Todo ser humano
debe comprender que existe un Dios creador. Sin la fe en Dios, el mundo sería
absurdo, no tendría sentido. Pero Dios no es ni tirano ni ajeno a nuestros planes
y necesidades. Por eso se escogió una nación para ir revelando la esencia de su
ser de amor. La
Sagrada Escritura habla constantemente del gran amor de Dios
a nosotros, que es una expresión de la unión íntima e infinita de amor entre
las personas de la
Stma. Trinidad. Mostraba su amor hacia su pueblo con ideas de
amor sacadas del noviazgo y matrimonio. Pero ese pueblo, en general, le
rechazó. Y Dios Padre envió a su Hijo para salvarnos. Jesús nos fue desvelando
el gran misterio de amor en Dios. Él con su Padre son una misma cosa. Y después
de cumplir su misión, envió el Espíritu Santo, Dios Consolador, que con sus
gracias y dones fructifica a la
Iglesia.
Cuando iba a subir
al cielo, Jesús envió a sus apóstoles a bautizar por todo el mundo “en el
nombre del Padre y del Hijo y del Esp. Santo”. Es la expresión del amor, que es
la esencia principal de Dios. Nunca podremos en esta vida comprender los
misterios de la esencia de Dios; pero algo atisbamos al saber que es amor.
Porque el amor une; y el amor infinito une infinitamente. Dios no es un dios
solitario, sino que es un Dios-familia. Son tres personas por donde circula la
más entrañable corriente de amor. Por eso nosotros imitaremos más a Dios cuanto
más nos sintamos unidos en comunidad, en familia o en pueblo. El amor es lo más
importante en nuestra religión.
Este es un
descubrimiento que debemos ir haciendo. De hecho en la liturgia siempre nos
dirigimos a alguna de las tres Divinas Personas; la mayor parte de las veces al
Padre, a quien llamamos “Señor”, como al Espíritu Santo, a diferencia de Jesús
a quien llamamos “Cristo”. Que cada vez que nos persignemos, nombrando a las
tres Divinas Personas, agradezcamos su gran amor hacia nosotros, y procuremos
dar a conocer ese inmenso amor con nuestra vida de caridad, “porque todo el que
ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor”. No somos llamados
para seres individualistas, sino a formar parte de una comunidad. Y siempre
glorifiquemos a Dios Padre, que nos ha creado, a Jesucristo, que nos ha
redimido y nos espera en el cielo, y al Espíritu Santo, que vive en nosotros
para darnos la paz y alegría cristiana.