En la primera lectura de este día todos los años nos cuenta san Lucas en los Hechos de los Apóstoles la subida de Jesús al cielo: un hecho contemplado por testigos, pero que no deja de ser un misterio. Es un suceso querido por Jesús para que sirva de enseñanza simbólica y visual de la verdadera Ascensión que para Jesús fue en el momento de
Durante 40 días
Jesús se fue apareciendo a los apóstoles instruyéndoles más sobre las cosas que
ya les había enseñado. No es que estuviera en un lugar determinado escondido.
Estaba ya con su Padre en el cielo, pero se hacía presente durante un tiempo
para reafirmar la fe de los suyos. Al final les envía a predicar por todo el
mundo. La Ascensión
de Jesús al cielo y el envío de los apóstoles son inseparables. Allí no sólo
estaban los apóstoles, sino varios sucesores y simbólicamente toda la Iglesia. Hay una
unión total entre la misión evangelizadora de Jesús y la continuación de esa
misión en la Iglesia.
Para el apostolado nosotros nos apoyamos en Jesús, vencedor
de la muerte, que se fue al cielo, pero permanece con nosotros. El es nuestra
esperanza, pero es también nuestra seguridad de que nos acompaña con su
Espíritu.
En particular para
cada uno la Ascensión
nos enseña que en la vida hay que mirar a la realidad de la vida, como los
ángeles dijeron a los apóstoles; pero hay que mirar también al cielo. La
realidad nos dice que muchos miran demasiado sólo a las cosas terrenas y por
ello se pueden marear. Nos puede pasar como a aquel joven marinero que debía
arreglar algo en el mástil del barco en un día de tormenta. Según iba subiendo
se mareaba viendo el agitar de las olas. El capitán se dio cuenta y le gritó:
“Mira hacia arriba, siempre hacia arriba”. Así pudo realizar con éxito su
trabajo. En nuestra vida encontramos muchas dificultades y situaciones, a las
que no vemos sentido. Tenemos que mirar más hacia arriba, donde está Cristo
esperándonos.
En este año, ciclo
B, el evangelio es de san Marcos. Es el final. Nos dice cómo Jesús se fue al
cielo y los apóstoles cumplieron su mandato de ir predicando por el mundo.
Jesús les había prometido que harían muchos prodigios. Y así fue. Desde siempre
ha habido prodigios externos; pero muchos más son los prodigios internos, en lo
interior del corazón. Dice san Agustín que en un tiempo la Iglesia necesitaba más de
estos prodigios externos, como un “arbolillo” necesita el riego externo. Cuando
ese arbolillo se hace corpulento ya no necesita el riego. Comparado con la Iglesia podemos decir que
el hecho mismo histórico de la
Iglesia ya es un prodigio.
Nosotros debemos
seguir a Jesús “creyendo” en su Evangelio. Hoy les habla Jesús a los apóstoles
de la importancia de la fe: si creemos en sus enseñanzas, estaremos salvados;
pero si le damos la espalda, estaremos perdidos. Creer es seguirle y amarle. A
veces podemos ver señales externas; pero sobre todo le debemos ver en el
corazón.
Hoy es un día para
crecer en la esperanza de una felicidad eterna, usando con rectitud los medios
que tenemos en la tierra. Debemos buscar el bien aquí, pero siempre sabiendo
que la felicidad plena sólo se encuentra con Cristo en el cielo. Sólo El puede
dar pleno sentido a la vida. Por eso no nos dejemos aprisionar por la materia.
Hay algo más que la historia, que la materia y el tiempo. Nuestra meta está
donde está Dios. Sólo Dios puede llenar el alma. En la oración principal de la
misa de este día se pide y espera que donde está Cristo, que es nuestra Cabeza,
estemos también nosotros que somos miembros de su cuerpo.
El triunfo de Jesús
debe ser también nuestro triunfo; pero sabiendo que es diferente del triunfo
material y humano; porque aquí se triunfa cuando otros pierden, mientras que
cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.
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