viernes, 20 de marzo de 2015

5ª semana de Cuaresma. Domingo B-2015: Jn 7, 40-53

              
Era el día de la entrada triunfal en Jerusalén. Entre la multitud había unos griegos. Quizá eran una especie de turistas o quizá eran buscadores del bien y de las cosas de Dios. Y quieren “ver a Jesús”. De hecho ya le veían y sabían dónde estaba; pero ellos quieren conocerle más personalmente y por eso piden una audiencia. Felipe y Andrés hacen de intermediarios y les introducen donde Jesús. La primera enseñanza que nos dan aquellos griegos es el deseo de “ver a Jesús”. A veces hay deseos de ver a Jesús por curiosidad. Hay otros deseos malsanos, como el joven drogadicto que busca la salvación por medio de la droga o quien vende su cuerpo por un poco de dinero. Otros deseos son normales, como el desocupado que busca trabajo. Nosotros debemos saber transformar los deseos normales, que son de felicidad pasajera, por la definitiva que nos dará el conocer personalmente a Jesús. Nosotros debemos mostrar el verdadero rostro de Jesús. Para ello debemos vivir lo más posible en unión con Jesús y ser testimonio de su amor con nuestro modo de vivir cada día.
Jesús les hablaría a aquellos griegos de muchas cosas de manera sencilla; pero el evangelista hoy nos narra los mensajes más grandiosos de Jesús en aquellos momentos, mensajes importantes para la primitiva iglesia y mensajes que hoy nos trae la Iglesia a nuestra consideración en las vísperas de la Semana Santa y Glorificación.
Jesús nos descubre el éxito de la fecundidad espiritual y apostólica, que es el resumen del significado de su misma vida. Jesús estaba viendo que muchas de aquellas aclamaciones de la gente se iban a convertir en terrible clamor de condena. Y Jesús sufría una especie de agonía. Ya está sufriendo, pero comprende que eso es la voluntad de su Padre celestial, porque es lo mejor para nosotros. Pero su muerte es para dar vida, la muerte terminará en resurrección. Y pone el ejemplo del grano de trigo. Si no penetra en la tierra y se pudre, no puede germinar y dar fruto. Así es nuestra vida: muriendo se da vida. A veces se puede entender de morir corporalmente; pero sobre todo se trata de morir a las pasiones, a los deseos de triunfo mundano, a todo lo que es egoísmo. Muriendo así, obtendremos vida para nosotros y para los demás en las labores apostólicas. Muchas veces nos llegará la cruz y el sufrimiento. Sólo cuando lo abracemos con el amor de Cristo, veremos el sentido de ese dolor.
Hay muchas situaciones en la vida en que podemos ir muriendo un poco a nosotros: Puede ser en el matrimonio, el saber ceder a algún capricho o idea, es cuando evitamos criticar a los demás, o cuando vamos a celebrar la Eucaristía aunque no tengamos ganas. Porque el morir al egoísmo, claro que cuesta; pero en ese morir está la verdadera vida, que lo experimentaremos aquí y sobre todo en la vida futura.
Jesús era un verdadero hombre y por eso, cuando preveía su muerte y todo lo que le venía con la pasión, sufría terriblemente. Hoy se nos expone como una especie de agonía. De tal manera siente la muerte que está dispuesto a pedir a su Padre celestial que le libre de ella. Algo así como haría en el huerto de Getsemaní. Hasta con lágrimas y gritos, nos dice hoy la segunda lectura, que pedía ser librado de la muerte. Pero se arroja en los brazos del Padre. Este abandono en el amor del Padre es donación libre y por eso es fecundo de vida. Por eso en esta humillación suprema de su pasión y muerte es cuando llega el culmen de su glorificación, que es glorificación de Dios.

