Jesús
está hablando a los apóstoles de unión en su despedida. Aunque va a morir, la
unión por el amor es tan fuerte que le hará estar permanentemente con nosotros.
Les había puesto el ejemplo de la vid y los sarmientos para expresarles la
unión íntima que quiere tener con nosotros. Ahora les dice en qué consiste esa
unión: en el amor.
Es
maravilloso saber que el amor con que Jesús nos ama es el mismo con que El es
amado por el Padre. Estamos destinados, aunque sea un ideal, a tener en
nosotros, hacia Dios y hacia los demás, el mismo amor y la misma unión que hay
en la Santísima
Trinidad. Es un ideal, que queda truncado, ya que la realidad
nos dice que nos dejamos llevar de los instintos materiales, como el egoísmo y
la vanidad. Entonces ¿Cómo podemos permanecer unidos en el amor? Jesús hoy nos
dice que, si queremos estar y permanecer unidos en el amor, debemos cumplir los
mandamientos.
Cumplir
los mandamientos del Señor debe ser nuestro ideal y el esfuerzo de todas
nuestras energías. Sabemos que el principal mandamiento es el amor. Así que se
da como un círculo: amamos si cumplimos los mandamientos y estamos cumpliendo
los mandamientos cuando amamos de verdad. Es lo mismo que hacer la voluntad de
Dios. Varias veces dice Jesús que El había venido para cumplir la voluntad del
Padre. Es nuestro ejemplo. No todo le era fácil. Su instinto humano también le
hacía rechazar las amarguras de la
Pasión hasta sentir agonía; pero el deseo de hacer la voluntad
de su Padre, que era para nuestro bien, le hacía aceptar esas amarguras y
dificultades.
A
veces nosotros ponemos demasiado acento en las dificultades de la vida y,
pensando de forma materialista, nos parece que la religión y lo que Dios nos
manda, el hacer su voluntad, es algo triste y pesado. Y a veces hasta damos esa
impresión los cristianos a otros que no tienen fe. Pero hoy nos dice Jesús que
el cumplir la voluntad de Dios, que es sobre todo amor y unión, debe darnos
mucha alegría. Es el gran mensaje que hoy nos da Jesús. El cristiano,
por el amor, se une más a Jesús y por lo tanto se une en la alegría que El
experimenta al estar unido con su Padre.
Claro
que en este mundo la alegría nunca será plena, porque nunca será total la unión
con Jesucristo; pero vamos caminando hacia ello, y cuanto más empeño pongamos
en conseguirlo, más alegría tendremos. Consiguiendo cosas y éxitos materiales
podemos tener alegrías, que son pasajeras, y la mayoría de las veces mezcladas
con grandes tristezas, sobre todo si se pierden algunos de esos bienes. La
alegría de estar unido a Jesucristo persevera y debe ir aumentando. Si viéramos
el fondo del alma, veríamos que los santos han sido las personas más alegres.
Muchas veces no lo vemos, aunque la
mayoría de las veces lo expresan externamente.
La
alegría es el signo del verdadero creyente. Si se ama, se puede ser feliz hasta
en las circunstancias más difíciles. Claro que tiene que ser verdadero amor.
Porque la realidad es que tenemos tan íntimamente metido en nosotros el egoísmo
que es difícil diferenciarlo del verdadero amor. Este egoísmo es el que nos
hace imposible sentir la alegría clara y diáfana del amor. El amor que da
alegría es el que sabe ver la vida en sentido positivo, el que va en contra de
la desesperanza, del pesimismo, el miedo y el temor. Es el que sabe aceptar las
faltas, alabando a Dios, después de que hay un sincero arrepentimiento y acción
de gracias a Dios Padre que nos da la vida, soporta nuestras faltas y nos
perdona, a Dios hijo que nos ha redimido y sigue unido con todos por la Eucaristía , y a Dios
Espíritu Santo, que nos ayuda con sus gracias y dones.
Contemplemos
a María, la Madre ,
que fue la que más unida estuvo con el Señor. En su corazón debía tener una paz
y alegría plena por su actitud continua de hacer la voluntad de Dios. También
sufrió inmensamente, por estar tan unida a Jesucristo, su Hijo; pero también
gozó como nadie sabiendo que había resucitado y gozará como nadie en el cielo.
Que nos ayude para tener la alegría plena en el amor.