Jesús había estado el día predicando y caminando, y estaba cansado.
Subió a una barca con los discípulos para pasar a la otra orilla y se quedó
dormido. Con ello nos muestra su humanidad. El estar dormido significa salud y
que estaba cansado. Y siguió dormido a pesar de que se levantó una gran
tempestad. Tan grande que los apóstoles, que sabían de barca y de tormentas,
estaban llenos de miedo. Quizá, si Jesús hubiese estado despierto, no hubieran
tenido tanto miedo; pero ahora le gritan, y Jesús les pide calma, apaciguando
la tempestad. Ya habían asistido a otros milagros de Jesús; pero este calmar a
la naturaleza les llena de una nueva admiración.
A veces Jesús hace algunos, pocos, milagros sólo para los apóstoles,
con el fin de confirmar su fe. Es lo mismo como cuando a ellos en particular
les explicaba con mayor detalle algunas de las parábolas. Pues iban a ser ellos
los que enseñarían la fe al mundo, en medio de dificultades y persecuciones.
Podemos aplicar este milagro a lo que nos sucede a nosotros y lo que
sucede en la Iglesia. Somos como una barca que va en este mundo en medio de
grandes dificultades. Sabemos que esta
vida no es la definitiva. Por eso hay dificultades que provienen de esa misma
limitación y por lo tanto no son buenas ni malas. Todo dependerá de nuestra
actitud. Hay otras dificultades que provienen de nuestra propia mala voluntad y
muchas veces de otras malas voluntades. El hecho es que encontramos problemas
que parecen superar nuestras fuerzas y
posibilidades, agitando nuestro espíritu y quitándonos la paz. A veces
no son dificultades demasiado grandes, sino pequeñas y simples cosas de cada
día, que nos quitan la calma o por lo menos no nos permiten tener el corazón
suficientemente sereno para la oración.
Y Dios parece dormido. Aunque en realidad Dios nunca duerme, sino que
somos nosotros los que nos dormimos en el caminar cristiano y no vemos la
presencia de Dios, porque estamos demasiado apegados a lo material. La verdad
es que a veces vemos todo demasiado oscuro. Y hasta creemos que Dios se porta
mal con nosotros, que no es justo y hasta que nos trata con crueldad. Hoy en la
primera lectura se habla de Job, el hombre paciente, que no era tan paciente al
principio, porque sus amigos le querían infundir ideas terrestres. Al final
confió plenamente en Dios, que le salvó de todos los males y, para que sirviera
de ejemplo, le dio mucho más de lo que tenía.
A veces es necesario algo grande en la vida, aunque creamos que nos
hace daño, para acercarse a Dios. Jesús nos enseñó más la cara amable de Dios,
el Padre bueno. Aun así muchas veces nos parece que está dormido. En esos casos
debemos gritar, porque Dios siempre está despierto, nos quiere y está dispuesto
para ayudarnos. Los salmos frecuentemente nos dicen que Dios atiende al clamor
de los atribulados.
A través de las enseñanzas de los santos padres, la Iglesia que marcha
en la historia hacia Dios, es representada por la barca agitada por las olas.
Ya les había dicho Jesús a los apóstoles que iban a sufrir dificultades y
persecuciones. Y cuando san Marcos escribió su evangelio, aunque fue el
primero, la Iglesia ya era la barca agitada por persecuciones. Después, a
través de la historia, ha habido profetas falsos que han vaticinado la ruina
total o el hundimiento definitivo de la Iglesia. No sólo se debía a falta de fe
en la presencia continua de Jesucristo, sino a cortedad de visión, porque la
Iglesia es universal y suele suceder que, si se afloja por una zona, por otra
se reafirma. Muchas veces sólo se fijan en los “escándalos” y los pecados,
cuando en realidad hay muchísimos santos, que en lo oculto, sostienen y dan la
gloria a Dios.
Cuando nos cueste encontrar respuestas a muchos interrogantes de la
vida, vayamos a Dios Padre, que nos ama, a Jesús que siempre permanece bien
despierto en la Iglesia y al Espíritu de Amor que con sus dones hará que no se
pierda la paz del alma, que proviene del espíritu unido a Dios por la fe y el
amor.
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