Este es el ideal grandioso de la vida de Jesús, la glorificación del Padre. Y el gran deseo y obsesión de su vida es “hacer la voluntad del Padre”. Esto es lo que nos enseñó a pedir como algo principal en el Padrenuestro: glorificar al Padre y hacer en todo su voluntad. Hacer la voluntad de Dios es lo mismo que seguir a Jesús. Este debe ser nuestro ideal de cristianos. Pero para seguirle debemos conocerle bien, no sólo por lo que nos dice el evangelio, sino intimando con Él, como hacían los apóstoles, viendo a Jesús con la fe y con la apertura del corazón.

UNA PERIODISTA CHINA FRENTE A LA CONTAMINACION

Uno de cada cuatro ciudadanos chinos ha visto el documental “Bajo la cúpula” (ver abajo, subtitulado). Su autora, la periodista Chai Jing, muestra con realismo el alcance de la contaminación en el país, una consecuencia no prevista del espectacular crecimiento económico de los últimos años.


Los datos, alarmantes, hubieran provocado una emergencia sanitaria en cualquier otra nación desarrollada. Pero a los sufridos chinos solo les queda recurrir a las mascarillas, contener la respiración y aguantarse, confiando en no extraviarse sumergidos en el smog que invade tantas ciudades. Pero llega un momento en que alguien dice ¡basta! Lo ha hecho Chai Jing. Y al poner el dedo en la llaga, ha causado una desazón que nadie, tampoco el gobierno, puede ignorar. Es lo propio del buen periodismo: llamar la atención sobre los problemas y estimular el correspondiente debate para intentar resolverlos.
Chai Jing ha analizado con rigor y sobriedad las causas de la contaminación y sus efectos en la salud de las personas. Y, más allá de lo puramente técnico, se sintió obligada a abordar la dimensión ética y política del fenómeno: la ideología, propugnada por el gobierno durante los últimos decenios, del crecimiento económico a toda costa y que ha traído consigo una auténtica catástrofe medioambiental.

Censura y descalificación

La rápida difusión de la contundente denuncia de Chai levantó la sospecha de que la autora contaba con apoyo en círculos oficiales. Solo así se explicaría que el Diario del Pueblo, órgano de expresión del gobierno, difundiera el documental a través de su página web. Pero ese presunto visto bueno oficial dio paso enseguida a la reacción previsible en un régimen tan poco amigo de la libertad como el chino: censura y descalificación.
Desde el gobierno se puso en marcha una campaña en Internet para desacreditar a la autora. Por ejemplo, se sugirió que la CIA había financiado la producción del documental como parte de una estrategia del gobierno estadounidense de provocar una revolución en China. Se trata de un recurso clásico de los regímenes despóticos: atribuir la responsabilidad de los males internos a maquinaciones de potencias extranjeras hostiles. Desde Goebbels sabemos que, cuanto más burdas, más eficaces pueden ser las mentiras.
Pero resulta que, aunque el ejecutivo chino haya desplegado un aparato de control único en el mundo (dispone de una policía específica para Internet y ha montado un sistema de denuncias recompensadas con dinero), ni siquiera él puede acallar todas las voces. En la red se multiplican las muestras de apoyo a Chai Jing y las críticas al gobierno.

Congreso del Pueblo bajo el “smog”

Casualmente, la difusión del documental y el consiguiente revuelo tuvieron lugar justo antes de la celebración del Congreso del Pueblo. El día de su apertura, 5 de marzo, lucía en Beijing un sol espléndido, pero al día siguiente la ciudad recuperó su fisonomía habitual, es decir, alarma debida al elevado smog (en ese día, 300 microgramos de partículas en suspensión por metro cúbico, diez veces el umbral establecido por la OMS como peligroso para la salud). Todo invitaba a que la asamblea se ocupara de la problemática medioambiental, pero el asunto no se consideró digno de figurar en el orden del día.
El nuevo ministro chino de Medio Ambiente, Chen Jining, omitió durante la celebración del Congreso toda alusión al documental, a pesar de que una semana antes lo había elogiado públicamente. Tampoco lo mencionó en su rueda de prensa –los periodistas “sabían” lo que debían preguntar–. El ministro no dijo nada concreto en relación con la lucha contra el smog y se perdió en generalidades. Eso sí, anunció una serie de nuevas medidas para la protección del medio ambiente, junto con la firme determinación de hacerlas respetar sin contemplaciones.
A pesar de la cortina de silencio oficial, el documental de Chai Jing ha forzado una significativa toma de posición por parte del líder del Partido Comunista y hombre fuerte de China. En efecto, Xi Jinping anunció en el Congreso que la lucha contra la contaminación se situaba junto con la lucha contra la corrupción como el objetivo prioritario del gobierno, que actuará con mano dura contra todo el que contamine.

