En estos domingos
de Pascua nuestra reunión eucarística tiene una importancia añadida, pues
evocamos más vivamente el misterio de la resurrección de Cristo, que es la
piedra fundamental sobre la que se basa nuestra fe y la esencia del
cristianismo. Esta fe no consiste sólo en creer que Cristo resucitó, sino en
hacerlo vida por medio de alguna experiencia viva en la oración, en la caridad,
en el trato con los demás.
Estaban los dos
discípulos de Emaús contando entusiasmados lo que les había pasado con aquel
caminante y cómo al fin reconocieron que era Jesús. Una cosa es creer lo que te
dicen y otra es sentirlo personalmente. Por eso los otros seguían tristes,
cuando se presenta Jesús. Piensan que es un fantasma, pero Jesús con mucho cariño
les da pruebas de que es Él mismo: les muestra las señales de la Pasión y hasta come con
ellos. Primeramente les da la paz, pues la necesitaban. También a
nosotros nos da su paz. Es un gran signo de vivir resucitados con Cristo. En
realidad todo el mundo desea la paz; pero hay muchas maneras de entender la
paz. Algunos quieren que siga la paz que tienen, que es la del bienestar, la
del poder político, sin ver cómo están los demás. Para otros significa el que les
dejen tranquilos. Para otros sólo ven la paz del cementerio. La paz del Señor
es algo mucho más profundo y dinámico. Reside en lo profundo del corazón. Para
ello se debe quitar el egoísmo, el afán de dominio, la venganza, la
intransigencia. Es un don del Espíritu Santo que debemos pedir.
Y junto con la paz
les da la alegría. Por eso quiere que se quite toda turbación. A
nosotros también quiere darnos la alegría verdadera, que es certeza de estar
con Dios, a pesar de las dificultades que podemos encontrar. Podemos decir con
san Pablo: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Nada ni nadie”. Y estamos
en el amor de Cristo, si estamos persuadidos de que Cristo ciertamente resucitó
y vive con nosotros.
Jesús “les abrió la
inteligencia para que entendieran la Escritura ”. Nosotros también necesitamos que se
nos abra la inteligencia: algo que siempre debemos pedir a Dios. Para poder
entender las Escrituras, la
Iglesia nos presenta en la primera parte de la Misa diversos pasajes de la Escritura y luego se nos
explica. Poner interés en ello es tener abierto el corazón, que es lo que Dios
quiere para que se abra la inteligencia y esa Palabra de Dios pueda penetrar en
nuestro espíritu. Lo que Jesús les quiere hacer ver es que, según las
Escrituras, convenía que El hubiera muerto, y con una muerte tan terrible, para
que la resurrección pudiera ser más feliz y más provechosa para nuestra
salvación. ¿Estamos convencidos de que Cristo vive entre nosotros?
Los apóstoles lo
necesitaban especialmente porque iban a ser los testigos de cristo y los
propagadores de la fe. Una de las razones para creer en la resurrección de
Cristo son los muchos testigos fieles a través de la historia. Muchos
entregando su vida en el martirio, otros entregando sus bienes de este mundo
para vivir la alegría de Cristo resucitado en soledad o en compañía o en el
testimonio misional.
Jesús come con los
apóstoles. No se trata sólo de un hecho material. Para Jesús las comidas era un
momento de intimidad y era un momento de dar a conocer grandes mensajes. Hoy
nos da la certeza de la resurrección, a pesar de las calamidades de la vida. Y
precisamente la resurrección nuestra llegará si sabemos llevar con paz y con
alegría las dificultades. Dar alegría a los demás es uno de los grandes signos
para poder decir que palpamos a Cristo resucitado. Debemos palparlo en la
oración, en la celebración de la
Eucaristía , en tantos ejemplos de personas buenas, en la
caridad.
Hoy en el salmo
responsorial pedimos: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor”.
En medio de tantas tinieblas que hay en el mundo, que la luz del Señor brille
entre nosotros. Para ello debemos morir al pecado constantemente, porque el
pecado es lo que trae las tinieblas y sentir, como Jesús les dijo a los
apóstoles, que seamos misioneros de la alegría y la paz del Señor resucitado.
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