de expresarlo.
¿Qué imagen tendrá Dios de nosotros? Una cosa está clara: de Dios no nos escapamos nadie. Ya podemos acudir al templo metidos en un abrigo o blindados en mil palabrerías, si lo hacemos desde la vanidad, desde la idea de “bastante hago con venir aquí”, Dios nos deja desnudos. Sabe, desde el primer momento, con qué actitud nos ponemos frente a El.
            Con la parábola viuda y el juez injusto, el Señor nos invitaba a rezar insistentemente. Hoy con esta bella parábola, Jesús, nos  indica el espíritu con el que hemos de hacerlo: la humildad.
Dejemos fuera las categorías por las que nos regimos y con las que nos desenvolvemos en el mundo; aquí  no podemos engañar a nadie. Qué grande es recordar aquello de: “Señor dame una alforja; para que en su parte delantera vea mis propios defectos y, en la parte de atrás, deje los fallos de los demás; Señor; dame una alforja; para que en la parte de adelante meta las virtudes de los demás y, en la de atrás, sepa llevar con afán de superación las mías”.

            En algunos momentos solemnes solemos utilizar el incensario para dar gloria y alabanza al Señor. Pues eso…el incienso y el incensario para Dios. Tiempo llegará, cuando El quiera, en que determine el valor de todo lo que decimos hacer y decir en su nombre.

P. Javier Leoz. 

sábado, 15 de octubre de 2016

29ª semana Del tiempo ordinario. Domingo C-2016: Lc 18, 1-8

                

Jesús tenía mucho interés en enseñar a sus discípulos a orar, pues es básico en la religión el hecho de poder hablar con Dios, que es nuestro Padre. En este hablar con Dios, como somos criaturas y débiles, necesariamente debemos pedir con frecuencia. Jesús mismo nos enseñó una gran oración para pedir: el Padrenuestro. Hoy nos dice que debemos orar con insistencia para poder conseguir nuestras peticiones.
Para ello nos pone el ejemplo de una viuda que por la insistencia consigue ante un juez lo que se propone. En aquel tiempo una viuda era un ser desamparado, ya que la sociedad era muy machista. Por eso aquel juez, a quien le describe el evangelio sin respeto para con Dios ni para los hombres, va dando largas al asunto, pues cree que una pobre viuda no le va a convencer. Sin embargo acepta la justicia por la insistencia tenaz de aquella mujer. Entonces Jesús, poniendo una comparación, que raya en lo ridículo por la distancia infinita, nos dice: “¿Cómo Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche?”
Ante esto quizá la dificultad más evidente es la que muchos ponen: Hay muchas ocasiones en que una persona pide mucho a Dios una gracia y, después de pedirlo mucho tiempo y con mucha insistencia, se queda sin recibir la gracia. La primera consideración es sobre lo que pedimos. Hay cosas que pedimos que, aunque nosotros no lo veamos claro, Dios ve que, si lo concede, no será para nuestra salvación ni para la gloria de Dios, pues quizá mostramos en ello nada más que nuestro egoísmo. A veces pedimos cosas imposibles como el que toque la lotería en cierto número cuando otro le está pidiendo que toque en otro número. Lo mismo pasa cuando uno pide que gane un equipo en deportes cuando otro está pidiendo que gane otro equipo.
A veces se piden cosas difíciles, como puede ser la conversión de una persona. Depende de la disposición de éste; pero se necesita tiempo y quizá lágrimas, como santa Mónica pidiendo por la conversión de su hijo Agustín. A veces creemos que hemos pedido con perseverancia, pero nos hemos cansado enseguida. Parece que tomamos a Dios como algo mecánico sin buscar el verdadero provecho espiritual.
Lo importante es que la oración debe estar unida a la fe. Seguimos orando porque debemos seguir aumentando la fe y la confianza. Hay otras ocasiones en que Jesús nos dice que no hace falta “machacar” demasiado a Dios con nuestras peticiones porque Dios sabe lo que necesitamos. Cuando hay mucha fe, como en la Virgen María, no se necesita perseverancia, sino una simple exposición: “No tienen vino”. Pero como dice Jesús al final: “¿Encontrará Dios esta fe en la tierra?” Lo más importante en nuestra vida es unirnos con Dios para estar unidos en el cielo. Si Dios fuese como algo mecánico que da favores fáciles – y normalmente materiales- el amor y la verdadera entrega filial podría faltar en muchos. Por eso necesitamos perseverar: no tanto para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que nosotros no nos olvidemos de Él.
Rezar es sobre todo amar, porque al mismo tiempo que le pedimos, debemos estar agradecidos por tanto que nos ha dado. Necesitamos perseverar para aumentar nuestra actitud de humildad y confianza y de escucha sobre su voluntad. Si así lo hacemos, ya hemos conseguido algo valioso, quizá más que lo que estamos pidiendo.
Dios no sólo quiere que le pidamos cosas buenas, como es la venida de su Reino, sino que nos impliquemos en esa venida. Por ejemplo, si pedimos la paz, que seamos pacíficos; si pedimos perdón, que sepamos perdonarnos; si pedimos justicia, que seamos justos con los demás. Es posible que el evangelista aquí pida con insistencia la justicia por las injusticias que ya sufría la primitiva cristiandad, cuando clamaba con insistencia: “Maranatha, ven Señor Jesús”, buscando la protección del Señor.

La oración, más que recordarle a Dios la necesidad, es un acto de fe, una expresión de amor y una aceptación libre de su voluntad que quiere lo mejor para nosotros.   

miércoles, 12 de octubre de 2016

VIRGEN DEL PILAR PATRONA DE LA HISPANIDAD.

