domingo, 31 de mayo de 2015

Domingo de la Santísima Trinidad-B 2015: Mt 28, 16-20



“La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con vosotros”. Así comenzamos en la misa y así comenzamos hoy, en esta fiesta de la Stma. Trinidad. Esta fiesta es como una coronación de todas las fiestas de Pascua en que vemos a Cristo resucitado y glorificado a la diestra de Dios Padre, que envió a su Hijo para salvarnos y que el Hijo juntamente con el Padre envían el Espíritu Santo para santificarnos. Tres personas en un solo Dios: Un misterio oscuro, pero muy cercano a nuestra vida, pues debe ser el centro de nuestra fe y nuestra vida.
Todo ser humano debe comprender que existe un Dios creador. Sin la fe en Dios, el mundo sería absurdo, no tendría sentido. Pero Dios no es ni tirano ni ajeno a nuestros planes y necesidades. Por eso se escogió una nación para ir revelando la esencia de su ser de amor. La Sagrada Escritura habla constantemente del gran amor de Dios a nosotros, que es una expresión de la unión íntima e infinita de amor entre las personas de la Stma. Trinidad. Mostraba su amor hacia su pueblo con ideas de amor sacadas del noviazgo y matrimonio. Pero ese pueblo, en general, le rechazó. Y Dios Padre envió a su Hijo para salvarnos. Jesús nos fue desvelando el gran misterio de amor en Dios. Él con su Padre son una misma cosa. Y después de cumplir su misión, envió el Espíritu Santo, Dios Consolador, que con sus gracias y dones fructifica a la Iglesia.
Cuando iba a subir al cielo, Jesús envió a sus apóstoles a bautizar por todo el mundo “en el nombre del Padre y del Hijo y del Esp. Santo”. Es la expresión del amor, que es la esencia principal de Dios. Nunca podremos en esta vida comprender los misterios de la esencia de Dios; pero algo atisbamos al saber que es amor. Porque el amor une; y el amor infinito une infinitamente. Dios no es un dios solitario, sino que es un Dios-familia. Son tres personas por donde circula la más entrañable corriente de amor. Por eso nosotros imitaremos más a Dios cuanto más nos sintamos unidos en comunidad, en familia o en pueblo. El amor es lo más importante en nuestra religión.
La Santísima Trinidad no es sólo un misterio para creer, sino que es vida para vivir. En el nº 44 del Compendio del catecismo de la Iglesia Católica se nos dice que el misterio de la Stma. Trinidad es el centro de la fe y de la vida cristiana. Yo creo que gran parte de cristianos hemos tenido este misterio por centro de nuestra fe, pero poco de nuestra vida cristiana. Muchas veces hemos orado a Dios de una manera abstracta o impersonal. No suele ser la comunicación de amor con un amigo, porque intentamos hablar a la esencia de Dios, no a las personas. En este día de la Santísima Trinidad les exhorto a tener más comunicación con nuestro Padre Dios, a quien verdaderamente podemos llamar Padre, o si queremos, podemos llamarle “papá”, como hacía Jesús. Y sentir sus caricias porque siempre está con nosotros, “más íntimo que nuestra misma intimidad”. Y hablar con Jesús, que es Dios y quiere ser nuestro amigo, que para eso ha querido quedarse en la Eucaristía. Y hablar con el Espíritu Santo, que es Dios y nuestro Consolador, nuestro Abogado, que camina con nosotros precisamente para estar a disposición y dar abundantes gracias y dones a aquel que esté dispuesto.
Este es un descubrimiento que debemos ir haciendo. De hecho en la liturgia siempre nos dirigimos a alguna de las tres Divinas Personas; la mayor parte de las veces al Padre, a quien llamamos “Señor”, como al Espíritu Santo, a diferencia de Jesús a quien llamamos “Cristo”. Que cada vez que nos persignemos, nombrando a las tres Divinas Personas, agradezcamos su gran amor hacia nosotros, y procuremos dar a conocer ese inmenso amor con nuestra vida de caridad, “porque todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor”. No somos llamados para seres individualistas, sino a formar parte de una comunidad. Y siempre glorifiquemos a Dios Padre, que nos ha creado, a Jesucristo, que nos ha redimido y nos espera en el cielo, y al Espíritu Santo, que vive en nosotros para darnos la paz y alegría cristiana.

