Hoy el evangelio
entremezcla dos milagros de Jesús: Jairo le pide que vaya a curar a su hija
enferma. Jesús se pone en camino; pero entonces llega una mujer enferma con
flujos de sangre y es curada. Después sigue Jesús con Jairo, aunque su hija ya
ha muerto; pero la resucita. Hay varias cosas en común. Una, curiosa, que la
niña muerta tiene 12 años y la mujer está enferma desde hace 12 años. Los
evangelistas, siguiendo la cultura de aquel tiempo, al mismo tiempo que narran
algo real, describen algo simbólico. El número 12 aparece muchas veces en la Sagrada Escritura.
Es un número que indica plenitud. Aquí es el tiempo de toda una vida y una gran
enfermedad, para que resalte más el poder y el amor de Jesús. Puede simbolizar
la humanidad pecadora y liberada de sus males por la salvación de Jesús.
Lo importante es la
fe, unida a la humildad. Jairo era un hombre importante dentro de su sociedad;
pero cuando se trata de salvar a su hija, deja su orgullo y se postra ante
Jesús con humildad. No encuentra otra solución. La mujer tiene una enfermedad
que ante la sociedad es considerada como impura y no quiere comprometer a
Jesús. Pero su fe es tan grande que cree bastarla con sólo tocar el manto de
Jesús.
Sigamos primeramente
a esta mujer. Como quiere que ni Jesús ni la gente se den cuenta de su
presencia, va con disimulo, llega a poder meter el brazo entre la gente y toca
el manto de Jesús. Pero Jesús, que sabe que ha salido una “virtud” especial de
su persona, no quiere que quede esta fe en la oscuridad y consuela a la mujer,
hace que su fe se fortalezca y quede patente su ejemplo para todos nosotros. No
es lo mismo apretujar a Jesús que “tocarlo” con fe. Muchos apretujan a Jesús en
la Iglesia ,
reciben sacramentos, se llaman cristianos, pero no se aprovechan de la
presencia del Espíritu Santo. Y más en concreto: Muchos comulgan, reciben a
Jesús de forma material, y sin embargo siguen tan amargados, cerrados sobre sí
mismos, tan avaros y tan faltos de caridad. En realidad no han “tocado” con
amor el Cuerpo de Cristo.
Seguro que Jairo, si
hubiera sabido antes que su hija había muerto, no le hubiera dicho nada a
Jesús. Eso pensaban los que le dieron la noticia. Pero Jesús, que escucha lo
que hablan, le quiere acrecentar la fe. Para Jesús era tanto o más importante
que Jairo tuviera plena fe, como la resurrección que iba a realizar en la niña.
Por eso le dice: “Basta que tengas fe”. Es posible que con la fe de aquel
hombre se uniera algo de creencia en la magia. Jesús le ayudó a purificar la
fe. Hoy también muchos unen religión con
magia. Pero la verdadera fe es un encuentro personal con Dios. Es la respuesta
libre de la persona humana a Dios que se revela. La fe tiene mucho de
confianza, pero también de amor, de entrega. La fe no es sólo un acto personal,
sino que se transmite y se sostiene con la fe de otros. Por eso cada uno de
nosotros puede contribuir para que la fe de otros comience o se sostenga y
aumente.
La resurrección de
aquella niña nos puede dar otras enseñanzas. A nuestro lado hay muchos muertos
en el alma. Podemos decir que son “cadáveres ambulantes”. Y pueden volver a la
vida. Nosotros, con nuestra oración y ejemplo de vida, podemos ayudar (Dios es
quien lo hace), para que vuelvan a la verdadera vida, que es más importante que
la vida del cuerpo. Esto en general; pero un llamado especial es para los
padres de familia. A veces se fijan en que no falte nada material a su hijo y
quizá le falta lo principal, que es la vida del alma. Hay muchos hijos en
peligro y los padres se preocupan poco. Debemos mirar hoy el ejemplo de Jairo,
como podemos ver a santa Mónica que con su oración y lágrimas consiguió la
conversión de su hijo, san Agustín.
La muerte no es el
peor mal. Para los santos es un bien porque es el abrazo eterno y definitivo
con Dios. La muerte es consecuencia del pecado; por eso el pecado es el gran
mal, sobre todo si ocasiona la muerte por la violencia. Cristo resucitando a
aquella niña nos da una garantía de que un día nos resucitará definitivamente.