Periodista y madre preocupada

Chai Jing ha conseguido más de cuanto podía imaginar cuando se lanzó sin respaldo alguno a ese proyecto. Motivación no le faltaba casi desde la cuna, pues nació en 1976 en Linfen, una localidad minera con graves problemas de contaminación. En 1995 comenzó su carrera periodística en la emisora de radio de Hunan. Una vez terminados los estudios de periodismo, se incorporó en 2001 a la televisión estatal CCTV.
Se ha dedicado básicamente al periodismo de investigación en temas medioambientales y de salud. Sus trabajos le han merecido diversos premios y distinciones. Por ejemplo, en 2010 fue elegida como una de las diez mejores presentadoras de China. De su autobiografía se ha vendido más de un millón de ejemplares, todo un hito editorial.
Cuando todo parecía sonreírle, Chai Jing renunció a su trabajo en la televisión para centrarse en la atención de su hija, nacida con un tumor y necesitada de cuidados especiales. Fue precisamente la posibilidad de que la contaminación estuviera en la raíz de su enfermedad lo que movió a Chai Jing a realizar el documental. Pudo financiar un año de investigación con los ingresos obtenidos por la venta de su libro. Aunque se trata de un proyecto independiente, la periodista no ha estado sola: ha contado con la ayuda de la productora Fan Ming, experta también en temas medioambientales.
El gobierno chino ha conseguido mantener hasta ahora un control férreo de la opinión pública, incluidas también las redes sociales. En ese contexto tan enrarecido, reconforta encontrarse con casos como el de esta periodista: una persona suficientemente motivada y decidida puede cuestionar con éxito la política del Estado más fuerte.
La combinación de madre que lucha por la salud de su hija y de periodista de raza ha dado como resultado un tipo humano capaz de poner en aprietos al mismísimo gobierno de China.
Alejandro Navas es 
profesor de Sociología de la Universidad de Navarra.