domingo, 24 de mayo de 2015

Domingo de Pentecostés B-2015: Jn 20, 19-23


 Esta palabra de Pentecostés quiere decir: cincuenta días. Era una de las tres principales fiestas de los judíos. A los cincuenta días de la Pascua celebraban en cuanto a lo material el hecho de que la cosecha estaba ya crecida, por lo que daban gracias a Dios, y en cuanto a la historia celebraban el recuerdo de la llegada de los israelitas al monte Sinaí y la entrega de las tablas de la Ley a Moisés entre truenos y relámpagos. Con ese motivo tocaban fuertemente las trompetas del templo.
Ese es el día en que los apóstoles reciben de una manera grandiosa al Espíritu Santo. Según lo narra san Lucas, autor de los “Hechos de los Apóstoles”, Dios aprovecha el ambiente de fiesta popular y bulliciosa para ese acontecimiento. Algunos datos podemos decir que son simbólicos, expresión de lo que sucedía en el alma o el corazón de los que recibían el Espíritu Santo. Los principales signos fueron el viento impetuoso y el fuego, que da luz y calor: Luz que les ilumina la mente para comprender mejor los mensajes de Jesús y fuego para darles energías para seguir sin miedo la misión de Jesús de predicar el Evangelio por todo el mundo. El viento precisamente significa el Espíritu y es expresión de una nueva creación, recordando el soplo creador.
En realidad ya habían recibido el Espíritu Santo el día de la Resurrección. Jesús, al presentarse resucitado, les da el mayor don que puede darles, que es el Espíritu Santo. Ya les había prometido que les enviaría “otro Consolador, otro Abogado”. San Juan nos cuenta en el evangelio de hoy que Jesús se presenta gozoso y les da la paz y alegría, y les da el perdón y el poder de perdonar. Pero todo eso no sería efectivo y duradero, si no les ayudase una fuerza especial, que es la presencia del Espíritu Santo, como ya se lo había prometido. Lo hace también con un gesto de viento: “Sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. ¿Cuándo recibieron de verdad el Espíritu Santo? Las dos veces y otras muchas más. Porque el Espíritu viene a nosotros según la preparación que tengamos: Viene en el bautismo, viene especialmente en la confirmación y viene en otras ocasiones. Él es infinito. Lo que hace falta es que nos preparemos a recibirle. El día de Pentecostés vino de una manera muy especial sobre los apóstoles, no sólo porque así lo quiso Dios de forma gratuita, sino porque ellos estaban mejor preparados pues habían estado aquellos días en oración con la Santísima Virgen María.
Un aspecto importante en esta fiesta es el comunitario: Los apóstoles reciben el Espíritu Santo viviendo en comunidad. Y son enviados para formar la comunidad de la Iglesia universal. Por eso se nombran allí todos los principales pueblos o naciones entonces conocidas. Y aparece una contraposición con lo que significó la “Torre de Babel”, que era dispersión o confusión de lenguas. En Pentecostés se realiza la unidad: todos comprenden lo mismo. Sería la unidad que quiere Jesús por medio del AMOR.
Pentecostés continúa en la Iglesia. Cada vez que asistimos a misa se nos recuerda la intervención del Espíritu Santo en la transformación del pan y del vino y en la unidad de la Iglesia. Para que influya en nuestro ser hace falta que nos preparemos, que nos comuniquemos más con Dios en la oración y que dejemos muchas ataduras materiales de modo que nuestra vida tenga un sentido pleno y sea vivificante, de modo que se note que el Espíritu Santo habita en nuestro ser.