En esta celebración de hoy, convergen distintos sentimientos hispanos, conmemorativos, patronales y –cómo no- la hermandad de todos los pueblos de habla hispana. María nos empuja y nos lleva hacia el pilar de nuestra fe que es Cristo. Una fiesta, la del Pilar, que arranca en los inicios del cristianismo –en las horas bajas de Santiago Apóstol a su paso por España- y que le infundió ánimo y constancia en su labor misionera.
1. No podemos entender a María sin Cristo. Cristo es el camino pero, María, es un atajo por el cual nos podemos llegar más y mejor hasta Él. Cristo es el centro de nuestra fe, pero con María, aprendemos –en la escuela de su sencillez, obediencia, alegría, pobreza y disponibilidad- a ponernos en camino para encontrarnos con Él. Por lo tanto, decir Virgen del Pilar, es decir “Cristo ha de reinar”. La mejor flor y el más armonioso himno, la más rica corona o el más suntuoso manto siempre será eso: descubrir, creer y caminar con Jesús. Peregrinar hacia el Pilar de Zaragoza o celebrar la fiesta del Pilar sin ir al corazón de Cristo, sería tan contradictorio como ir al mar en un día de sol y quedarnos en la arena sin tan siquiera tocar el agua.
La Virgen María, es una base que da sustento a nuestra espiritualidad. Es dejar que, Dios, ponga fondo –buena falta que nos hace- a lo que decimos ser y practicar. Es, entre otras cosas, caer en la cuenta que –tal vez- creer es fácil pero no resulta tan fácil dar razón y testimonio de lo que creemos. ¿No será esta la causa, primera y última, de que otros levanten edificaciones sociales, culturales, políticas o económicas –sin referencia a Dios- porque nosotros no hemos ofrecido pilares con el resorte del evangelio? ¿A qué esperamos?
            2. María, sigue estando introducida en el sustrato y en las entrañas de nuestros pueblos. Asomarse a  Zaragoza y contemplar las torres del Pilar, es una llamada a vivir con los pies en la tierra pero sin apartar los ojos del cielo:  como Ella, como María, como lo hizo María. Por ello mismo damos gracias a Dios. Por esta criatura tan privilegiada. Ella refleja perfectamente al cristiano que busca a Dios. A las personas que, con sencillez y verdad, intentan vivir su fe y la  transmiten como cauce de salvación y de oxigenación a este mundo tan corrompido. En ese sentido, por qué no decirlo, en cuanto que está muy cerca del pilar de nuestra fe (que es Jesús) también, María, se convierte en una columna que ayuda y mucho a sostener la fe de millones de hombres y de mujeres.

            3. Como hace siglos, María sigue señalándonos el lugar donde hemos de levantar un templo para Dios. Ese lugar, confundido por tantos amores, traspasado por tantos odios y preocupaciones es el corazón del hombre. Que en este día de la Virgen del Pilar nos comprometamos como cristianos a dejar el mejor solar de nuestros corazones para Dios. Para que el Espíritu Santo realice a través de nosotros obras, sino tan grandes, sí tan leales y nobles como las que se llevaron a cabo en Santa María.

martes, 11 de octubre de 2016

28ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 11, 37-41

28ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 11, 37-41
Comienza hoy una serie de amonestaciones y recriminaciones contra la conducta de los fariseos por parte de Jesús. Es muy posible que no lo hiciera de una vez y de forma seguida, sino que el evangelista reúne aquí diversas recriminaciones dichas en varias circunstancias contra los fariseos. De hecho los fariseos parecían “buena gente”, y en parte lo eran, pues procuraban cumplir con exactitud todos los preceptos externos de la religión; pero tenían el gran defecto de no atender a lo interno y a toda la religión “del corazón”, que para Jesús era lo principal y lo que más agrada a Dios.
Los fariseos deseaban agradar a Dios, aunque en muchas cosas estaban equivocados, especialmente en acentuar demasiado lo externo, creyendo que fuese esto lo que más agradaba a Dios. No sabemos los motivos que tuvo aquel fariseo para invitar a Jesús. Seguramente habría mucho de vanidad, ya que con ello quedaría con más prestigio ante la gente que admiraba a Jesús. Y es posible que hubiera alguna mala voluntad para poder ver algo en Jesús con que le pudiera acusar o criticar.
El hecho es que para comenzar la comida los fariseos, según era su costumbre, se lavaron las manos y Jesús no quiso lavárselas, de modo que se dieron cuenta de ello los fariseos asistentes. Algún lector quizá estará pensando en la higiene...; pero no se trataba de ello, sino que los fariseos lo hacían para parecer más limpios delante de Dios. En realidad venía de una idea muy bonita a propósito de que los sacerdotes se lavaban antes de los sacrificios. Podía significar el deseo de tener la conciencia más limpia para estar ante Dios. Los fariseos lo hacían con un sentido de orgullo, buscando una limpieza legal, ya que creían que si comían los alimentos tocados por pecadores, ellos quedaban impuros.
Jesús, ante el estupor de quien le había invitado, aprovechó la ocasión para decirle a él y a los demás presentes que la limpieza que a Dios más agrada es la interior, la del corazón. Y para ello pone como ejemplo lo que pasa al lavar una copa o un plato. Es bueno lavar también por fuera, pero lo que más interesa es lavarles por dentro.

En nuestra religión tenemos cosas y gestos externos muy importantes, como es el pan y el vino para la Eucaristía o el agua para el bautismo. Igualmente las palabras que hay que pronunciar. Algunos gestos externos son esenciales para el sacramento. Dios quiere que cooperemos con los sentimientos de amor y con todo el progreso interior de nuestro corazón. Por todo ello no es fácil discernir quién es más santo o quién es más pecador. Dios es quien ve nuestra conciencia y nos ha de juzgar algún día.