miércoles, 29 de octubre de 2014

DIA DE TODOS LOS DIFUNTOS-2014

Ayer honrábamos a los difuntos que ya están gozando con Dios en el cielo y que por eso les llamamos santos. Hoy la Iglesia nos recuerda a todos aquellos difuntos, que aún no pueden gozar con Dios, porque deben purificarse; pero a los cuales nosotros podemos ayudar con los méritos espirituales.
Hablar de los difuntos es hablar primeramente del hecho de la muerte. La verdad es  que todos estamos ciertos de que algún día tenemos que morir. A muchos este pensamiento les causa terror y prefieren no pensar en ello. Nosotros, como cristianos, sabemos que la muerte no es el final, sino un paso a una vida mejor. “La vida no termina, sino que se transforma”, se nos dice en el prefacio de la misa de difuntos. No se trata de un fácil consuelo para tranquilizarnos, sino de una gran verdad, que nos debe llenar de mucha paz y esperanza. A los santos el pensamiento de la muerte les llenaba de gozo y alegría, porque es el encuentro con nuestro Padre Dios. San Francisco de Asís la llamaba la “hermana muerte” y deseaba que llegara pronto. San Pablo nos dice que es ganancia el morir. Santa Teresa decía: “tan alta vida espero que muero porque no muero”. Para ellos el morir es el entrar en la Luz y en la Paz.
No suele ser ese nuestro anhelo, porque desgraciadamente estamos envueltos en muchas miserias espirituales. El que está envuelto en pecados tiene motivos para temer la muerte, porque después de la muerte está el juicio. Entonces la solución es fácil, aunque para ello se necesite energía y gracia de Dios: Hay que salir del pecado. Pero no nos tenemos que contentar con no tener pecado grave, porque sería como andar en la cuerda floja con gran peligro de caer. Por eso debemos aumentar la gracia, llenarnos del amor a Dios y hacer muchos actos de virtud, sobre todo de caridad.
Hoy nos invita la Iglesia a hacer muchos actos de virtud y adquirir méritos espirituales, no sólo para nosotros, sino pensando en los difuntos que los necesitan. Después de la muerte viene el juicio y el encuentro con Dios. Habrá personas para las que ese encuentro sea el comienzo de una felicidad sin fin. Pero la mayoría de nosotros, aunque no estemos muy apartados de Dios, nos encontraremos demasiado sucios por tantos pecadillos sin arrepentir y por tantas acciones religiosas hechas con muy poco amor a Dios. Por eso deberemos purificarnos. Es algo que querremos hacer con todo nuestro corazón para poderle mirar a Dios con toda limpieza y amor.
Pero Dios es tan bueno que nos permite unirnos de modo que nuestros méritos espirituales sirvan a los difuntos para que puedan antes entrar en la gloria eterna. Por esto la Iglesia en este día nos lo recuerda de una manera especial y nos presenta el modo de poder ganar méritos con las oraciones y sacrificios y especialmente con la participación en la Santa Misa. Esta es nuestra fe, que proviene de los tiempos más antiguos, cuando los cristianos ponían en sus primeras tumbas: “Ruega por mi”.
En la muerte lo importante no es ella en sí, sino lo que trae, que es otra vida. Vivamos en la gracia de Dios y nuestra esperanza será llena de felicidad, como se nos dice en el Apocalipsis de aquellos que siguen al Cordero, símbolo de Jesucristo: “Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno, porque el Cordero...los apacentará..., pues Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”.

Lo bueno de estos méritos que ofrecemos para los difuntos es que les aprovecha a ellos sin que se nos quiten a nosotros. Para los difuntos ya se les ha terminado el tiempo de poder merecer, que para eso es esta vida mortal. Por eso nada más esperan nuestras súplicas y méritos, que luego ellos mismos nos agradecerán y devolverán cuando estén en el cielo gozando para siempre en la compañía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”. Nos quiere decir hoy que su última palabra no es de muerte sino de vida y vida eterna. Allí hay sitio para todos, como nos dice hoy Jesús en el evangelio.