En el Credo decimos: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida”. Él quiere enseñarnos a orar, a tener a Jesús por Señor, a penetrar en los misterios de Dios, a gozar de la gracia, que es amor, paz, fidelidad, fuerza para predicar y a testimoniar el Evangelio con nuestra vida. Por eso hoy pidamos, como se dice en la Misa, que lave lo que está manchado, riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio, enderece lo torcido. En una palabra: que seamos dóciles a sus inspiraciones y que encienda los corazones de sus fieles. Con la ayuda del Espíritu y nuestra cooperación, en la Iglesia siempre será una realidad Pentecostés.

sábado, 16 de mayo de 2015

7ª semana de Pascua. Domingo Ascensión del Señor B-2015: Mc 16, 15-20


  
En la primera lectura de este día todos los años nos cuenta san Lucas en los Hechos de los Apóstoles la subida de Jesús al cielo: un hecho contemplado por testigos, pero que no deja de ser un misterio. Es un suceso querido por Jesús para que sirva de enseñanza simbólica y visual de la verdadera Ascensión que para Jesús fue en el momento de la Resurrección. Por el hecho de resucitar, ya Jesús vuelve al Padre y “está sentado a su derecha”. Esto significa que ya goza de toda la grandeza y gloria de Dios. Hoy es el día de la expresión de esa glorificación total de Jesús.
Durante 40 días Jesús se fue apareciendo a los apóstoles instruyéndoles más sobre las cosas que ya les había enseñado. No es que estuviera en un lugar determinado escondido. Estaba ya con su Padre en el cielo, pero se hacía presente durante un tiempo para reafirmar la fe de los suyos. Al final les envía a predicar por todo el mundo. La Ascensión de Jesús al cielo y el envío de los apóstoles son inseparables. Allí no sólo estaban los apóstoles, sino varios sucesores y simbólicamente toda la Iglesia. Hay una unión total entre la misión evangelizadora de Jesús y la continuación de esa misión en la Iglesia. Para el apostolado nosotros nos apoyamos en Jesús, vencedor de la muerte, que se fue al cielo, pero permanece con nosotros. El es nuestra esperanza, pero es también nuestra seguridad de que nos acompaña con su Espíritu.
En particular para cada uno la Ascensión nos enseña que en la vida hay que mirar a la realidad de la vida, como los ángeles dijeron a los apóstoles; pero hay que mirar también al cielo. La realidad nos dice que muchos miran demasiado sólo a las cosas terrenas y por ello se pueden marear. Nos puede pasar como a aquel joven marinero que debía arreglar algo en el mástil del barco en un día de tormenta. Según iba subiendo se mareaba viendo el agitar de las olas. El capitán se dio cuenta y le gritó: “Mira hacia arriba, siempre hacia arriba”. Así pudo realizar con éxito su trabajo. En nuestra vida encontramos muchas dificultades y situaciones, a las que no vemos sentido. Tenemos que mirar más hacia arriba, donde está Cristo esperándonos.
En este año, ciclo B, el evangelio es de san Marcos. Es el final. Nos dice cómo Jesús se fue al cielo y los apóstoles cumplieron su mandato de ir predicando por el mundo. Jesús les había prometido que harían muchos prodigios. Y así fue. Desde siempre ha habido prodigios externos; pero muchos más son los prodigios internos, en lo interior del corazón. Dice san Agustín que en un tiempo la Iglesia necesitaba más de estos prodigios externos, como un “arbolillo” necesita el riego externo. Cuando ese arbolillo se hace corpulento ya no necesita el riego. Comparado con la Iglesia podemos decir que el hecho mismo histórico de la Iglesia ya es un prodigio.
Nosotros debemos seguir a Jesús “creyendo” en su Evangelio. Hoy les habla Jesús a los apóstoles de la importancia de la fe: si creemos en sus enseñanzas, estaremos salvados; pero si le damos la espalda, estaremos perdidos. Creer es seguirle y amarle. A veces podemos ver señales externas; pero sobre todo le debemos ver en el corazón.
Hoy es un día para crecer en la esperanza de una felicidad eterna, usando con rectitud los medios que tenemos en la tierra. Debemos buscar el bien aquí, pero siempre sabiendo que la felicidad plena sólo se encuentra con Cristo en el cielo. Sólo El puede dar pleno sentido a la vida. Por eso no nos dejemos aprisionar por la materia. Hay algo más que la historia, que la materia y el tiempo. Nuestra meta está donde está Dios. Sólo Dios puede llenar el alma. En la oración principal de la misa de este día se pide y espera que donde está Cristo, que es nuestra Cabeza, estemos también nosotros que somos miembros de su cuerpo.
El triunfo de Jesús debe ser también nuestro triunfo; pero sabiendo que es diferente del triunfo material y humano; porque aquí se triunfa cuando otros pierden, mientras que cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.


