17ª
semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 13, 44-52
El
centro o tema principal de toda la predicación de Jesús es el “Reino de Dios”,
que es del otro mundo, pero ya comienza aquí y está entre nosotros. Es el
proyecto salvífico de Dios para con nosotros. Jesús tendrá que corregir ideas
materialistas sobre ese Reino, pues para
muchos era una restauración de la monarquía de David o una revancha de estilo
nacionalista. Tampoco es lo mismo que la Iglesia , aunque la Iglesia es el terreno privilegiado
donde el Reino se va edificando y es “el germen y principio del Reino”. Pero
éste está por encima de toda realización concreta y aun religiosa.
Hoy
en el evangelio consideramos algunas características del “Reino de Dios”, que
Jesús nos describe por medio de parábolas. Las dos primeras, la del tesoro y la
perla, vienen a decir lo mismo: El Reino de los cielos es algo muy precioso,
que suele estar escondido para la mayoría de la gente; pero que si se le
encuentra y se le consigue, es de tanto valor que nos llena el alma y nos da la
mayor felicidad.
En
esta vida encontramos por desgracia en muchas personas lo que se llama “una
crisis existencial”. Hay muchas comodidades, mucho progreso económico, mucha
diversión; pero hay muchas enfermedades psicológicas y muchos suicidios. Y
sucede que cuanto más avanzados o progresistas son los países, más suicidios
hay. Y entre los jóvenes se da mucha droga y mucho desencanto de la vida. Esto
es porque les parece que la vida no conduce a nada, que no vale la pena luchar
por nada, que todo es lo mismo y llegan a pensar que no hay que buscar nada
porque nada encontrarán.
Han
perdido el contacto con lo vital. Pero el corazón humano tiene mayores
exigencias que el solo “ir tirando”. Desde lo hondo del corazón brota la pregunta
por el sentido de la vida: Debe haber algo grande por lo cual vale la pena
gastarse y desgastarse. De hecho el sacrificio, el dar generosamente la vida,
llena más del sentimiento de felicidad que la comodidad o la diversión. En
medio de esa vida podemos encontrar el tesoro que nos llene toda nuestra vida.
Muchos santos lo encontraron al escuchar, con el corazón abierto, alguna parte
de la Palabra
de Dios.
Para
ello debemos preparar el corazón. Para encontrar el amor de Dios debemos estar
dispuestos a sacrificarnos por el bien de nuestros prójimos. A veces vamos a
Misa y no descubrimos el tesoro de la Eucaristía con la presencia de quien puede
llenarnos el alma de amor y felicidad. Recordamos lo que nos dijo Jesucristo:
“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Debemos tener una verdadera
escala de valores: el Reino de Dios vale inmensamente más que el dinero, el
poder y el placer. Es difícil dar con ello, pero hay que descubrirlo y pedirle
gracia a Dios para comprenderlo.
En
otra parábola nos dice Jesús que el Reino de Dios es como una red barredera. En
este mundo están juntos los buenos y los malos. No tenemos porqué juzgar a
nadie, sino trabajar para que los que están más flacos en la gracia y en la fe,
puedan llenarse más de este espíritu y poder un día participar con los santos
en el cielo. Al fin del mundo Dios hará la separación oportuna. Mientras tanto
trabajemos todos como hermanos unidos y trabajemos en bien de los demás.
La
última parábola de este día nos dice que en este buscar el Reino de Dios
debemos aprovechar todo lo bueno que encontramos a nuestra alrededor. Hay gente
que desprecia todo lo antiguo y los hay que desprecian todas las novedades.
Siempre ha habido cosas buenas provechosas y salen a la luz nuevas cosas
aprovechables. Es como en la
Biblia : hay que saber aprovechar el Antiguo y el Nuevo
Testamento.
Por
eso el buscar el bien no es cosa de necios, sino de inteligentes, que saben
escoger lo bueno continuamente, y se quedan con lo mejor. Jesús les había dicho
poco antes a los apóstoles: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos
porque oyen”. Ojalá nuestros sentidos estén atentos ante lo mejor, que es el
Reino de Dios, que Jesús nos propone para darnos la paz, la libertad y la plena
felicidad.