miércoles, 18 de marzo de 2015

1ª semana de Cuaresma. Domingo B-2015: Mc 1, 12-15


 Todos los años en el primer domingo de Cuaresma el evangelio nos habla de las tentaciones de Jesús en el desierto cuando se estaba preparando para su predicación. Eran como una especie de ejercicios espirituales preparatorios. Allí sufrió tentaciones por parte de Satanás; pero este año, en el ciclo B, el evangelista Marcos no nos dice qué clase de tentaciones tuvo. Por lo que nos da a entender en su vida, vemos que básicamente sería el deseo de vivir una vida cómoda huyendo del camino de la cruz.
Comienza el evangelio de hoy diciendo que “el Espíritu le empujó hacia el desierto”. Hay momentos en nuestra vida que el Espíritu nos impulsa a hacer algo extraordinario por nuestra salvación y por el bien de los demás. Pueden ser ejercicios espirituales o un cursillo de cristiandad u otra clase de encuentros cristianos. Lo de Jesús fueron unos ejercicios espirituales de 40 días. Yo una vez hice en mi vida ejercicios espirituales de 4 semanas. Puedo decir que es lo más imponente que he hecho en toda mi vida. Algo de esto es lo que la Iglesia quiere que sea la Cuaresma: una especie de pequeños ejercicios espirituales de 40 días. Por lo menos que hagamos, si puede ser cada día, algo especial que no solemos hacer en otros tiempos.
Jesús va al “Desierto”. No es solamente un lugar, sino una situación ante el Señor. Ciertamente que es un paraje solitario y silencioso; pero es sobre todo lo opuesto al ruido y algarabía del mundo, y también al consumismo, a la molicie, a la vida fácil y placentera. La palabra “desierto” era muy evocadora en el ámbito judío. Era el lugar del encuentro con Dios, evocando las figuras de Moisés, Elías y otros profetas que se preparaban en el desierto para el encuentro con Dios. Así se preparó el pueblo judío durante los 40 años de peregrinaje. El desierto es como un símbolo de la vida espiritual que es desprendimiento de todo lo superfluo, invitación a la austeridad y triunfo de lo esencial. Es el lugar de la prueba y de la purificación; pero es sobre todo el lugar más apto para el encuentro personal del alma con el Señor.
No todo es fácil, porque hay tentaciones. Las tentaciones o pruebas no son malas. Es necesario que haya para que el espíritu esté más pronto en el caminar hacia Dios. Si todo fuera fácil, amaríamos menos a Dios. Las dificultades son buenas, si las sabemos superar con la ayuda de Dios. El demonio no tiene necesidad de atacar a los suyos. Por eso, si no tenemos tentaciones, puede ser porque seamos de los suyos. Pero, si nos ataca y le hacemos frente, nada puede contra nosotros. Jesús sintió estas tentaciones como ejemplo para nosotros, para darnos fuerza en muchos momentos.
Termina el evangelio de hoy con el tema principal de las primeras predicaciones de Jesús. Dos cosas nos dice que debemos hacer, especialmente en la Cuaresma: convertirnos y creer en el Evangelio. Es necesaria la conversión porque ha llegado el Reino de Dios. Y con el Reino, la salvación. Si Dios viene a nosotros, hay que acogerle para participar en la Buena Nueva. Por eso hay que convertirse. Todos lo necesitamos. La primera conversión es creerse pecador. Lo contrario sería una tentación, que no nos dejaría cambiar hacia Dios. Convertirse es volverse hacia Dios de una manera incondi- cional, es cambiar la mentalidad para poder cambiar el camino, el rumbo de la vida.

Para ello debemos creer en el Evangelio. Por eso un deseo en estos días debe ser el estar atentos a la palabra de Dios, según nos lo va explicando la Iglesia. No se trata sólo de renunciar al pecado, sino de orientar nuestra vida según los criterios del evangelio. Criterios que serán diferentes de lo que nos da el ambiente mundano con sus hábitos de vida cómoda y egoísta. Lo importante es el amor; pero no olvidemos que somos muy humanos y necesitamos acciones externas. La Iglesia el miércoles de ceniza nos señalaba tres tradicionales: el ayuno, la oración y la limosna. No es fácil determinar acciones concretas para todos. Cada uno, según el espíritu que Dios le da, determine lo que quiere dar a Dios de renuncia, de oración y de ayuda fraternal. 

Fiesta de san José, 19 de Marzo-2015: Mt 1, 16.18-21.24ª

                 
       