lunes, 11 de mayo de 2015

Domingo 5º de Pascua B-2015: Jn 15, 1-8


Estas palabras están dichas por Jesús en su despedida de la Ultima Cena; pero son una especie de resumen de ideas que les habría dicho a los apóstoles en aquellos años. Ahora les ha dicho algo muy importante, esencial para nuestra vida en el espíritu. Y es que tenemos que estar unidos con Jesucristo, si queremos que nuestra vida tenga frutos de vida eterna. Un buen profesional o artista puede dejar frutos de su trabajo que sean estimados y perduren cierto tiempo; pero si lo hizo por egoísmo, sin unión con Dios, no le sirve para la vida eterna. Mientras que un trabajo sencillo, como puede ser barrer o lavar, si se hace con sentido de la presencia de Dios o por amor al prójimo, tendrá un valor que perdurará por toda la eternidad.
Para expresar esto Jesús, lo hace con el ejemplo de la vid y los sarmientos, que son las ramas que sostienen los racimos de uvas. Podría haber puesto el ejemplo de cualquier árbol, que produce frutos. Habló de la vid porque era frecuente en Palestina y para muchos era un símbolo nacional. Igual que una rama, si está unida al tronco, da frutos, que pueden ser en abundancia, mientras que si está separada del tronco, no puede dar frutos, nos pasa a nosotros, si estamos unidos o no con Jesucristo.
Cuando hablamos de unión con Jesucristo, en primer lugar nos referimos a la unión fundamental y necesaria, que es el vivir en gracia o sea sin pecado; pero también hablamos del progreso de esta unión, porque es una vida que debe estar en continuo movimiento y progreso. Lo primero y elemental es estar unidos por la gracia. Llamamos “Gracia” a un don especial que Dios nos da porque nos ama. Nosotros lo recibimos en el Bautismo. No tratamos ahora de aquellos que no han podido conocer a Jesús y pueden tener un deseo de bautismo que va incluido en una vida honesta y justa.
Lo hermoso y al mismo tiempo terrible es que Dios nos quiere tanto que nos da la libertad para que cooperando con esa gracia que nos da, podamos merecer un premio. Y digo que es terrible porque muchos usan esa libertad para separarse de Dios. Muchos rechazan la amistad que Dios nos ofrece y, por la soberbia y el egoísmo, rompen la unión que debemos tener con Jesucristo. Esto es el pecado.
Por eso no nos tenemos que conformar con estar unidos con sólo lo elemental. Para evitar caer en pecado, y sobre todo por amor a Dios, debemos progresar cada vez más en esa unión. A veces hacemos la renovación de las promesas del Bautismo. Es como hacer una revisión para ver si estamos en gracia y recibir un nuevo impulso. Pero Jesús nos dejó instrumentos concretos para crecer en su unión. Los sacramentos son la ayuda especial de Jesús, sobre todo la Eucaristía. En ningún momento podemos estar mejor unidos con Jesucristo. Pero también la Eucaristía puede recibirse de forma indigna, si lo hacemos con distracción o por costumbre. Por eso debemos estar preparados por una unión afectiva o del corazón. Y ésta sí que hace las diferencias entre los cristianos. Vemos a dos personas rezar lo mismo: una puede estar unida a Jesucristo en lo más íntimo del alma, mientras que otra apenas roza el corazón.
Hoy también habla el evangelio sobre la oración de petición. Dice que conseguirá todo aquel que reza “unido con Jesús”. ¿Con qué cara va a pedir algo a Jesús aquel que está separado de El por el pecado? Lo primero que debemos pedir, con humildad, es la fuerza y la gracia para evitar el pecado, para estar unido a Jesucristo. Por eso debemos pedir el amor y orar con mucho amor. El amor une y el odio separa.
El ejemplo de la vid y los sarmientos no sólo debemos tomarlo en sentido de cada persona individual. Ya en el Ant. Testamento, especialmente en los profetas, se hablaba del pueblo de Dios, que por no estar unido a Dios en el amor y el cumplimiento de sus mandamientos, en vez de dar frutos buenos, los daba podridos o amargos. Por eso debían convertirse a Dios. En este día pidamos que nuestros frutos sean buenos, que lo serán, si procuramos aumentar continuamente nuestra unión con Dios.


