sábado, 9 de julio de 2016

15ª semana del tiempo ordinario. Domingo C-2016: Lc 10, 25-37

               
Hoy nos habla Jesús de algo esencial y que muchas veces hizo resaltar para diferenciar lo que entonces enseñaban los doctores de la ley judía con lo principal de nuestra religión que es el amor. Los doctores se preocupaban de enseñar leyes, y estaban persuadidos que quien mejor cumplía esas leyes, en el sentido material o externo, más agradaba a Dios. Jesús constantemente nos dice que Dios mira sobre todo el corazón y que es más agradable a Dios quien más ama y sirve a los demás.
Un doctor de la ley se acerca a Jesús para hacerle una pregunta. Dicho así podría ser algo muy bueno, porque es muy bueno que nos preocupemos por preguntar nuestras dudas de religión a quienes creemos están más preparados. Sólo con el hecho de preguntar, ya estamos haciendo un mérito grande ante Dios. Lo malo de entonces es que aquel doctor ya sabía lo que debía hacer, o por lo menos se lo creía, y le pregunta a Jesús para tentarle, que es como tener la pretensión de hacerle un examen y poderle poner una calificación. Jesús le pregunta qué es lo que está escrito y aquel doctor responde correctamente. Jesús le dice que si lo cumple obtendrá lo que quiere, que es la vida eterna. Aquel doctor ve que todo ha sido demasiado sencillo y le propone algo más a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?
Esto sí tenía ya más interés, porque para los judíos “el amor al prójimo” creían que se refería sólo para ellos, los de su raza, que no fuesen pecadores, no los extranjeros. Jesús quiere darle una lección de amor universal. Pero no se queda en teorías, sino que responde con una parábola hermosa: la del “buen samaritano”. El amor debe manifestarse en la práctica: “Obras son amores y no buenas razones”.
Y como quiere decirle que el verdadero amor está por encima de los actos de culto y de los intereses propios, le pone el ejemplo de dos personas que no sólo conocen los actos de culto sino que parece que vienen de cumplir con sus “obligaciones” para con Dios. Es lo que parece que quiere indicar con eso de que “bajaban de Jerusalén”. Iban tranquilos porque habían cumplido las leyes externas para con Dios; pero no se dignan atender al necesitado que está medio muerto. Entonces pasa un samaritano, que para aquel doctor era como un enemigo, o quizá como un “ilegal indocumentado” y actúa con misericordia. Ayuda de forma que nos parece casi exagerada. Eso nos parece a los que tenemos una misericordia muy pequeña. Jesús enseña una vez más lo que había repetido, SU PADRE, que Dios quiere la misericordia mucho más que todos los sacrificios. Es difícil a veces “detenerse”, para hacer el bien, cuando se necesita socorrer. Para ello lo primero es tener compasión, como decía san Pablo: “sufrir con el que sufre y llorar con el que llora”.
Simbólicamente Jesús es el gran samaritano, que ha venido del cielo para aliviarnos a nosotros que estamos caídos y con tantas necesidades. A veces surgen “salvadores de la humanidad”, que lo único que buscan es su propio provecho, faltándoles el amor. Cuando el evangelio dice del samaritano: “se movió a compasión”, usa el evangelista los mismos términos que cuando habla de la misericordia de Dios o de Jesucristo, quien siendo Dios, se sacrificó por nosotros hasta la muerte de cruz. Esa misericordia sigue derramándola hacia nosotros desde su presencia real en la Eucaristía.

