16ª
semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 13, 24-43
El
evangelio de este día nos trae tres parábolas de Jesús para explicarnos lo que
es el Reino de Dios: el trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura en
la masa. Nos fijaremos especialmente en la primera porque es la más larga y
porque Jesús mismo la explicó. Es imposible tener un sembrado sin ninguna
maleza; mucho menos si ha venido un enemigo y ha sembrado allí hierva mala
(cizaña). En el mundo crecen juntos los buenos y los malos. En el tiempo de
Jesús había grupos como los fariseos y los esenios, que se tenían por justos y
procuraban vivir separados de los “injustos”.
En la Iglesia también se dan los
buenos cristianos junto con los menos cristianos, los tibios, los indiferentes
o los pecadores. La mayoría de la gente tiene parte de bueno y parte de malo, o
es gente que cambia: en momentos es mejor y en momentos es peor. Hay una
tendencia instintiva en catalogar, en etiquetar a la gente, y muchas veces se
divide la humanidad en buenos y malos. Pero la realidad no es así. Y lo que hoy
nos dice Jesús es que no tenemos derecho a juzgar a las personas, porque además
muchas veces nos equivocamos. Juzgamos con una autosuficiencia egoísta muy
grande. En los medios informativos encontramos mucha intolerancia: insultos,
descalificaciones. Y la mayoría de las veces se juzga por situaciones externas
ya pasadas, sin dejar a la persona la libertad de poder cambiar y ser de otra
manera.
Hoy
Jesús nos estimula a tener paciencia, nos invita a la esperanza, que no es
pasividad ni indiferencia. Hay que trabajar por el bien; pero con respeto a los
otros, que pueden cambiar. El ejemplo de esta paciencia está en Dios. A veces
en la Biblia ,
especialmente en algunos salmos, da la impresión de que Dios es impaciente y
hasta vengativo; pero en los pasajes más notables de la Escritura no es así:
Dios es clemente y misericordioso, lento a la ira y deseoso de perdonar. La Biblia es el libro de la
paciencia de Dios para con su pueblo: llama a todos y a todos acoge y perdona a
quien busca la conversión. La
Iglesia tiene como misión encarnar la paciencia de Jesús y
revelar el verdadero rostro del amor. Podemos recordar aquel suceso cuando
algunos discípulos le pedían a Jesús que mandase bajar fuego del cielo contra
una ciudad que no les quiso acoger. Jesús les tuvo que decir que no era ese su
espíritu ni el mensaje que les había ido enseñando. Jesús reprueba el
fundamentalismo religioso.
Hay
que recordar que la verdadera separación de buenos y malos se hará después de
la muerte. Dios es el único Juez, que juzgará con justicia y misericordia. Dios
quiere que todos se salven, y por eso espera pacientemente, porque todos tienen
alguna oportunidad de convertirse. Por eso nos rodea con su palabra, con el
ejemplo de los buenos y la oración de los consagrados. Por nuestra parte
debemos tener más tolerancia, que proviene del respeto a los otros para que
haya convivencia. Respeto no es indiferencia o pasar de todo. El respeto indica
proximidad para buscar un acuerdo.
El amor
y el bien deben desarrollarse con sencillez, pero con grandiosidad, como la
semilla pequeña o la levadura en la masa, para ir cambiando las estructuras de
la sociedad. La parábola de la mostaza nos indica que la grandeza no está en la
espectacularidad, sino en los pequeños actos de cada momento hechos con mucho
amor. A nuestro alrededor encontramos personas a quienes catalogamos como
peores que nosotros. ¿Conocemos su formación y sus sentimientos interiores? Por
nuestra parte nos corresponde el respeto y trabajar siempre por la verdad y con
mucha paciencia. Jesús nos da ejemplo de esta paciencia con los pecadores.
En su Pasión se reveló en todo su esplendor
esta paciencia, mostrándolo con su perdón: “Padre, perdónales porque no saben
lo que hacen”. Junto a la cruz había dos ladrones; pero uno mostró sus buenos
sentimientos y Jesús le acogió con todo el afecto de su corazón. Así quiere que
acojamos a todos con bondad y esperar que la misericordia de Dios sea grande
con ellos y con nosotros en el juicio final.
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