 Celebramos hoy a san José, el hombre que más cerca estuvo de Jesucristo, y de la Virgen María haciendo las veces de padre en la tierra del Hijo de Dios hecho hombre. Hoy nos habla el evangelio del anuncio que hace Dios a san José para que admita como esposa a María y se haga cargo de su hijo como si fuese hijo propio.
Tuvo que ser tremendo para san José el darse cuenta de que María iba a ser madre. Quizá fuese cuando María volvió de visitar a su prima Isabel. Quizá se enteró por las habladurías de la gente y hasta quizá fue cuando alguien le felicitó por ello. Resulta que entre los judíos existían unas leyes, para nosotros extrañas, leyes casi sólo tenidas por la costumbre, sobre el momento del matrimonio: una cosa era el contrato y otra la cohabitación. Entre estos dos momentos solían pasar unos cuantos meses. Parece ser que José y María habían hecho el contrato. Por eso se dice en la Anunciación que María estaba desposada con José. Pero parece que aún no cohabitaban pues hoy al final del evangelio dice que “José se llevó a María a su casa”. También por ello pudo estar María tres meses con su prima Isabel.
El caso es que durante esos meses se llamaban esposos, pero era mal visto que pudieran ya esperar un hijo, aunque en realidad era aceptado. De tal manera que si alguno tenía una relación carnal con otra persona, se consideraba ya un adulterio. San José sabía que él no había tenido parte en esa paternidad; pero también sabía de la santidad de María. Por eso tuvo que ser grande su angustia. ¿Qué hacer? La podía acusar como adúltera; pero san José era “bueno”, como dice el evangelio. Algunas veces se traduce como “justo”; pero esta palabra puede tener dos sentidos. Si se trata de una justicia, como la señalada por las leyes de los judíos, debía acusarla; pero Jesús nos enseñó otra clase de justicia, que llamamos santidad. Por ella uno debe tender a hacer el bien. Por eso san José pensó sacrificarse él mismo y prefirió dejarla y marcharse lejos, abandonado en las manos de Dios.
Alguno pensará que porqué no hablaron y por qué María no explicó todo como le había dicho el ángel. Esto es muy difícil explicarlo y mucho más difícil creerlo, si no hay una intervención de Dios. Por eso Dios intervino y le anunció a José todo lo que había sucedido. El evangelio habla de un “sueño”. Es una forma bíblica para expresar que hubo una manifestación extraordinaria de Dios. De alguna manera fue un ángel o mensajero de Dios. No sólo le explica lo que ha sucedido con María, sino que le da a José un encargo muy especial: el poner el nombre al niño. En lenguaje bíblico quería decir que fuese responsable del niño como si fuese su padre. Poner el nombre era aceptar que se responsabilizaba de la educación y crianza de aquel niño. El nombre que debía ponerle era “Jesús”, que significa salvador. Pero no salvador del poder de los enemigos externos, sino salvador de los pecados, para darnos su gracia.

Hoy san José nos da un ejemplo magnífico de entrega en las manos de Dios. Se fía de Dios. Y cuando uno se fía de Dios, pueden venir muchas dificultades, que serán purificadoras; pero al final brilla la luz. No fue todo fácil en la vida de san José para hacer de padre de Jesús: el tener que dejar su tranquilidad de Nazaret para el nacimiento de Jesús, la huida a Egipto, el volver a comenzar el trabajo, la oscuridad de la fe para comprender a Jesús al quedarse en el templo y en la vida ordinaria. Pero san José es el hombre que más cerca ha estado de Jesús y eso le reportaría un sin fin de gracias. Hoy san José sigue estando junto a Jesús en el cielo y, como decía santa Teresa, no puede haber cosa que desee y que le niegue Jesús. Por eso debemos invocarle con mucha fe para nosotros mismos, para la unión en las familias, para el bien de la Iglesia y para que todos podamos tener, como él, una santa muerte en los brazos de Jesús y de María.  Pongamos nuestros trabajos en las manos de Dios, como san José, y un día podremos gozar para siempre de su compañía.