domingo, 19 de octubre de 2014

Domingo, 27 del TO. 19 de Octubre de 2014; 29 ord A: Mt 22, 15-21


                     Domingo, 19 de Oct. de 2014; 29 ord A: Mt 22, 15-21

Eran los últimos días de la vida de Jesús. Él había contado algunas parábolas que iban directamente contra los jefes religiosos de Israel, que habían descuidado el conducir al pueblo de Dios por los verdaderos caminos. Estos jefes quieren llegar a condenar a Jesús y se les ocurre hacerle caer en una trampa: Mandan algunos de sus discípulos juntamente con partidarios de Herodes, que es lo mismo que el régimen opresor de los romanos, para hacerle una pregunta delante de la gente: “¿Tenemos que dar el tributo al César o no?” Ellos creen que la trampa está bien puesta, porque si dice que sí, se pone en contra de la gente que opina que el romano se quiere hacer más que Dios; pero si dice que no, allí están los del gobierno, que le acusarán.

Jesús les dio una respuesta, ante la cual dice el evangelio que se quedaron maravillados: “Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Es difícil saber lo que Jesús quería afirmar a través de esta respuesta. Por de pronto Jesús les llama “hipócritas”, porque deberían saber que Él nunca se mete en política, nunca en nombre de Dios decía lo que hay que hacer concretamente en decisiones políticas.

Ha habido muchos que han interpretado estas palabras de Jesús como que hay que hacer una división entre nuestros deberes hacia Dios y los deberes hacia el Estado. Para algunos es como si nuestra vida privada fuera para Dios y nuestra vida social para el Estado. Esto es terrible y desgraciadamente muchos así lo sostienen hoy. Otros se basan en esas palabras para hacer la distinción entre la Iglesia y el Estado. Pero Jesús no está haciendo una división o contraposición. En primer lugar porque en el tiempo de Jesús no existía esta división: normalmente el jefe de Estado era también el jefe en lo religioso. Pero en el caso de Israel demasiado se fijaban en lo material y lo plenamente religioso quedaba en segundo plano. Por eso es por lo que Jesús nos dice: Si del César son las monedas, si le corresponde una obediencia a las leyes justas para la convivencia, pues dádselo; pero ante todo demos a Dios lo que le corresponde.

¿Y qué le corresponde a Dios? Pues todo el amor y la adoración por todas las cosas. Dios es Dios de toda la vida, de toda la realidad. Los políticos también están bajo la soberanía de Dios y deben actuar bajo la ley de Dios. Toda autoridad viene de Dios. Así le dijo Jesús a Pilato: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto”.  Así que por encima de la ley civil está la ley de Dios.

No debería haber oposición; pero muchas veces la hay. Y no sólo porque haya jefes políticos que no quieran saber nada de Dios, sino también porque hay jefes religiosos que se creen suplantar a Dios: En vez de estar a disposición de Dios y al servicio de los hermanos, se creen disponer de Dios para sus propios intereses. Esto es lo que les pasaba a los jefes religiosos israelitas. Por eso les quería decir Jesús que el pueblo, que es de Dios, deben dárselo a El o conducirle hacia El. Así ha pasado muchas veces en la historia que muchos “en nombre de Dios” han librado batallas y se han hecho muchas guerras, que llaman “santas”, como para defender intereses de Dios, cuando en verdad lo que defendían eran intereses muy mundanos.. Los verdaderos intereses de Dios son el hacer desaparecer el hambre, las lágrimas, las persecuciones, las injusticias. Los intereses de Dios no son tanto los templos (pueden ser en parte) o los objetos religiosos, cuanto los templos vivos que son los humanos: la dignidad, los derechos humanos, la libertad, la recta conciencia.

