Celebramos hoy a san José, el hombre que
más cerca estuvo de Jesucristo, y de la Virgen María haciendo las veces de padre en la
tierra del Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nos habla el evangelio del anuncio
que hace Dios a san José para que admita como esposa a María y se haga cargo de
su hijo como si fuese hijo propio.
Tuvo que ser
tremendo para san José el darse cuenta de que María iba a ser madre. Quizá
fuese cuando María volvió de visitar a su prima Isabel. Quizá se enteró por las
habladurías de la gente y hasta quizá fue cuando alguien le felicitó por ello.
Resulta que entre los judíos existían unas leyes, para nosotros extrañas, leyes
casi sólo tenidas por la costumbre, sobre el momento del matrimonio: una cosa
era el contrato y otra la cohabitación. Entre estos dos momentos solían pasar
unos cuantos meses. Parece ser que José y María habían hecho el contrato. Por
eso se dice en la
Anunciación que María estaba desposada con José. Pero parece
que aún no cohabitaban pues hoy al final del evangelio dice que “José se llevó
a María a su casa”. También por ello pudo estar María tres meses con su prima
Isabel.
El caso es que
durante esos meses se llamaban esposos, pero era mal visto que pudieran ya
esperar un hijo, aunque en realidad era aceptado. De tal manera que si alguno
tenía una relación carnal con otra persona, se consideraba ya un adulterio. San
José sabía que él no había tenido parte en esa paternidad; pero también sabía
de la santidad de María. Por eso tuvo que ser grande su angustia. ¿Qué hacer?
La podía acusar como adúltera; pero san José era “bueno”, como dice el
evangelio. Algunas veces se traduce como “justo”; pero esta palabra puede tener
dos sentidos. Si se trata de una justicia, como la señalada por las leyes de
los judíos, debía acusarla; pero Jesús nos enseñó otra clase de justicia, que
llamamos santidad. Por ella uno debe tender a hacer el bien. Por eso san José
pensó sacrificarse él mismo y prefirió dejarla y marcharse lejos, abandonado en
las manos de Dios.
Alguno pensará que
porqué no hablaron y por qué María no explicó todo como le había dicho el
ángel. Esto es muy difícil explicarlo y mucho más difícil creerlo, si no hay
una intervención de Dios. Por eso Dios intervino y le anunció a José todo lo
que había sucedido. El evangelio habla de un “sueño”. Es una forma bíblica para
expresar que hubo una manifestación extraordinaria de Dios. De alguna manera
fue un ángel o mensajero de Dios. No sólo le explica lo que ha sucedido con
María, sino que le da a José un encargo muy especial: el poner el nombre al
niño. En lenguaje bíblico quería decir que fuese responsable del niño como si
fuese su padre. Poner el nombre era aceptar que se responsabilizaba de la
educación y crianza de aquel niño. El nombre que debía ponerle era “Jesús”, que
significa salvador. Pero no salvador del poder de los enemigos externos, sino
salvador de los pecados, para darnos su gracia.
Hoy san José nos da
un ejemplo magnífico de entrega en las manos de Dios. Se fía de Dios. Y cuando
uno se fía de Dios, pueden venir muchas dificultades, que serán purificadoras;
pero al final brilla la luz. No fue todo fácil en la vida de san José para
hacer de padre de Jesús: el tener que dejar su tranquilidad de Nazaret para el
nacimiento de Jesús, la huida a Egipto, el volver a comenzar el trabajo, la
oscuridad de la fe para comprender a Jesús al quedarse en el templo y en la
vida ordinaria. Pero san José es el hombre que más cerca ha estado de Jesús y
eso le reportaría un sin fin de gracias. Hoy san José sigue estando junto a
Jesús en el cielo y, como decía santa Teresa, no puede haber cosa que desee y
que le niegue Jesús. Por eso debemos invocarle con mucha fe para nosotros
mismos, para la unión en las familias, para el bien de la Iglesia y para que todos
podamos tener, como él, una santa muerte en los brazos de Jesús y de
María. Pongamos nuestros trabajos en las
manos de Dios, como san José, y un día podremos gozar para siempre de su
compañía.
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