viernes, 13 de marzo de 2015

4ª semana de Cuaresma. Domingo B-2015: Jn 3, 14-21

                     
Nicodemo era un buen fariseo. Procuraba cumplir todas las leyes, pero también buscaba la verdad. Por eso quiso hablar a solas con Jesús. Lo hizo de noche, quizá porque no estaba de acuerdo con sus compañeros. El hecho es que el evangelista Juan nos narra lo principal de esta conversación. Comienza Nicodemo por llamar “Rabí” a Jesús. Es la idea que tenía de Él: un maestro de la ley, que explica la ley, aunque de forma más sublime. Pero Jesús le dirá que es intermediario de Dios para una nueva vida que Dios nos quiere dar. Para recibir esa vida hay que nacer de nuevo, lo que se realiza en el bautismo. Y terminará la conversación con las primeras palabras del evangelio de este día. Él, Jesús, que se hace llamar “el hijo del hombre”, tiene que ser levantado en alto, para que todos los que le miren con fe tengan la vida eterna.
Y pone Jesús el ejemplo de la serpiente de bronce que Moisés había levantado en el desierto. Resulta que, debido a los pecados de los israelitas, en el desierto salieron unas serpientes que con sus mordeduras ocasionaban la muerte a muchos. Entonces Moisés oró al Señor y se le reveló que hiciera una serpiente de bronce, para que puesta en alto librara de las mordeduras a todos los que la miraran. Claro que no era la imagen la que curaba, sino era la fe puesta en Dios, en su grandeza y misericordia, que se veía reflejada en esa imagen, siguiendo el parecer popular de pueblos vecinos. Jesús nos enseña que la cruz es la expresión más grandiosa del amor de Dios y que todo el que mire a Jesús en la cruz con amor y con el deseo y la realidad de seguirle en sus enseñanzas, obtendrá la vida eterna, que no es sólo una promesa de felicidad futura, sino que es la expresión de la verdadera felicidad que Dios quiere para todos.
Y, al terminar ese diálogo, en el versículo 16, según todos los entendidos, es el evangelista quien hace una reflexión, inspirada por Dios, en que expresa la verdad más importante de toda la Biblia: Dios nos ama, y tanto, tanto, que entrega a su Hijo para que el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Toda la historia de Dios con el ser humano es una historia de amor: la creación con la vida material, la redención por medio de Jesús y el perdón, todos los sacramentos que nos ayudan a tener, conservar y aumentar la vida eterna. Dios no quiere la muerte, sino la vida y la alegría. Nosotros, con la libertad dada por Dios, somos los que escogemos a veces la muerte. Dios tiene para todos un proyecto de salvación por medio de Jesucristo.
La cruz no se opone a la alegría, que es compatible con la mortificación y el dolor. En esta vida en que estamos rodeados de pecados, tiene que haber mortificación y dolor para poder salir de ellos y así caminar en la verdadera alegría. A veces es Dios mismo quien, como un buen padre, nos pone las cosas duras para que podamos salir del mal. Como pasaba en el pueblo de Israel, cuando fueron al destierro por sus pecados, como nos narra la primera lectura. Ellos clamaron a Dios, como nos dice el salmo de hoy, y fueron liberados por medio del rey Ciro. Así pasa en nuestra vida. Sin embargo la parte más dura la quiso llevar el mismo Dios, hecho hombre. Jesús fue a la cruz para que pudiéramos tener fuerzas para podernos librar de nuestros males.

Por eso es tan importante mirar a la cruz. Mirar con fe y con amor. Mirar para seguir las huellas de Jesús. Este tiempo de Cuaresma es más apto para esperar en la misericordia de Dios a través de su acción en Cristo Jesús que lo expresaremos más en la próxima Semana Santa. Todo ello terminará en la gloria de la resurrección. Porque Dios nos ha hecho para la alegría. La tecnología moderna aumenta las ocasiones de placer; pero no es lo mismo que alegría. Muchas veces el dinero y los placeres materiales están juntos con la tristeza y la aflicción. La alegría viene del saberse amado por Dios y a la vez amar a Dios. Ese amor se debe traducir en obras buenas, de misericordia, donde la paz de Dios muchas veces abundará en medio de los sufrimientos por nosotros y por los demás, porque el Amor siempre engendra alegría. 