Hoy también nos dice Jesús, como le dijo al doctor al terminar la parábola: “Vete y haz tu lo mismo”. No basta con conocer lo que debemos hacer, sino que lo tenemos que hacer. A veces cuando se habla de amar a los demás, puede haber en el fondo un poco de diferencias entre superior e inferior. Hoy se habla del “prójimo”, que da una idea de cercanía o de igualdad, y sobre todo de universalidad.

viernes, 1 de julio de 2016

13ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mt 9, 9-13

Hoy nos habla la Iglesia de la llamada de Jesús a Mateo y de la respuesta de este apóstol. Seguramente se llamaba Leví, como le llaman otros evangelistas, aunque luego en la lista le llaman Mateo. Es muy posible que ese nombre de Mateo, que significa  “don de Dios” se lo pusiera el mismo Jesús y al apóstol le gustara tanto que desde el principio él se nombra así. Su oficio no era muy agradable para la gente del pueblo de Israel y mucho menos para los fariseos. Era recaudador de impuestos, lo cual significaba que era colaborador con el poder dominante, que era el de los romanos. Dicen algunos que más bien que estar al servicio de los romanos, podían estar al servicio de Herodes, pues Cafarnaúm era la frontera del territorio de Herodes y bien podría ser Mateo un funcionario normal de aduanas para controlar el paso de ciertos productos. De todas las maneras para los fariseos era un “pecador” porque tenía trato con los paganos y extranjeros, porque los de su oficio solían faltar a muchas leyes religiosas, especialmente las del sábado, y porque solían ser avaros y aprovechados.
El caso es que Jesús, que no tiene acepción de personas, le llama para que sea uno de sus más íntimos amigos. Seguramente vería en él un buen corazón dispuesto para grandes cosas a favor del Reino de Dios. Por eso Mateo responde positivamente: “levantándose, le siguió”. Este hecho de “levantarse” significa un cambio en la actitud de su vida. Estaba “sentado”, que significa instalado en su oficio de recaudador, y ahora se levanta para comenzar una vida nueva, de ilusión, pero envuelta también en contrariedades. Es muy posible que antes de esta última llamada y respuesta hubieran tenido varias conversaciones. Sabemos que Jesús vivía principalmente en Cafarnaúm. El hecho es que Jesús le da un voto de confianza sin pedirle confesiones públicas de conversión. Esta es una gran enseñanza para nosotros para no ser intransigentes como los fariseos, sino tolerantes: aprender de Dios que es “rico en misericordia”.
Mateo se alegró con esta llamada de Jesús. Tanto que organizó una comida para festejarlo. Y para acompañarle invitó a sus amigos que eran gentes, sobre todo, de su mismo oficio. Jesús estaba contento, comiendo en medio de todos ellos. Es muy posible que algunos discípulos, pescadores y tradicionalistas, no estuvieran tan contentos y estarían algo separados, por lo que fueron abordados por los fariseos, a quienes no les parecía nada bien el hecho de que Jesús, que se tenía por “maestro”, estuviera comiendo con los que ellos llamaban “pecadores”. Jesús oyó las críticas y fue a su encuentro dándonos hoy una gran lección de la misericordia de Dios.
Jesús comienza de una manera un poco irónica a decirles que los enfermos son los que tienen necesidad del médico, no los sanos. El era el médico celestial y allí había unos cuantos “enfermos”. En realidad los fariseos estaban más enfermos; pero no lo veían así y no querían recibir las medicinas de Jesús. Los fariseos ponían su esperanza en unas leyes externas sin mirar al corazón. Jesús enseña que lo más importante es el corazón, el amor. De nada sirven los ritos si el corazón está vacío de amor. Los fariseos no entienden que haya tanta fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, como Jesús goza en aquella fiesta porque una persona ha cambiado de vida.

Por todo ello, les recuerda Jesús aquel dicho del profeta: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Los fariseos se arrogaban unos poderes totales sobre la interpretación de la ley bíblica, imponiendo al pueblo un yugo insoportable. Ignoran que Dios es libertad y no esclavitud. Jesús nos expone que Dios no es un dios tirano, sino el Dios bueno. A veces a nosotros mismos nos cuesta creer que Dios nos ame tanto, porque le hacemos a nuestra imagen y le queremos poner nuestros propios sentimientos y reacciones. Jesús ha venido a buscar a los pecadores porque les ama y no quiere que se pierdan. Es un amor tolerante, comprensivo, dispuesto a perdonar. Es el ejemplo para nosotros, y para que con nuestras vidas cantemos las misericordias del Señor.