Hoy celebra la Iglesia la fiesta del
“Corpus Cristi” o del Cuerpo y la
Sangre de Cristo, o dicho más simplemente: la fiesta de la Eucaristía. Siempre
que vamos a la Misa
celebramos la Eucaristía ,
que es el sacramento de la
Entrega de Jesús en sacrificio a su Padre Celestial por
nuestra Redención. Es el hacerse presente de nuevo el mismo sacrificio de la Cruz. Pero es al mismo
tiempo el recibir el alimento especial para nuestra alma, que es el mismo
Jesús, que se nos da en alimento. Y es también la oportunidad de adorar a
Jesús, que es nuestro Dios y Salvador, y que está realmente presente en el
Augusto Sacramento del Altar, que es Jesús en la Eucaristía.
Esta presencia real de Jesús es lo
que se quiere resaltar principalmente en esta fiesta del “Corpus”. Jesús
prometió estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Y está
espiritualmente de muchas maneras: en su palabra, en la reunión de fieles que
están orando, en el pueblo de Dios, en la caridad. Pero está de una manera muy
especial y más real en la
Eucaristía. Esto nos dice nuestra fe. Hubo unos tiempos, por
la edad Media, en que unos herejes decían que Jesús estaba presente mientras la Misa , pero luego ya no se
quedaba, y hasta había sacerdotes que dudaban de la presencia real de Jesús.
Hubo un hecho muy conocido en el año 1264 en que un sacerdote que, dudando
había ido a Roma al sepulcro de los apóstoles para pedir la fe, cuando
retornaba a su tierra y celebraba misa en Bolsena, vio que de la Sagrada Forma
destilaba sangre de modo que quedó mojado todo el corporal. El papa Urbano VI,
que estaba en la ciudad cercana de Orvieto, supo el acontecimiento y pidió
dichos corporales. Al constatar la realidad del milagro, quiso que todos lo
supieran y que se adorase a Jesús presente en la Eucaristía de modo más
solemne. Por eso instituyó la fiesta del “Corpus Cristi” encargando los himnos
de la fiesta a Sto. Tomás de Aquino.
Desde entonces en esta fiesta se
han realizado solemnes procesiones para que el Señor pueda salir por las calles
de pueblos grandes y pequeños y todos puedan adorar a Jesús, que está presente
entre nosotros. No todos tendrán esta fe y este amor para adorar y agradecer
que Jesucristo pueda estar real en cuerpo y alma entre nosotros. Muchos están
ciegos en su espíritu. Ojalá haya muchos que, al saber que Cristo está entre
nosotros, puedan gritar como el ciego Bartimeo: “Señor, ten piedad de mi”. Que
Jesús tenga piedad, no sólo de males físicos, sino sobre todo de tantas calamidades
que nos circundan y que tenemos dentro de nuestro ser terrenal.
En este año (ciclo B) el evangelio
es la narración sencilla de la
Institución de la Eucaristía según san Marcos. Lo precede la
preparación de la cena Pascual. Jesús se entrega para que nosotros le podamos
comer. No sólo cada uno, sino todos. Por esto la Eucaristía es signo de
unidad. San Pablo se quejaba a los cristianos de Corinto de que había mucha
división de clases, especialmente en la comida. Pone el ejemplo de unidad en la
comida eucarística que nos dio el Señor en la Ultima Cena , en la que
todos somos iguales y tenemos las mismas posibilidades de gracias. La
diferencia estaría en el amor. Aquel que muestre más amor por sus semejantes,
podemos decir que es el que mejor está adorando y venerando a Jesús en la Eucaristía.
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