viernes, 6 de marzo de 2015

2ª semana de Cuaresma. Domingo B-2015: Mc 9, 2-10


Todos los años el segundo domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone para nuestra consideración el pasaje de la Transfiguración del Señor. Siempre ha tenido mucha importancia este pasaje en la enseñanza de la Iglesia: hay una fiesta especial y el papa Juan Pablo II hizo de él un misterio del rosario. En este segundo domingo de Cuaresma hay una enseñanza especial: que si hacemos penitencias para mejor seguir a Jesucristo, no es porque las penitencias y la muerte sean un destino final en nuestra vida, sino que todo eso, siguiendo el camino de Jesús, nos debe llevar a la vida, a la resurrección.
En este año, que es ciclo B, el evangelio es según Marcos. Este evangelista era una especie de secretario de san Pedro, y por lo tanto conocía el suceso de muy buena mano. Pero tenía, al narrarlo, una finalidad clara en momentos en que por Roma y otros lugares estaba encendida la persecución. Para aquellos que flaqueaban en la fe les decía que todos los sufrimientos padecidos por Jesucristo iban a tener un final feliz, porque iban a reunirse con Cristo resucitado. Esto también nos lo dice a nosotros.
Hacía unos días que Jesús les había dicho a los apóstoles que El, que se llamaba “el hijo del hombre”, como Mesías, iba a ser rechazado por los jefes de Jerusalén, sería muerto, pero al tercer día resucitaría. En esto último no se fijaban mucho. Les había impresionado lo de ser rechazado y muerto. No comprendían todavía que los planes de Dios no son como nuestros planes. Ellos pensaban que esa muerte temprana era como un fracaso en sus esperanzas para renovar la situación político-religiosa de Israel. Así debió pasar en el alma de Abraham (1ª lectura), cuando Dios le pidió el sacrificio de su hijo Isaac: todas sus esperanzas parecían fracasadas. Así pasa quizá en algunos momentos de nuestra vida: muerte de un ser querido, injusticias contra inocentes, catástrofes naturales... Encontramos preguntas angustiosas y porqués terribles, pues muchos se preguntan dónde está Dios. Y sin embargo Dios está junto a nosotros, dirigiendo la historia con amor maravilloso. La fe nos dice que ahí está Dios, que lo que quiere de nosotros es el abandono total en sus manos. Y quizá cuando menos lo esperamos viene la luz de la transfiguración. Dios se hace presente con mayores bendiciones, como lo hizo con Abraham, para realizar una mayor alianza de amor.
No sólo sabemos que aceptando la cruz y siguiendo a Jesús encontraremos un día la resurrección, sino que muchas veces Dios nos regala momentos felices de gran euforia o momentos de intensa paz. Es el comprender en la fe que Dios se interesa por nuestra vida y que nos ama. Por esto Dios entregó a su propio Hijo (2ª lectura): por nuestra salvación. Un poco de esto les quería enseñar Jesús a aquellos tres discípulos, que estaban más preparados para entenderlo. Un día le acompañarían también en las angustias de Getsemaní. Para esto les llevó a aquella montaña. Para ellos la montaña era un símbolo de acercarse más a Dios. Nosotros sabemos que no es necesario subir a un monte para encontrarse con Dios, sino entrar más dentro de nuestro ser. Es una invitación para una oración más intensa en este tiempo de cuaresma.
Los tres apóstoles estaban muy contentos. Tanto que Pedro dice: “¡Qué bien estamos aquí!” y querían quedarse allí. En nuestra vida también podemos caer en la tentación de querer tener la recompensa, sin haber hecho el trabajo necesario. En la vida de seguimiento al Señor se mezclan los días radiantes con las noches oscuras. En todos los momentos pongámonos siempre en las manos del Señor y sepamos escuchar a Jesús. Este es el mandato que les da a los tres el Padre celestial: estar siempre en continua escucha de la palabra y gestos de Jesús. Escuchar a Jesús es escuchar las enseñanzas de la Escritura y de la Iglesia. Por eso está reunido Jesús con Moisés y Elías, que representan la ley y los profetas. Y escuchar a Jesús es comprender que siguiendo su vida de entrega, de sacrificio por los demás hasta llegar a la cruz, llegaremos ciertamente a la verdadera vida de resurrección.