Así pues la respuesta de Jesús no explica ni concretiza en lo que hay que hacer con lo del César, sino que acentúa con lo que hay que dar a Dios. Para ello tengamos interés en conocer bien el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús. Con ella se nos van dando criterios para que en cada momento sepamos qué es lo que debemos hacer en todas nuestras opciones políticas y sociales. No es fácil, porque nuestros criterios personales y los de la gente los mezclamos falsamente con los criterios de Dios.

domingo, 12 de octubre de 2014

28ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 22, 1-14


               28ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt 22, 1-14

Varias veces Jesús, para enseñarnos en qué consiste el Reino de Dios, lo compara a un banquete. En la parábola de hoy lo asemeja nada menos que a un banquete de la boda del hijo de un rey. Un banquete no es sólo para satisfacer las ganas de comer o beber, sino que es una reunión amistosa para compartir la alegría y los sucesos felices sintiéndose la unidad.  En esto se diferencia de la vida normal donde unos tienen más a costa de otros. La primera consideración que quisiera hacer es que Jesús con estas comparaciones nos quiere decir que el Reino de Dios es algo muy hermoso donde hay mucha alegría. De hecho no se identifica el Reino de Dios con la Iglesia, aunque van muy unidos. La Iglesia es la Institución fundada por Jesucristo para buscar y conseguir el Reino de Dios aquí en la tierra y un día definitivamente en el cielo. Este Reino de Dios se puede conseguir de otras maneras, aunque suele ser mucho más difícil.

El hecho es que el Reino de Dios es algo que da la verdadera felicidad. Se ha criticado mucho a la religión como que se opone a la felicidad del ser humano. Pero no es así, ni en teoría ni en la práctica. A veces puede inducir algo los caminos que algunos emplean dentro de la religión para querer conseguir el Reino. Suele haber mucha ignorancia de la vida de las personas que viven plenamente su fe, ya que es una vida que suele “ir por dentro”. A veces hay diferencia entre el aspecto externo y la alegría que está en lo interno de las personas. Pero hay alegría cuando uno sabe por qué está en la vida, cuál es su sentido y se siente lleno del amor de Dios, que se va manifestando en el servicio a los demás. Siente así su vida plenamente realizada.

Desgraciadamente en la Iglesia muchas veces damos una imagen de vida algo triste; pero no debiera ser así. Si sabemos que vamos a una fiesta eterna con Dios, no podemos dejar que nos domine la tristeza, fijándonos casi exclusivamente en lo que hay de negativo en la vida. Hay que saber valorar muchos aspectos positivos, que son anuncio de la gran fiesta eterna. ¿Cómo vamos a ser mensajeros de Dios, que nos prepara tan gran fiesta, con cara de tristeza? La Eucaristía debe ser una fiesta.

En la parábola de hoy se recalca la posición de los que no aceptan el banquete. Ello significaba un rechazo al mismo rey. Unos no se preocupan del banquete, sino que les preocupan mucho más sus negocios. Otros hasta arremeten contra los mensajeros. Todo esto era una crítica severa por parte de Jesús para con los jefes del pueblo judío. Cuando san Mateo escribió esto, tendría en mente la destrucción de Jerusalén.

La parábola continúa, como dirigiéndose ahora más a la gente sencilla. Dios invita a todos. La invitación para el banquete es como el anuncio del Evangelio. A todos se les ofrece el Reino; pero no todos tienen la limpieza de corazón para responder bien al Señor. Todos pueden entrar en el Reino, “buenos y malos”; pero para permanecer allí, debe haber una actitud de cambio, no se puede permanecer siguiendo en la maldad. Esto se significa con el que está dentro sin vestidura propia y tiene que ser echado fuera. Es difícil definir qué es lo que quiso enseñarnos Jesús con ese “traje de boda” para que, al no tenerlo, reciba un castigo tan grande. Por de pronto era un desprecio, pues para esos casos se les prestaba un traje conveniente. Quizá signifique una actitud de desprecio de la fe, algo como lo que llamó Jesús “pecado contra el Espíritu Santo”. El vestido en la Biblia suele ser un símbolo de la unión de Dios con su pueblo. Si Dios nos llama a su fiesta es porque quiere estar unido con nosotros, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Si queremos estar unidos con Jesús por medio de los sacramentos, especialmente la Comunión, es necesario el vestido interior de la Gracia. Debemos desechar de nosotros los andrajos del pecado para “revestirnos” de Cristo.

Termina la parábola con un toque de atención, porque son más los llamados que los escogidos. Vivamos nuestra vida cristiana con sentido ilusionado y encontraremos el gozo y la paz ahora y con Cristo en la eternidad.