Estas palabras están dichas por
Jesús en su despedida de la
Ultima Cena ; pero son una especie de resumen de ideas que les
habría dicho a los apóstoles en aquellos años. Ahora les ha dicho algo muy
importante, esencial para nuestra vida en el espíritu. Y es que tenemos que
estar unidos con Jesucristo, si queremos que nuestra vida tenga frutos de vida
eterna. Un buen profesional o artista puede dejar frutos de su trabajo que sean
estimados y perduren cierto tiempo; pero si lo hizo por egoísmo, sin unión con
Dios, no le sirve para la vida eterna. Mientras que un trabajo sencillo, como
puede ser barrer o lavar, si se hace con sentido de la presencia de Dios o por
amor al prójimo, tendrá un valor que perdurará por toda la eternidad.
Para
expresar esto Jesús, lo hace con el ejemplo de la vid y los sarmientos, que son
las ramas que sostienen los racimos de uvas. Podría haber puesto el ejemplo de
cualquier árbol, que produce frutos. Habló de la vid porque era frecuente en
Palestina y para muchos era un símbolo nacional. Igual que una rama, si está
unida al tronco, da frutos, que pueden ser en abundancia, mientras que si está
separada del tronco, no puede dar frutos, nos pasa a nosotros, si estamos unidos
o no con Jesucristo.
Cuando
hablamos de unión con Jesucristo, en primer lugar nos referimos a la unión
fundamental y necesaria, que es el vivir en gracia o sea sin pecado; pero
también hablamos del progreso de esta unión, porque es una vida que debe estar
en continuo movimiento y progreso. Lo primero y elemental es estar unidos por
la gracia. Llamamos “Gracia” a un don especial que Dios nos da porque nos ama.
Nosotros lo recibimos en el Bautismo. No tratamos ahora de aquellos que no han
podido conocer a Jesús y pueden tener un deseo de bautismo que va incluido en
una vida honesta y justa.
Lo
hermoso y al mismo tiempo terrible es que Dios nos quiere tanto que nos da la
libertad para que cooperando con esa gracia que nos da, podamos merecer un
premio. Y digo que es terrible porque muchos usan esa libertad para separarse
de Dios. Muchos rechazan la amistad que Dios nos ofrece y, por la soberbia y el
egoísmo, rompen la unión que debemos tener con Jesucristo. Esto es el pecado.
Por
eso no nos tenemos que conformar con estar unidos con sólo lo elemental. Para
evitar caer en pecado, y sobre todo por amor a Dios, debemos progresar cada vez
más en esa unión. A veces hacemos la renovación de las promesas del Bautismo.
Es como hacer una revisión para ver si estamos en gracia y recibir un nuevo
impulso. Pero Jesús nos dejó instrumentos concretos para crecer en su unión.
Los sacramentos son la ayuda especial de Jesús, sobre todo la Eucaristía. En
ningún momento podemos estar mejor unidos con Jesucristo. Pero también la Eucaristía puede
recibirse de forma indigna, si lo hacemos con distracción o por costumbre. Por
eso debemos estar preparados por una unión afectiva o del corazón. Y ésta sí
que hace las diferencias entre los cristianos. Vemos a dos personas rezar lo
mismo: una puede estar unida a Jesucristo en lo más íntimo del alma, mientras
que otra apenas roza el corazón.
Hoy
también habla el evangelio sobre la oración de petición. Dice que conseguirá todo
aquel que reza “unido con Jesús”. ¿Con qué cara va a pedir algo a Jesús aquel
que está separado de El por el pecado? Lo primero que debemos pedir, con
humildad, es la fuerza y la gracia para evitar el pecado, para estar unido a
Jesucristo. Por eso debemos pedir el amor y orar con mucho amor. El amor une y
el odio separa.
El
ejemplo de la vid y los sarmientos no sólo debemos tomarlo en sentido de cada
persona individual. Ya en el Ant. Testamento, especialmente en los profetas, se
hablaba del pueblo de Dios, que por no estar unido a Dios en el amor y el
cumplimiento de sus mandamientos, en vez de dar frutos buenos, los daba
podridos o amargos. Por eso debían convertirse a Dios. En este día pidamos que
nuestros frutos sean buenos, que lo serán, si procuramos aumentar continuamente
nuestra unión con Dios.