3ª semana de Cuaresma. Domingo B- 2015: Jn 2, 13-25

    



En los dos primeros domingos de Cuaresma la Iglesia nos ha propuesto el desierto y la montaña como lugares de oración. En éste, al hablar del templo, con más razón se nos dice que es lugar propio para la oración. Hoy vemos a Jesús en un aspecto inusual de violencia, cuando siempre se nos habla de Jesús manso y humilde. Alguno pregunta ¿porqué Jesús, tan bueno, se nos muestra airado? Pero podríamos preguntarlo de otra manera: ¿Cómo tendría que ser aquello tan malo para que el manso Jesús tenga que recurrir a la fuerza y la violencia, para así poder dejar claro su oposición al mal?
Para comprender lo que pasaba debemos conocer los hechos: Resulta que los israelitas, cuando llegaba la Pascua, solían ir en grandes multitudes al templo de Jerusalén, donde debían ofrecer un sacrificio de un animal, como expresión de culto y adoración al Dios, dueño del universo. El animal solía ser un cordero, o un buey para los ricos, o palomas para los pobres. Pero debía ser “puro”, no contaminado con ventas por pecadores, etc. Por todo ello los encargados del templo, jefes de los sacerdotes, habían montado un opulento negocio en los patios del templo. La gente prefería comprarlo allí, aunque fuese mucho más caro. Además lo tenían que comprar con las monedas del templo: otro gran negocio de los sacerdotes para hacer el cambio.
Así que cuando llegó Jesús al templo, lo menos que se encontró fue con un clima de oración. Todo eran gritos y discusiones por el cambio de moneda y la venta de los animales. Lleno de “celo por la casa de Dios” cogió unas cuerdas, que habrían servido para atar a unos animales, y con ellas comenzó a dar latigazos y derribar mesas con este mensaje: “ésta es casa de oración y no cueva de ladrones”. No era tanto por el hecho de las ventas, cuanto por la avaricia, las injusticias y robos a la gente sencilla que allí se hacían, especialmente por aquellos que debían llevar la gente hacia Dios.
El mal estaba en querer aprovecharse del culto a Dios para enriquecerse a sí mismos, y hacer que el culto, que debe llevar a la conversión del corazón, se convierta en un negocio. Ya sé que muchas veces gente de Iglesia hemos faltado más o menos en esto. Jesús nos invita a la conversión. A todos nos enseña Jesús que normalmente nuestra actuación debe ser por medio de la mansedumbre, aunque a veces puede ser buena una santa indignación. Lo difícil es guardar el punto medio, siempre tendiendo a la moderación. Pasa como en la educación de los padres para con los hijos: hay padres demasiado blandos y permisivos, y los hay demasiado coléricos, que llegan a perder la autoridad por ello. Lo difícil es saber estar en el punto medio y justo. Dios mismo a veces nos trata con dureza porque de otro modo no nos moveríamos hacia el bien.
Lo que hizo Jesús suele decirse que fue como un “gesto profético” o una parábola viviente. Nos enseñó algo importante por medio de gestos. Pero aquellos sacerdotes, que tenían sus intereses materiales, no se quedaron callados y le dijeron: ¿Por qué hacía  aquello? ¿Cuál era la señal de su autoridad? La señal más importante de toda la autoridad de Jesús sería su resurrección. Pero les habló con palabras enigmáticas. Ellos no pueden entenderlo; un día los apóstoles se acordarán y lo comprenderán todo.

Jesús veía lo que habían hecho del templo. Aquellos que lo habían declarado como el lugar exclusivo de oración, impiden que haya un verdadero encuentro con Dios. Jesús nos enseñará que, además del templo, a Dios se le puede encontrar en muchos sitios, especialmente dentro de nosotros. Nos dirá que el verdadero culto a Dios es hacer la voluntad de Dios, y, que al ser nuestro Padre, su voluntad será nuestro bien. No excluye las prácticas externas, que ciertamente nos ayudan, pero insiste más en la vida de intimidad con Dios y en la vida de amor. También nos dice que nuestro cuerpo es templo de Dios y que muchas veces lo profanamos. De ahí el respeto debido a todos, porque Dios habita dentro de nosotros y porque todo lo que hacemos a los demás, sobre todo a los más débiles, se lo hacemos al mismo Jesucristo.