26ª
semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 21, 28-32
Eran los últimos días de la vida de
Jesús. Él seguía predicando y quería dejar claro que la gracia de Dios es para
todos, que Dios había escogido un pueblo, el de Israel, para extender el Reino
de Dios por el mundo; pero no había sabido cumplir este gran programa de Dios y
llegaba el tiempo de una nueva alianza, donde otros, tenidos por paganos y
pecadores, serían los portadores de esta antorcha de luz por el mundo. Todo
esto les molestaba a los escribas y fariseos y más a los jefes religiosos,
acostumbrados a vivir muy bien, amparados en sus puestos dentro de esa
religión.
Hoy Jesús les dice la parábola de aquel
padre que manda a sus dos hijos a trabajar. Uno dice que no, pero va; el otro
dice que sí, pero no va. Lo primero que quiero hacer resaltar es el hecho de
que Jesús utiliza varias veces la figura de Dios como padre en sus parábolas.
Los judíos en sus enseñanzas utilizaban más la figura del rey para simbolizar a
Dios: un rey con aspecto de soberano legislador y hasta vengador. Por eso los
judíos se sentían ante Dios como súbditos, siervos, vasallos, pero no como
hijos. Jesús nos enseña sobre todo que Dios es nuestro Padre, y que podemos
sentirnos como hijos por la gracia del Espíritu. Para Jesús Dios es un padre
que utiliza todos sus bienes y su poder para ayudar a sus hijos. Pero nos pide
colaboración en los trabajos apostólicos, que hoy aparecen como la viña del
Señor. El primero de los hijos hace un gesto como de mal educado diciendo que
no quiere; pero es un gesto de libertad en el amor. Luego viene la reflexión y
tiene un gesto de confianza en la bondad de su padre, que sabe que le va a perdonar. Por eso se
arrepiente.
El segundo hijo dice sí. Es muy posible
que fuese por temor al castigo. Cierto que es por querer quedar bien, por
conservar las maneras; pero no es por convencimiento propio, porque de hecho no
va. En realidad no actúa por amor a su padre, sino que hace su propia voluntad.
Jesús, al explicar el sentido de la parábola, les viene a decir a la clase
dirigente del pueblo que están reflejados en este segundo hijo. Y lo que más
les molesta a estos dirigentes no es sólo que les compare con los pecadores,
sino que muchos de éstos son superiores en el Reino de Dios. Jesús recuerda que
los judíos tenían por pecadores a los “publicanos y prostitutas”. Eran dos
clases de gentes que solían repetir siempre cuando hablaban de alguien que
había caído muy bajo en lo social o religioso. No era sólo por su oficio, sino
por lo que ambas clases tenían de unión con los oficiales y soldados romanos.
Algunos de estos “pecadores” se habían arrepentido al escuchar a Juan Bautista,
lo que no habían hecho esos dirigentes.
Hoy también esta parábola tiene
aplicación en nuestra vida. Porque no es más cristiano el que más dice o hace
actos religiosos, sino el que actúa de verdad como cristiano: ama y confía en
Dios como Padre, cumpliendo su voluntad y viviendo en fraternidad con todos. Se
nos habla de obedecer a Dios. Hoy para muchos suena mal esto de obedecer, y sin
embargo obedecer a Dios es nuestra felicidad y nuestra certeza de salvación.
Obedecer en cristiano es amar. Dice Jesús: “Si me amáis guardaréis mis
mandamientos”. Pero es que debemos estar seguros de que los mandamientos de
Dios proceden de su amor. También los mandamientos de la Iglesia. Al obedecer no se
suprime la libertad, sino que entregamos libremente nuestra voluntad. Hacer la
voluntad del Padre es lo que siempre tenía presente Jesús en su vida. Es lo que
nos enseñó también a pedir cuando rezamos el padrenuestro.
Lo más perfecto sería decir siempre sí
al Señor y decirlo con prontitud y alegría, de modo que la voluntad de Dios se
cumpla en nosotros. Así lo hizo Jesús, y así lo hizo la Virgen María. En
nuestra vida hemos dicho muchas veces que no: a veces ha sido por ignorancia,
otras por protesta. No seamos como los fariseos que se instalan en un vivir
fácil de la religión, sino que trabajemos en la confianza de Dios para que
nuestros hechos de vida sean los que testimonien que Dios es nuestro Padre.