viernes, 8 de mayo de 2015

Domingo 6º de Pascua B-2015: Jn 15, 9-17


Estas son palabras que Jesús pronunció en su despedida de la Ultima Cena; pero que seguramente repetiría en aquellas apariciones poco antes de su Ascensión, que celebraremos el próximo domingo. El domingo anterior nos hablaba Jesús de la unión íntima que debemos tener con El, como hay entre la vid y los sarmientos. Hoy nos explica en qué consiste esa unión: en el amor. Un amor que procede de la esencia misma de Dios. San Juan hoy en la segunda lectura nos dice que “Dios es amor”. Esa es su esencia: el Padre que entrega su naturaleza amorosa al Hijo, y el Padre y el Hijo al Espíritu, formando la más íntima unidad de amor. Si el Padre fuera egoísta y dijera: toda la naturaleza divina para mí... se destruiría Dios, lo cual no puede ser.
De este amor procede el ideal humano. El amor íntimo de la Santísima Trinidad no lo vemos; pero lo experimentamos en muchas circunstancias. Lo primero: lo que nos dice también hoy san Juan en su carta (I Jn 4, 9): “El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El”. Para el mundo sería una locura que un padre entregue a su hijo para salvar a unos extraños y hasta enemigos. Y Jesús, que es el Hijo de Dios que se hizo hombre, es nuestro ejemplo e ideal de amor. El “pasó haciendo el bien” y nos amó hasta dar su vida en la cruz para salvarnos, siendo como somos pecadores. Nos amó hasta el fin.
Así cumplía el mandamiento de su Padre o su Voluntad. Como, además de Dios, era hombre, no le fue fácil: Hasta “con lágrimas” pedía que pudiera pasar ese “cáliz de amargura”. Pero se arrojaba en las manos de su Padre, que nos ama y veía que es la mejor manera de salvarnos. Con ese amor nos dice Jesús que tenemos que amarnos.
Es su mandamiento por excelencia. Como hay quienes dicen que el amar no se puede mandar, podemos llamarlo: recomendación. Es el principal deseo de Jesús para nosotros, porque es lo que nos dará la verdadera libertad y alegría. El mundo está envuelto en violencia, odios y egoísmo. El amor es el lenguaje de la Iglesia y de los cristianos. El amor es el estilo y el espíritu de la nueva alianza que Dios ha querido pactar con la humanidad. En el Ant. Testamento se hablaba más de sumisión a Dios. Ahora Jesús nos habla de relación amigable con Dios y fraterna entre nosotros.
 En este amor permaneceremos, si guardamos sus mandamientos. No se trata por lo tanto de un amor etéreo o abstracto, sino real y expresado en obras: “Obras son amores y no buenas razones”. No se trata de un amor vacío y de solos sentimientos y buenas intenciones, sino sustentado por buenas acciones hacia los demás. Es tan fundamental el amor entre los cristianos, que en esto “conocerán que somos discípulos de Jesús”. Y será la materia principal de la que seremos juzgados el día final.
El amor nos hace felices. Hoy nos dice Jesús que, si permanecemos unidos a El por el amor y permanecemos unidos entre nosotros, “el gozo será pleno”. Dios no quiere de una manera directa el dolor ni la tristeza. Si Jesús tuvo que pasar por ratos tan amargos fue por culpa de nuestros pecados, pero el final sería la resurrección. A veces para salvar a un hermano o por diversas circunstancias de la vida tendremos dolores y sufrimientos. Pero también los tienen los que viven metidos en el odio. Normalmente el ambiente del que ama es el de la paz y la alegría. Eso sin pensar en la alegría total y definitiva del premio que Dios le dará para siempre. Y la alegría principal es el saberse hijo de Dios Padre y amigo de Jesús. El amor es lo que nos da plenitud. Decía el concilio vaticano II: “El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”. El amor libera, el odio esclaviza.

Termina hoy Jesús diciendo que, si estamos unidos a El por el amor, podremos  conseguir todo lo que pidamos en la oración. Esto es así, porque, si estamos unidos a Jesús, lo que pidamos será siempre lo que mejor nos convenga, según la voluntad de Dios. Y el fruto de nuestro apostolado será maravilloso.